El Segundo Acto

SOMBRAS ENTRE SUSPIROS

Dormir se volvió un lujo.
Después de lo del hospital, Sara estaba más inquieta, David más callado, y Natali... más melancólica.

Pasábamos más tiempo juntos. Como si en el fondo supiéramos que el tiempo se nos escurría entre los dedos.

Esa mañana, mientras tomábamos desayuno en casa de Percy, Natali y yo estábamos sentadas sobre una manta, riendo de algo que Percy había dicho (probablemente alguna de sus genialidades culinarias como "pan con plátano y mostaza").

—¿Recuerdas cuando nos escapamos del colegio para ir a ver fuegos artificiales? —me dijo Natali de pronto, con la mirada en el cielo.

—Claro. Y tú lloraste porque pensaste que uno de los fuegos era un alma atrapada.

—¿Y si lo era?

Las dos reímos, pero sus ojos estaban brillosos.

—Nat… ¿Estás bien?

—¿Crees que Dios tiene un lugar especial para los que mueren amando?

Me quedé en silencio. Mi corazón se detuvo por un segundo.
Ella me estaba dejando entrever algo.

—Natali…

Me abrazó con fuerza.

—No digas nada. Solo prométeme que si me pasa algo, cuidarás a Percy. Y a ti misma.

—¡No te pasará nada! ¡No otra vez!

—Promételo.

—Lo prometo.
"Se sintió como una despedida... y odio cómo eso se siente. Dios, no me quites también a ella."

Más tarde, mientras el grupo se dispersaba, me quedé sola revisando los planos con Alberto. Sara estaba en trance con sus cartas. Steve y David estaban recogiendo materiales bendecidos para la próxima incursión. Natali, con Percy.

—Te ves hermosa con esa camiseta manchada de polvo —dijo Alberto, sonriendo como si estuviera en una película romántica barata.

—¿Y tú te ves como alguien que necesita gafas, porque claramente no estás viendo que estoy ocupada?

Me reí. Trato de ser amable. Alberto no es malo, solo... confundido.

—Mariana —dijo, acercándose más—. Sé que tú y Steve son... eso, pero...

—Alberto, no empieces…

—Solo un segundo.

Y de pronto, me besó.
Fue rápido. Sorprendente. ¡NO LO VI VENIR!
Yo puse mi mano en su pecho y lo empujé con fuerza.

—¡¿Qué rayos haces?!

Y ahí, parado como si el mundo se le acabara de caer encima… estaba Steve.

Sus ojos miel , fijos en mí.
No dijo nada. No necesitó hacerlo.

—Steve, no… ¡no fue lo que parece! Él se acercó, yo—

Se giró y se fue.

—¡STEVE!

Corrí tras él, dejando a Alberto con cara de "¿Qué hice mal?".

"¿Qué parte de “ya tengo novio” no te quedó clara, Alberto? ¡¿Y JUSTO AHORA TENÍAS QUE HACER ESO?!"

Lo encontré en el bosque, junto a la cabaña donde nos refugiábamos a veces.

—Steve…

No me miró. Solo respiraba hondo, tratando de no explotar.

Me acerqué.

—No quería que eso pasara. Fue él. Me tomó por sorpresa. ¡Tú eres el amor de mi vida, Steve! ¡Mi yugo, mi mitad! Tú… eres todo.

—¿Por qué no lo golpeaste?

—¿Y qué crees que hice después? ¡Casi lo escupo! ¡Steve, mírame!

Se giró. Sus ojos estaban llorosos.

—Te amo, Mariana. Pero si alguien más cree que puede tenerte… me mata.

Me acerqué. Puse mis manos en sus mejillas.

—No puede. Porque mi corazón está sellado por ti. Dios me dio este amor y no lo pienso soltar. Ni por Alberto. Ni por nadie.

Nos besamos. Lento, tierno, llorando los dos.
Y en ese instante, todo el ruido del mundo se detuvo.

Esa noche, Natali se sentó conmigo.

—¿Ya arreglaste las cosas con tu guapo cristiano?

—Sí. Me quiere tanto que casi lanza una bomba espiritual sobre Alberto.

Ambas reímos.

—Mariana… si algo me pasa, dile a Javier que lo amaré hasta la eternidad.

—Te lo diré cuando los dos estén en una casa enorme con hijos, ¿sí?

Ella sonrió.
Pero sus ojos se nublaron.

Y Sara, desde el fondo de la sala, levantó la vista de sus cartas.

—Hay muerte en el aire. Pronto.



#732 en Thriller
#292 en Suspenso
#5604 en Novela romántica

En el texto hay: 31 capítulos

Editado: 24.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.