Un par de metros jamás habían parecido tan largos como la corta distancia de la cama a la puerta de la habitación. Elena podía escuchar los alaridos e improperios de Larson detrás de ella. Su intención había sido darle en la cara para así ganar más tiempo, pero los nervios la habían traicionado y solo pudo darle en el pecho y el cuello. Su cuñado no iba a tardar en salir disparado tras ella e iba a alcanzarla en un par de zancadas.
Sabiendo que no lograría salir de la posada, decidió encontrar un escondite y, para su enorme fortuna, la primera puerta que encontró más adelante en el pasillo estaba entreabierta. Sin pensarlo, se metió y cerró tras ella.
Presionó las manos contra la puerta, como asegurándose de que no fuera a abrirse por error. Su cuerpo entero era un escalofrío, podía sentir su pulso en sus oídos.
—¡Al fin…! —escuchó una voz masculina a sus espaldas—. Oiga, usted no trae mi trago —se quejó al verla mejor.
Elena se giró hacia la voz y alzó las manos en señal de súplica.
—Por favor, déjeme esconderme. Me van a hacer daño —rogó en un susurro—. Por favor, no me delate.
El hombre arrugó el ceño y la miró de arriba abajo.
—¿De qué habla? —preguntó en voz antipática.
En ese instante, los gritos de Larson inundaron el pasillo.
—¡Ven acá! ¡No te escondas! ¡Vas a pagarlo caro!
Las manos de Elena temblaban mientras las movía para suplicarle al hombre que guardara silencio.
La mirada de él se suavizó. Se quedó quieto en tanto que escuchaban los pesados pasos de Larson pasar de largo por el pasillo.
—¡Sal ahora o lo pagarás! —iba gritando. Su voz se fue apagando conforme se alejaba.
El hombre dio un paso hacia Elena, acercando una de las lámparas de aceite para iluminarle el rostro. La luz reflejó su expresión aterrorizada. Sus largas pestañas hicieron sombra sobre sus bellos rasgos.
—Yo la conozco —susurró él, aguzando la vista.
En ese momento, ella también lo reconoció. Se trataba del apuesto sinvergüenza que se le había insinuado en el mesón. Aunque la coincidencia le desagradó, tenía claro que él era el mal preferible en ese instante.
—Por favor, no diga nada, en unos minutos saldré de aquí y dejaré de molestarlo —pidió sin poder dejar de temblar.
—¿Quién es ese que grita? ¿Por qué la está buscando? —quiso saber Fabián.
Elena agachó la mirada, su labio inferior comenzó a vibrar. Él la miró con atención, intentando sacar algo en claro de sus gestos.
Alguien llamó a la puerta. El rostro de Elena se contrajo en un espasmo, volvió a mirar a Fabián suplicante y se llevó las manos a la boca en tanto que un par de lágrimas brotaban de sus ojos.
—Señor, su botella —anunció el posadero al otro lado.
Fabián dio un paso hacia ella, o más bien, hacia la puerta que Elena bloqueaba.
—Voy a recibir el encargo, no temas, no pienso delatarte —dijo en voz baja y moviéndose con mucho sigilo, como si Elena fuera un animal silvestre que no quisiera espantar.
Ella no se quitó del camino de inmediato, dudó unos instantes. Esta era la habitación de él, no tenía derecho a oponerse a que abriera la puerta y si, a final de cuentas, resultaba que al abrir llamaba a voces a Larson para delatarla, nada podría hacer para impedírselo.
Con mucho pesar, se hizo a un lado, esperando que él cumpliera su promesa.
Fabián abrió la puerta solo lo suficiente para que el posadero lo viera y estiró las manos para que le entregara la bandeja.
—Bastante le tomó, ¿eh? —reclamó de forma distraída.
—Lo siento, señor Grimaldi, tuvimos un inconveniente en la cocina y luego su primera botella se la quedó…
—¡Oiga! ¿No ha visto a una mujer vestida de negro por aquí?
Elena se pegó contra la pared al escuchar la voz de Larson. Estaba afuera junto al posadero, con que el señor Grimaldi abriera la puerta un poco más, él la vería. Contuvo la respiración, sintiendo palpitaciones por todo el cuerpo.
—¿Una mujer vestida de negro? Vaya… Pues no que yo recuerde… —dijo Fabián mirando al techo como si estuviera haciendo memoria—. Debe estar abajo. Cuando llegué había varias mujeres cenando, aunque no recuerdo cómo iban vestidas.
—No, esta no estaba abajo. Ella… es una mujer peligrosa, inestable. No anda bien de la cabeza, inventa historias, miente de todo. Es muy importante que la encuentre antes de que se haga daño a ella misma o a alguien más.
—Oh, no me diga que una loca anda suelta… ¡Mi clientela!—se lamentó el posadero.
—Ayúdeme a encontrarla y deje de quejarse. Y no importa el cuento que le invente, usted no le crea. Va a decir de todo para que la deje ir —contestó Larson.
Elena sintió oleadas de pánico en tanto que estudiaba el perfil de Fabián para ver si le estaba comprando la mentira a Larson. Era difícil decirlo, él se limitaba a asentir con expresión vacía.
—Espero que encuentre a su lunática, señor. Si la veo, no dudaré en informarle de inmediato —dijo Fabián antes de cerrar la puerta. Al instante, se giró hacia Elena, quien seguía presionada contra la pared—. ¿Es usted una lunática, señora Harlan? —Ella negó con vehemencia—. Ya me lo suponía —suspiró él—. Venga, tómese un trago conmigo y explíqueme qué está pasando.
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Editado: 26.09.2025