“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas…” – Efesios 6:12
La noche caía pesada y helada.
Estábamos todos en la entrada del templo profanado.
El mismo lugar donde las sombras parecían bailar con la muerte.
Steve, aún recuperándose de la puñalada, sostuvo mi mano con fuerza.
Percy mascullaba oraciones, su glotonería olvidada ante el peligro.
Sara, al borde de la entrega total, su mirada llena de miedo y esperanza.
Alberto estaba tenso, intentando ocultar algo, y yo solo podía pensar en Natali y Javier.
Dos almas que ya no estaban, pero que hoy eran la fuerza para seguir.
—Mariana —susurró Steve—. Tenemos que entrar. No solo por nosotros… sino por ellos.
Entramos.
El aire era denso, olía a fuego y a traición.
Al fondo, David, con una túnica oscura, manipulaba símbolos en el suelo.
Sus ojos eran un pozo sin fondo de maldad.
—¡David! —gritó Steve con voz firme.
David levantó la vista, y sonrió con una crueldad que helaba la sangre.
—¡Este circo maldito se caerá, y con él, sus ilusos defensores!
De repente, un círculo de fuego surgió alrededor de David.
Percy comenzó a recitar el Salmo 91 mientras nosotros rodeábamos el altar profanado.
—¡Rompan el círculo! —ordenó Steve, con una fuerza que no sabía que tenía.
Me lancé hacia adelante, lanzando agua bendita que Sara había preparado.
El fuego se redujo, pero David rugió furioso y sacó un puñal.
Antes de que pudiera atacar, Steve se lanzó al frente y recibió una herida superficial, pero fue suficiente para que David se desconcentrara.
Fue entonces que escuchamos un grito desgarrador:
—¡No cierres los ojos, Javier!
La voz de Natali retumbaba en mi mente, como si nos estuviera dando fuerzas.
En ese instante, la luz de la cruz que colgaba del cuello de Steve brilló intensamente.
David gritó y retrocedió.
—Esto no ha terminado —susurró.
Cuando por fin el fuego y la oscuridad desaparecieron, nos abrazamos, temblando.
Sabíamos que habíamos ganado una batalla, pero no la guerra.
“Javier y Natali, siento que están aquí con nosotros, gritando y peleando juntos. No nos rendiremos. Jamás.”
Al salir del templo, Sara tomó mi mano.
—Mariana, creo que estoy lista para creer. Quiero caminar con ustedes.
Y ahí, en la fría noche, con estrellas como testigos, sentí que la luz vencería.