"Los muros de Jericó no cayeron con armas, sino con obediencia, fe… y alabanza." – Josué 6
Todo estaba en ruinas.
La estructura del circo maldito había colapsado.
David había desaparecido tras la última explosión de oscuridad, y aunque la batalla parecía ganada, sabíamos que el alma aún tenía que sanar.
Sara lloraba abrazada a mí, temblando.
—No sé cómo llegué hasta aquí —dijo con voz rota—, pero ustedes me mostraron lo que significa la luz. El amor verdadero. Dios.
Sus ojos, alguna vez fríos y adivinos, ahora brillaban con la ternura de una niña que por fin se permitía creer.
—Sara —le sonreí entre lágrimas—, tu historia apenas empieza.
Steve se acercó, herido, con su brazo vendado y el rostro cansado, pero aún con esa mirada de amor que me hacía sentir segura incluso en medio del apocalipsis.
—¿Listos para despedirnos de este infierno?
Asentimos.
Avanzamos hacia el centro del templo colapsado… y allí estaba David.
Desfigurado, envuelto en sombras, sostenía una biblia vieja… desgarrada.
—¿Creen que ganaron? —murmuró con una risa seca—. Ustedes no entienden que no hay regreso del odio.
Steve dio un paso al frente.
—Sí lo hay. Yo casi lo perdí todo… ¡pero el amor de Dios me levantó!
Fue entonces que algo sobrenatural sucedió.
Los muros invisibles que quedaban del templo… comenzaron a temblar.
El suelo retumbó.
Sara, ahora de rodillas, alzó la voz con un cántico suave.
Yo me uní. Luego Percy, luego Steve.
Era como en Jericó. No atacábamos con armas.
Adorábamos. Con todo el corazón.
David gritó, su figura desgastada empezó a quebrarse.
Como si cada palabra, cada nota, cada lágrima lo deshiciera.
Y entonces…
Silencio.
El cuerpo de David cayó al suelo.
Vacío.
Muerto, no por nuestras manos, sino por la guerra espiritual que no quiso abandonar.
-
Un mes después...
El cielo estaba azul. Las flores adornaban el camposanto.
El mural con los nombres de Javier y Natali se había terminado.
Sus rostros, dibujados con amor por Steve, adornaban la entrada del nuevo refugio para jóvenes en duelo.
Una promesa: “Nunca más estarán solos”.
Yo sostenía la mano de Steve.
Sara bautizada.
Percy comiendo cinco donas de chocolate como homenaje a sus amigos.
Los padres de Javier y Natali lloraban… pero también sonreían.
—¿Crees que ellos nos están viendo? —pregunté.
—Sí —respondió Steve—. Y nos están diciendo que no dejemos de vivir.
Él me miró a los ojos y me besó.
Con tanto amor, tanto fuego, tanto nosotros.
"No sé qué vendrá después. Pero sé quién va conmigo. Y mientras Él esté en el centro… no temeré."