El Segundo Acto

VOCES ENTRE SOMBRAS

Dormimos poco esa noche. O mejor dicho, intentamos dormir.
El dolor por la muerte de Javier seguía ahí, como una astilla clavada en el alma.

Steve me abrazó toda la noche. En silencio. Sin decir nada.
No necesitábamos palabras.
Solo su respiración, su calor, su amor.
El mundo estaba roto, pero él seguía ahí. Y eso bastaba para no desmoronarme por completo.

A la mañana siguiente, nos reunimos en la vieja biblioteca subterránea que Percy había descubierto semanas antes.
Era nuestro punto secreto.
Nuestro cuartel general.

Percy llegó primero, con una bolsa de panes y empanadas en la mano.

—Traje desayuno. Si vamos a enfrentar el mal, al menos hagámoslo con el estómago lleno.

Ay, Percy, tú y tu hambre hasta en medio del Apocalipsis. Literal, si nos persiguen demonios, seguro corres gritando pero con el pan en la boca.”

Sara, como siempre, llegó envuelta en sus collares raros, con un aire místico y un par de cartas en la mano.

—Soñé con un río oscuro. Y con cadenas rotas.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Natali, sin emoción en la voz.
—Que el tercer sello está más cerca de romperse.

Todos nos miramos.

David llegó después. Serio. Con los brazos cruzados. No hablaba mucho, pero desde que nos confesó que había trabajado cinco meses en el circo maldito, se había ganado nuestro respeto.

—Si vamos a hacer esto, hay que hacerlo ya. El reloj corre.

Y por último, Alberto. Que apareció con una sonrisa nerviosa, como si no entendiera que nadie lo quería ahí.
Especialmente yo.

—¡Buen día a todos! Mariana, qué guapa te ves hoy...

Steve dio un paso. Yo puse una mano en su pecho para detenerlo.
Lo miré a Alberto con una ceja arqueada.

—¿Tú no entiendes indirectas, verdad?
"Este man insiste más que el WiFi del vecino cuando se desconecta."

Comenzamos a planear.

—El tercer sello está en el antiguo hospital abandonado, justo fuera del pueblo —dijo Percy, mostrando el mapa—. Si lo rompen, liberarán a los susurradores. No podemos permitirlo.

—¿Y qué hacemos? ¿Entramos y ya? —preguntó David.
—Entramos, recuperamos el objeto del sello y salimos. Sin distraernos —respondió Steve.

—¿Y si es una trampa? —preguntó Natali, la voz rota.

Nadie respondió.
Lo sabíamos. Podía ser una trampa.
Pero Javier murió por protegernos.
No íbamos a rendirnos ahora.

Esa noche fuimos en dos grupos.
Percy, Sara y Alberto entrarían por el ala oeste.
Steve, Natali, David y yo por el ala este.

El hospital estaba helado. Las paredes cubiertas de moho.
Y un olor... a azufre.

Cada paso que dábamos sonaba como un grito.

Steve iba delante, espada en mano. Yo detrás de él. Natali al lado de David.

—¿Escuchan eso? —murmuró Natali.

Un murmullo.
Como si alguien llorara.
Pero no era una persona.

Era una voz rota… que se arrastraba.

—No se separen —susurré.

Encontramos la habitación del sello.
Estaba custodiada por una criatura hecha de humo y carne. Tenía ojos múltiples, y la boca se abría en todas las direcciones.

Steve saltó sin dudar.
Yo lancé mi cruz de madera bendecida.
David usó su cuchillo.
Y Natali… ella gritó.

—¡Por Javier!

Fue la primera vez que decía su nombre en días.
Y el monstruo chilló como si esa palabra lo quemara.

Con esfuerzo, lo destruimos.
Y el sello quedó a la vista.
Un anillo rojo, con símbolos antiguos.

Steve lo tomó.
En ese instante, todo tembló.
No era solo una misión.

Era una guerra.

Regresamos al refugio y celebramos entre lágrimas.
Sara nos abrazó a todos.
David sonrió, por primera vez.

Natali... lloró. Abrazó a Percy. Y me abrazó a mí.

—Lo hice por él. Y por ustedes.

"Natali... tú eres más fuerte de lo que crees. Y no quiero perderte también. Dios, por favor, cuídala."

Esa noche, me recosté con Steve bajo las estrellas.
Su mano entrelazada con la mía.
Su mirada tranquila, pero firme.

—Todo esto da miedo —susurré.
—Pero te tengo a ti —respondió él—. Y a Dios. Y eso basta.

Me besó. Suave. Lento.
Y el mundo, por unos segundos, volvió a ser cálido.



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En el texto hay: 31 capítulos

Editado: 24.05.2025

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