La posada Molino del Príncipe era un establecimiento de mala reputación a donde solo iban aquellos cuyas intenciones distaban de ser honorables. Caballeros con sus amantes, hombres con asuntos turbios y personas escondiéndose de sus acreedores. Fabián caía en esa tercera categoría, aunque lo que debía no era dinero, sino un matrimonio. No podía volver a su hogar y tampoco podía alojarse con alguno de sus hermanos. Estaba seguro de que antes de que acabara la noche el padre de Amanda iría a hablar con el suyo para exigirle que Fabián se casara con su hija y, si lo encontraban, los Grimaldi lo llevarían a rastras a contraer matrimonio.
A nadie le iba a importar que todo fuera una treta de Amanda y que hubiera sido ella quien se le lanzara encima. Sus padres bien se lo habían advertido hacía nada. Lo único relevante es que los habían encontrado besándose en una habitación oscura. Amanda había comprometido su honor adrede y la sociedad esperaba que fuera Fabián quien respondiera.
No podía, se rehusaba a casarse con esa artera y por eso, en cuanto su cochero volvió de dejar a Ofelia en su hogar, le pidió llevarlo a la posada. Necesitaba esconderse hasta que se le ocurriera un modo de librarse de ese condenado matrimonio.
La habitación era pequeña y olía a encerrado. Las sábanas presentaban manchas sospechosas y el acolchado de las sillas tenía roturas en las esquinas. Sin embargo, a Fabián poco le interesaba, se quedaría a vivir ahí si era necesario. Ansioso, caminaba de un extremo al otro, tratando de pensar en una forma de librarse de la boda. Su familia con frecuencia se quejaba de que era un maestro del engaño y la farsa, esta sería la prueba de fuego para sus retorcidas dotes. ¿Y sí fingía su propia muerte? No, demasiado dramático. ¿Y si se marchaba al extranjero? Había escuchado que Dranberg era un reino magnífico, además, iba a ser interesante vivir en un lugar con dragones y sus mujeres tenían fama de bellas… Pero no podía simplemente desaparecer, su familia se angustiaría mucho y no quería hacerlos sufrir, en especial a Feli que tan mal lo estaba pasando. Fabián resopló sonoramente. Qué situación más imposible.
El sonido de pasos fuera de su habitación lo sacó de sus elucubraciones. Impaciente, caminó hacia la puerta. El posadero había prometido subirle una botella de su mejor licor, llevaba rato con la puerta entreabierta aguardando su llegada y bastante estaba demorando. Se asomó hacia el pasillo, presto para quejarse del mal servicio, pero en lugar del posadero se encontró de frente con un hombre de aspecto sucio que llevaba a una mujer inconsciente en brazos.
—Oh… lo siento, creí que… —dijo haciéndose hacia atrás, confundido por la escena.
—Se le pasaron las copas —dijo el hombre aludiendo a la mujer, en tanto que emitía una risita sucia.
Fabián intentó verle el rostro a la mujer, pero el hombre se lo había cubierto echándole encima su abrigo, lo único visible era el borde de su vestido negro. Debía tratarse de alguien que estaba de luto; en ese caso, no podía culparla por beber de más y era bueno del hombre cubrirle el rostro para proteger su identidad.
Sin decir palabra, Fabián volvió a su habitación y entrecerró la puerta. Era preferible limitar su interacción con otra gente, no podía arriesgarse a que alguien lo reconociera. Bastante dinero había tenido que soltar al posadero para que prometiera callar que El héroe de los niños estaba en su posada.
❣❣❣
Elena sintió el primer puntapié en la cadera como una sensación vaga, una molestia leve que no alcanzó a despertarla. El segundo, en la cintura, dolió más y la arrancó de entre los sueños. Abrió los ojos de golpe, estaba desparramada sobre el suelo y Larson la miraba desde arriba.
—Levántate, ahora —le ordenó.
Elena quiso hacerlo, no por obedecer, sino para evitar que él volviera a darle con la bota. Pero su cuerpo no reaccionó, se sentía lánguida y enferma. Tenía el estómago revuelto y una migraña espantosa. Movió los brazos y las piernas torpemente, como un cervatillo aprendiendo a caminar.
—¡Levántate! —ladró Larson al tiempo que se agachaba para tomarla de un brazo y alzarla de un tirón.
El chillido que escapó de sus labios le sonó ajeno, ronco y afectado. Elena estiró el brazo que tenía libre para asirse de una silla frente a ella y fue una suerte que alcanzara el respaldo antes de que Larson la soltara. Sus rodillas amenazaron con vencerse en cuanto quedó libre, pero se forzó a aguantar, sosteniendo la mayor parte de su peso contra la silla.
Su respiración era agitada y sus pensamientos difusos, aún no lograba vencer lo que fuera que la había hecho perder la consciencia.
Miró a su alrededor, tratando de ubicarse y entender qué ocurría.
—¿Dónde estoy? —preguntó al no reconocer la habitación.
—Eso no te importa. Lávate la cara y despéjate antes de que llegue el oficiante —ordenó Larson señalando la jofaina que estaba en una esquina.
—¿El qué? —preguntó Elena tratando de acomodar sus pensamientos. ¿Cuánto tiempo llevaba inconsciente? Y más importante, ¿dónde estaba Dani?—. No pienso hacer nada hasta que me expliques qué está pasando —exigió en la voz más firme que su malestar le permitía. Para que Larson supiera que hablaba en serio, irguió la espalda, aunque no logró soltarse de la silla.
—Aquí no estás en posición de demandar nada. De ahora en adelante me encargaré de que obedezcas cada cosa que salga de mis labios. ¿Creíste que habías ganado? Mi hermano fue un cretino al dejarte a cargo de todo, pero yo voy a ponerle remedio.
#67 en Novela romántica
#19 en Otros
#2 en Novela histórica
matrimonio falso, matrimonio entre desconocidos herencia, viuda joven
Editado: 26.09.2025