El Segundo Acto

SANTAS REJAS Y SOBRES MALDITOS

Yo no sé qué tipo de energía cósmica estaba vibrando en ese lugar, pero cuando vi ese sobre con mi nombre escrito, mi alma salió de vacaciones al tercer cielo. Literalmente. Unas letras cursivas que decían: "Para Mariana de los Ángeles". A ver, ¿quién demonios —perdón, ángeles— me escribe cartitas personalizadas en un sótano infernal? ¿Cupido Satánico?

—No lo abras —dijo Steve, mirándolo como si pudiera explotar en fuego.

—No, claro que no, solo lo voy a poner en mi bolso y adoptarlo como hijo —respondí, sin tocarlo.

Mentira. Obvio que lo toqué.

Mi dedo apenas rozó el sobre y se escuchó otro “clic” de esos que no vienen con bendición incluida. El suelo vibró. Una rejilla se levantó al fondo del pasillo.

—¿Alguien más sintió eso o ya me está fallando el sistema nervioso espiritual?

—Algo nos quiere llevar por ahí —susurró Natali.

—Pues que me lleve a casa. Ahí tengo Biblia, cobijas y el WiFi de mi mamá.

Steve me tomó del brazo, suavecito, como si yo fuera una paloma traumatizada.

—No estás sola —me dijo—. Te prometí que estaríamos juntos en esto.

Y ahí va otra confesión: no sé si me temblaban las piernas por el miedo o por cómo me miraba. Jesús, ¿puede uno temer por su vida y al mismo tiempo sentir mariposas cristianas en el estómago? ¿Eso es pecado? ¿Lo anoto en el devocional?

Avanzamos por el nuevo pasillo, más angosto, con paredes más oscuras, como si la pintura misma dijera: “No pasen, manga de imprudentes.”

De pronto, vimos una mesa.

Sí, una mesa. ¿De té? No. De tortura emocional.

Arriba, un álbum de fotos viejo y... una nota.

Steve lo abrió con cuidado. Las fotos eran de gente que no conocíamos. Pero una de ellas... era de la escuela. NUESTRA escuela.

—¿Eso es...? —dije, señalando con el dedo.

—La directora cuando era joven —dijo Natali, tragando saliva.

—¿Y eso es...? —Steve arrugó la frente.

—Mi mamá... —susurré.

Un silencio. De esos que no se rellenan ni con coros góspel.

La foto era antigua, como de los 90. Las tres estaban juntas. Riendo. Detrás de ellas, la misma puerta con símbolos que acabábamos de cruzar.

¡UN MOMENTO! ¿Mi mamá estaba en el club de “gente que se mete a pasillos embrujados”? ¿¡QUÉ ES ESTA NOVELA!?

—¿Por qué nunca me habló de esto? —dije. Y entonces lo sentí.

Esa angustia. Como si algo estuviera a punto de salir. Algo que dormía. Algo que... nos había estado esperando.

Steve se acercó, me abrazó por la espalda y puso su frente en mi hombro.

—No estás sola. Dios te revelará lo que necesites saber. No tienes que cargar esto sola, ¿ok?

Y yo… lloré. Sí, lloré, Jesús. Pero con dignidad cristiana. No como en las novelas donde lloran con fondo de piano triste. No. Yo lloré tipo “oh Señor, qué rayos es esto, pero gracias por el novio que me diste”.

Steve me giró con suavidad, tomó mi cara entre sus manos, y me besó. De esos besos que no tienen nada que ver con carnalidad, sino con fe, consuelo y promesas que no se rompen.

—Cuando todo se ponga más oscuro —me dijo— voy a recordarte quién eres. Una hija de Dios, una valiente... y la chica que amo.

Y yo estaba por decir algo poético, profundo, poderoso... pero lo único que salió fue:

—...Y también soy muy buena en juegos de mesa, ¿sabías?

Él rió. Y ahí supe que, por más sombras que vinieran, mientras él estuviera conmigo y Dios fuera nuestro centro, yo podía soportarlo todo.

Aunque en mi cabeza todavía gritaba:

"¡¿QUÉ TIENE QUE VER MI MAMÁ CON TODO ESTO, SEÑOR?!"

Pero eso… se descubrirá pronto.



#733 en Thriller
#292 en Suspenso
#5596 en Novela romántica

En el texto hay: 31 capítulos

Editado: 24.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.