El Segundo Acto

DESAYUNO CON SECRETOS Y OJOS QUE NO PARPADEAN

Dormí como si me hubieran dado un martillazo en la cabeza. No sé si fue el terror, la carrera o el trauma psicológico que probablemente me hará necesitar terapia cristiana y chocolate por el resto del mes.

Abrí los ojos cuando mi teléfono vibró. Era un mensaje de Steve:

“Buenos días, amor. Vamos a vernos en el parque a las 10. Percy y Javier quieren saber todo. Lleva tu cuaderno.”

Me giré en la cama y gruñí.

—¿Cuaderno? ¿QUÉ CUADERNO? ¡Lo dejé en la escuela embrujadaaaa!

Suspiré. Al menos no había demonios en mi cuarto. Solo peluches, una biblia abierta y un póster de Jesús con ovejitas.

———

Parque Central – 10:07 AM

Yo llegué con lentes oscuros, sudadera y cara de sí, sobreviví a un episodio de Stranger Things versión cristiana”.

Steve ya estaba ahí, guapísimo como siempre, y me dio un beso en la frente. Se notaba cansado, pero igual de protector.

Natali vino en bici. Y en crocs. Sí, en crocs. Porque según ella, “si vamos a correr otra vez, que sea con estilo y comodidad”.

Percy y Javier nos miraban como si fuéramos los personajes secundarios que de pronto se volvieron protagonistas.

—Ok —dijo Percy cruzado de brazos—. ¿Quién quiere empezar?

—¿Tienen comida primero? —pregunté—. Porque contar esto con el estómago vacío es como hablar de Daniel en el foso de los leones sin oración previa.

Javier nos pasó panes con jamón y jugo de naranja. Ahí sí, soltamos la sopa: los sobres, la figura, la sombra, la salida secreta, la grieta… Todo. Sus caras pasaron de “qué locura” a “estamos metidos hasta el cuello”.

—¿Y esa foto de tu mamá…? —preguntó Javier en voz baja.

—Eso es lo más raro… —dije, mirando el suelo—. Mi mamá estaba ahí… y no sé por qué. Tengo que hablar con ella.

En ese momento, alguien se sentó a mi lado. Era Vanessa. La chica que rescatamos en el circo maldito.

—Escuché que estuviste en la escuela anoche.

Todos se tensaron. ¿Cómo lo sabía?

—¿Y tú cómo sabes eso? —pregunté, disimulando mi susto con una mordida al pan.

Vanessa me miró con esos ojos que parecen saber lo que uno va a soñar antes de dormir.

—Tú no eres la primera. Ni la última. Esa escuela tiene historia. Y no todos los que entran… salen igual.

—¿De qué estás hablando? —le pregunté.

Ella me tendió un papel doblado. Tenía el símbolo del sobre. El mismo que vimos en la escuela.

—Tu mamá no estaba sola en esa foto por casualidad, Mariana. Ellos eran parte de algo. Algo que se detuvo hace años. Pero ahora… ha empezado de nuevo.

Mi corazón dio un salto como si acabara de leer un versículo que me revela que tengo un propósito secreto tipo “elegida de profecía”.

—¿Tú sabes qué es ese símbolo?

Vanessa me miró. Seria. Silenciosa. Y respondió:

—No. Pero sé quién sí lo sabe. Y está en peligro.

Chán chán chán.

"¿Por qué siempre las respuestas vienen con otro enigma? ¿Es mucho pedir una explicación simple? Tipo: ‘Tu mamá era espía cristiana, y ahora tú tienes poderes’. Algo así me serviría, Señor.”

Steve me tomó de la mano. Natali se cruzó de brazos con cara de: "Aquí nadie se rinde."

Y yo solo pude decir:

—Dime quién es esa persona, Vanessa. Porque esta vez, no pienso correr. Voy a enfrentar lo que sea. Pero con Dios y con mis amigos, nada me va a vencer.

Después de la conversación con Vanessa, mi cabeza parecía una licuadora espiritual. Entre la revelación de mamá, la foto, los sobres, la grieta y las frases misteriosas, solo faltaba que apareciera un unicornio diciéndome que soy parte de una orden secreta ancestral.

—Vamos a buscar a la persona que sabe la verdad —dije, agarrando bien la mano de Steve—. Si todo esto tiene que ver con el pasado, el circo y… lo que viví con mamá, necesito respuestas.

—Cuenta con nosotros —dijo Natali, ajustándose sus crocs.

———

Lugar: Barrio Las Colinas – 4:12 PM

Vanessa nos había dado una dirección que llevaba a un local extraño entre dos panaderías: un cartel decía “Consultas Espirituales de Sara”. Claramente, no era una célula cristiana.

Cuando entramos, nos recibió una chica de cabello rojo oscuro, con una túnica azul y un montón de pulseras. La sala olía a incienso, canela y un poquito a pecado.

—¿Tú eres Mariana? —preguntó la chica, con voz pausada—. Te soñé anoche.

"No sé si correr o pedirle que ore por mí, pero sé que este lugar necesita aceite ungido y un par de coritos de adoración con urgencia."



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En el texto hay: 31 capítulos

Editado: 24.05.2025

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