El segundo esposo

Capítulo 7

Afuera estaba oscuro, la luna era insuficiente para iluminar los vastos terrenos que se extendían al horizonte. Elena trató de aguzar la vista, pero lo único que distinguía eran matices de oscuridad. Tenía los nervios de punta, en cada árbol que se movía, en cada sombra que vislumbraba, creía ver a Larson.

Los peones tenían estrictas órdenes de no dejarlo entrar a La Tormenta, pero eso no le había impedido a su cuñado intentarlo todos los días desde la lectura del testamento. Estaba fuera de sí y Elena tenía la certeza de que no se iba a resignar tan fácil, primero agotaría todos los caminos para hacerse de la fortuna de Víctor y le inquietaba no saber cuál sería su siguiente paso.

—Le traje un té, señora —dijo Lynn a sus espaldas.

—No, gracias —contestó ella sin quitar la vista de la ventana.

—Le va a hacer bien. Lleva días sin dormir —insistió el ama de llaves.

Elena negó con los labios apretados. No solo la conocía desde que era una niña, sino que llevaban tres años bajo el mismo techo y aún se le seguía olvidando que a Elena no le gustaba el té.

—Llévatelo, Lynn. Dáselo a alguien más, si me lo dejas va desperdiciarse —dijo mientras comprobaba los latidos de su corazón intranquilo con su mano.

El ama de llaves salió de inmediato llevándose la bandeja con ella. Elena no la vio, pero a juzgar por sus pisadas, el rechazo la había ofendido.

Unos arbustos se sacudieron de más a la distancia. Desesperada por vislumbrar algo en claro, Elena inclinó el rostro hacia delante, estrellando su frente contra la ventana. El cristal vibró por el impacto, Elena se llevó las manos a la frente y dio un paso atrás. Estaba siendo muy irracional y a ella no le gustaban las personas irracionales.

Debía calmarse. Al fin y al cabo, ¿qué podía hacer Larson? ¿Entrar en plena noche a gritarle? Sus reclamos no modificarían el testamento y tenía la certeza de que no atentaría contra su vida.

El día de la lectura del testamento, una vez que lograron deshacerse de Larson y pudieron continuar, se enteraron de la estipulación de Víctor en la que precisaba que si algo llegaba a ocurrirle a Dani o a Elena, todo el dinero sería donado a la caridad. Al parecer, Víctor tenía una peor opinión de Larson de lo que nadie sospechaba y se había anticipado a que su hermano pudiera atentar contra la vida de su familia. En ese sentido, Elena podía estar tranquila, aun así, algo le decía que no estaba fuera de peligro. Larson no desistiría de la herencia, seguiría buscando el modo de hacerse del dinero y el control de la finca. Casi podía sentir su presencia en La Tormenta, acechándola, esperando una oportunidad para atacar…

Estaba siendo ridícula, se dijo. Debía dejar de armar historias en su cabeza. Se apartó de la ventana y caminó hasta el sillón, ahí la esperaba el material de tejer. Llevaba días con la intención de hacerle un suéter a Dani y parecía incapaz de siquiera montar los puntos.

Se forzó a tomar asiento y agarrar las agujas. Aún no montaba el tercer punto cuando Lynn volvió a entrar.

—Le traje sopa, señora —dijo el ama de llaves con una sonrisa afable.

—Gracias, no tengo hambre —replicó Elena alzando la vista hacia ella.

—Coma un poco, apenas y probó bocado en la cena. Tener algo caliente en el estómago le hará bien —insistió Lynn.

Elena frunció la boca. Era cierto que había cenado poco, el plato había quedado prácticamente intacto. Aun así, no tenía apetito. Iba a negar, pero entonces vio la expresión solícita del ama de llaves y se lo pensó mejor. Su relación con Lynn dejaba mucho que desear, ella había sido su mayor detractora desde el día en que se casó, no la consideraba digna del patrón y jamás lo había ocultado. Elena incluso se había llegado a plantear la posibilidad de despedirla, pero Lynn llevaba sirviendo a los Harlan desde que Víctor era un niño y había temido que deshacerse de un miembro tan antiguo del personal la dejara en mal con el resto del servicio. Ahora Lynn parecía estar haciendo un esfuerzo por ser cordial, tal vez la muerte del patrón la había hecho reflexionar o era el temor de saber que Elena iba a estar en completo control de la finca hasta que Dani fuera de edad. Como fuera, a ella también le correspondía poner un poco de su parte para llevar la fiesta en paz. Ya había rechazado su ofrecimiento de té, no quería rechazarla una segunda vez.

—Tienes razón, un poco de sopa me vendría fantástico —dijo haciendo a un lado el tejido.

Lynn se mostró complacida y le acercó la bandeja con la sopa. Elena comenzó a remover el líquido con la cuchara, el vapor que expedía le calentó las mejillas.

—La próxima semana haremos mermelada, espero que ya tengas los frascos listos —dijo antes de llevarse la cuchara a la boca.

—Así es, señora. Ya los encargué —dijo Lynn siguiendo la dirección de la cuchara.

La sopa dejó un gusto metálico en su lengua, Elena se lamió los labios, preguntándose qué era.

—¿Quién preparó la sopa?

—Yo, señora —contestó Lynn con orgullo.

Por compromiso, Elena comió un poco más. Cada probada llevaba consigo el mismo gusto extraño. Elena pensó que habría sido mejor dejarle el trabajo a la cocinera, la cual tenía un sazón exquisito.

Lynn pareció satisfecha, pues dejó de verla para girarse hacia la ventana.




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