El segundo esposo

Capítulo 4

Elena se alejó del apuesto caballero a paso indignado. Él trató de decirle algo a sus espaldas, pero ella no se detuvo. ¡Igualado! ¡Libertino! ¿Cómo osaba insinuársele a una extraña? Había caballeros que en definitiva no lo eran.

Su indignación no fue impedimento para que reconociera a la señora Alves sentada en una mesa de la esquina. Entonces toda su molestia se disipó y fue reemplazada por algo más apremiante: sus problemas actuales. ¿Qué importaba un libertino cuando tenía que proteger a Dani de su cuñado?

La señora Alves también la reconoció, alzó su brazo corto y regordete en el aire para pedirle que se acercara. Lo hizo con timidez, como si temiera llamar la atención de otra persona que no fuera Elena.

Ella se acercó a la mesa y tomó asiento de inmediato en la silla desocupada. El corazón le palpitaba con fuerza, sentía que estaba haciendo algo indebido.

—Muchas gracias por acceder a encontrarse conmigo. Le pido una disculpa por la premura —dijo Elena con el rostro hacia el frente.

—Debo admitir que su nota me dejó intrigada, aunque no sé cuánto pueda serle de ayuda —replicó la señora Alves mirando hacia las mesas de junto.

Elena asintió, ella tampoco lo sabía, pero era lo único que se le había ocurrido anoche mientras lloraba contra la almohada. La señora Alves era una amiga de la infancia de su madre y Elena sabía que su marido había trabajado como jurista en la corte de Encenard hasta su fallecimiento acaecido hacía algunos años. Elena, quien desconocía todo sobre leyes y testamentos, esperaba que la mujer la pudiera orientar acerca de las opciones con las que contaba para defenderse de la voluntad de su cuñado. Tal vez la señora Alves no fuera jurista personalmente, pero haber estado casada con uno durante tantos años le debía haber dejado alguno que otro conocimiento legal.

Sin perder tiempo, Elena comenzó a relatarle su situación. Puso todo su empeño en mantener sus emociones a raya, no quería llorar frente una extraña a la que solo había visto una vez en su vida, ni deseaba llamar la atención de las otras mesas. Habló sosegada, enfocándose en los hechos. Sin embargo, al llegar al punto de la amenaza de Larson de enviar a Dani a un internado, fue inevitable que su voz se quebrara.

La señora Alves le ofreció un pañuelo, previendo que fuera a derramar alguna lágrima, pero Elena negó. Pestañeó enfática hasta que logró sosegarse por sí misma.

—Cualquier cosa que pueda decirme va a ser de ayuda, la verdad es que me siento perdida y, con mi cuñado en control de las finanzas, me va a ser imposible contratar a alguien que me asesore —concluyó pasando los dedos por la servilleta blanca en su regazo.

La señora Alves asintió despacio, su semblante no era alentador.

—Ojalá tuviera mejores noticias para usted —dijo finalmente—, pero si su marido eligió a su hermano para ejecutar el testamento, no hay mucho que usted pueda hacer, contrate un asesor legal o no. Su niño y los bienes quedarán en poder de su cuñado. La única forma en la que usted podría librarse, sería contrayendo matrimonio de nuevo, así su cuñado perdería poder sobre usted; sin embargo, eso no eximiría a su hijo, ni su herencia.

Elena negó enfática.

—Jamás podría separarme de Dani. Preferiría vivir bajo el yugo de Larson.

—Sí, eso imaginé… —se lamentó la señora Alves—. ¿Cuándo será la lectura del testamento?

—Esta tarde, esperamos al abogado a eso de las cinco —dijo Elena, pálida y atribulada.

—No se dé por vencida aún. Usted misma me acaba de decir que su esposo y su cuñado tenían una mala relación, ¿no es así?

—Sí, peleaban todo el tiempo. Larson apenas visitaba la finca un par de veces al año, Víctor lo encontraba irredimible.

—Entonces, ¿qué le hace pensar que lo dejaría en control de los bienes de su hijo? Sería una locura y, según dice usted, su esposo era un hombre calculador.

—Lo era, todo con él era muy racional, eran de las cosas que más me agradaban de Víctor —contestó Elena con un toque de melancolía—. Sin embargo, ¿a quién más le dejaría el control? Larson es el único familiar de Dani.

—Pero el albacea no tiene que ser forzosamente un familiar —argumentó la señora Alves—. ¿Le tenía confianza al administrador de la finca? Puede que se lo haya dejado a él o a algún otro conocido.

Elena se detuvo a considerarlo. El administrador de La Tormenta, el señor Kirgan, y su esposa jamás habían sido especialmente amables con Elena; solían mirarla con desconfianza, pues asumían que, siendo ella la hija del antiguo administrador, les tenía alguna especie de recelo. Jamás había sido el caso, pero era lo que ellos pensaban. Al menos esa impresión tenía. Aún así, tener al señor Kirgan a cargo de La Tormenta y la herencia de Dani iba a ser un escenario infinitamente preferible, pues, aún con la fría relación que tenían, no lo consideraba un hombre deshonesto ni propenso a la crueldad. A decir verdad, cualquiera haría un mejor papel que Larson Harlan.

❣ ❣ ❣

El abogado llegó a las cinco en punto. Larson, Elena y el señor Kirgan lo recibieron en la que había sido la oficina del señor Harlan. El ambiente se sentía sofocado, pero nadie sugirió abrir una ventana. Todos miraban al abogado con atención desde sus posiciones. Larson de pie con un hombro recargado contra un librero de caoba. El señor Kirgan y Elena sentados en las sillas delante del escritorio, viendo al abogado prepararse para la lectura del testamento.




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