El Segundo Acto

¡CORRE QUE NO ES UN ÁNGEL!

La foto de mi mamá seguía mirándome como si dijera: "Ups, se me olvidó contarte que tengo un pasado tipo película de suspenso."

Yo tenía tantas preguntas que parecía bibliotecaria en día de estreno de libro. Pero el corazón me latía tan fuerte que, si me ponían un micro, hacíamos remix cristiano con mi taquicardia.

—Hay que salir de aquí —dijo Steve, mirando el pasillo que se abría detrás de la mesa.

—¿Y si es trampa? —preguntó Natali.

—Bueno, si vamos a morir, prefiero que sea intentando salir y no aquí, discutiendo si el sobre tenía caligrafía demoníaca o no.

Avanzamos por el pasillo. Esta vez no había luces. Nada. Solo el sonido de nuestros pasos y la voz de mi conciencia gritando: "¡Esto no es Scooby-Doo, Mariana, DATE LA VUELTA!"

De pronto… un sonido seco.

THUMP.

Como un portazo. Detrás.

Y luego… lo escuchamos.

Una respiración. Fuerte. Lenta. Como si alguien —o algo— estuviera parado muy cerca.

—No se muevan —dijo Steve, poniéndose delante de mí. Siempre tan protector. Gracias, Señor, por este hombre que parece mezcla de ángel, guerrero y vigilante nocturno de mi corazón.

Una sombra apareció. Alta. Lenta. Avanzaba hacia nosotros. No tenía rostro. Era como si absorbiera la luz misma.

Natali apretó mi brazo.

—¿Qué es eso…?

—No quiero saber. Pero definitivamente no es el Espíritu Santo —dije.

Steve sacó una cruz de su cadena, la levantó frente a la cosa esa y dijo:

—En el nombre de Jesús, ¡vete!

La sombra se detuvo. Y gritó.

Un chillido espantoso. Como si miles de voces gritaran al mismo tiempo. No era humano. No era lógico. Y yo ya estaba lista para gritar: “¡Me retiro de esta dimensión, gracias!”

La pared a la derecha empezó a temblar. Una grieta se abrió de repente. Detrás: una escalera. ¿Una salida?

—¡CORRAN! —grité, agarrando a Natali de la mano.

Steve nos empujó por la abertura mientras la sombra se retorcía detrás, chillando como si le ardiera el alma (o el ego, no sé, parecía político ofendido).

Subimos. Corrimos. Escaleras, puertas, pasillos que ahora sí parecían más normales.

Y entonces… ¡LA PUERTA PRINCIPAL! Abierta. Por primera vez en horas.

Salimos. Al aire libre. Cielo azul. Pajaritos. ¿¡PERO POR QUÉ CANTA UN PÁJARO COMO SI NADA SI CASI NOS LLEVA UN DEMONIO DE LAS TINIEBLAS?!

Me tiré al suelo, respirando como si acabara de correr una maratón de 3 horas… espirituales.

—Estamos vivos… —susurró Natali.

—¡Gloria a Dios! —dijo Steve, arrodillado junto a mí.

Y yo solo pensé: “Lo logramos… ¡pero ahora tengo más preguntas que antes! ¿Por qué mi mamá estuvo ahí? ¿Quién escribió esos sobres? ¿Y por qué siento que lo peor todavía no ha pasado?”

Steve me abrazó fuerte. Me besó la frente y luego los labios, suave, tierno… como si el mundo se estuviera cayendo, pero nuestro amor seguía firme.

—Te amo, Mariana. No importa qué descubramos, estoy contigo.

—Y yo contigo. Aunque… la próxima vez, mejor investigamos en una biblioteca cristiana y no en un sótano con entes vengativos, ¿te parece?

Él rió. Y yo, por fin, sonreí.

Pero al mirar atrás…

La puerta de la escuela se cerró sola.

Y en la ventana del tercer piso… una figura nos miraba.

No se movía.

No tenía rostro.

Pero sostenía… otro sobre.



#733 en Thriller
#292 en Suspenso
#5596 en Novela romántica

En el texto hay: 31 capítulos

Editado: 24.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.