El segundo esposo

Capítulo 10

La incertidumbre roía el corazón de Elena en tanto que aguardaba el regreso del señor Grimaldi. No podía estarse en paz, se sentaba, caminaba por la habitación, volvía a sentarse para de inmediato ponerse de pie y seguir caminando. Sentía la espalda empapada en sudor y el estómago hecho un nudo. Si tan solo supiera qué pretendía él, pero solo le había dicho que volvería en unos instantes y que no abriera la puerta.

¿Cómo planeaba sacarla de la posada si Larson seguía buscándola en cada rincón? Ya hasta le había pagado a unos mozos para dar con ella, podía escucharlos por los pasillos aporreando las puertas y llamándola a voces, advirtiéndole a todos que una mujer vestida de negro estaba suelta y que era peligrosa. Seguro que las salidas estaban bloqueadas… Por más que Elena se devanaba los sesos, no se le ocurría de qué modo el señor Grimaldi iba a poder sacarla de ahí.

Se asomó por la ventana, estaba demasiado alto para que pudiera bajar por la fachada, además, seguro que alguien la vería.

Mientras aferraba los dedos al alféizar, escuchó la puerta abrirse. Se giró de inmediato, el señor Grimaldi venía cargando un bulto color rojo y lo que parecía la crin de un caballo.

—Todo listo —anunció satisfecho, dejando todo sobre la cama—. Estoy casi seguro de que es de su talla.

Elena se acercó, vio que se trataba de un vestido vulgar y una peluca negra. Entendió que él pretendía disfrazarla para burlar a Larson y sus ayudantes.

—¿De dónde sacó esto?

—De una huésped que suele ser habitual por aquí. Me aseguró que el vestido estaba limpio, aún no hacía el cambio de la noche y accedió a vendérmelo por un buen precio.

Elena arrugó el ceño, analizando la prenda.

—¿Y también traía una peluca de sobra?

—Sus clientes disfrutan de la variedad —contestó Fabián encogiendo los hombros.

Elena soltó un chillido horrorizado al comprender a qué se refería.

—¿Pretende usted que me ponga el vestido de una…?

—¿Trabajadora nocturna? Entiendo que la idea no la entusiasme, señora Harlan, pero es eso o esperar a que su cuñado se dé por vencido y no parece tener intenciones de hacerlo pronto.

—Ya le dije que no puedo esperar, debo llegar con mi hijo.

—Entonces solo le queda una opción —dijo Fabián señalando el vestido.

Elena refunfuñó para sus adentros. Qué indigno tener que rebajarse así, pero el bienestar de Dani valía mucho más que un momento de bochorno.

Tomó el vestido y caminó hacia el biombo que estaba cerca de la ventana.

—Confío en que será un caballero —dijo antes de ocultarse tras la división.

Él asintió, aunque el brillo divertido en su mirada delató al pilluelo que llevaba dentro.

Elena se mudó el sobrio vestido negro por el rojo. La talla era correcta, sin embargo, se sintió extremadamente incómoda. El vestido era mucho más sugerente de lo que jamás hubiera imaginado que una prenda podía ser y no entendía cómo había mujeres que podían vestir así de forma habitual, se sentía expuesta y vulgar.

Salió de detrás del biombo con las manos entrelazadas al frente y los ojos clavados al suelo, sin atrever a mirarse al espejo.

A Fabián se le cortó el aliento, lo escuchó con claridad y no pudo evitar alzar la vista. Lo encontró mirándola boquiabierto, sus ojos la recorrían de arriba abajo con incredulidad.

—Vaya… qué… cambio…

—¿Me veo terrible? —preguntó ella sonrojándose.

—Al contrario, se ve… Bueno, digamos que es seguro que su cuñado no va a reconocerla —dijo Fabián carraspeando un par de veces para superar la impresión. No deseaba externar lo que pasaba por su mente y volver a ofenderla como había hecho en el mesón, era claro que ella era una mujer recatada y no quería poner en riesgo su nuevo alojamiento. Tomó la peluca y se la tendió—. El toque final.

Elena se acercó la peluca a la nariz, olía a perfume barato mezclado con algo más. ¿Qué remedio? Se puso la peluca y comenzó a acomodársela como bien podía. Algunos cabellos negros se le fueron a la cara y tuvo que cerrar los ojos en tanto que procuraba arreglarse a ciegas.

De forma repentina, sintió unos dedos sobre su cara, apartándole los mechones con delicadeza. Al abrir los ojos, vio al señor Grimaldi pasando sus manos por sus mejillas y acomodando la peluca con mucho cuidado. Se quedó sin habla. El gesto le pareció demasiado personal para tratarse de un extraño, él se estaba tomando una confianza excesiva, ajena a las buenas costumbres. Pensó en protestar, pero, ¿qué de esta velada iba acorde a las buenas costumbres? Había sido secuestrada por su cuñado, se hallaba a solas con un hombre en su habitación y estaba usando la ropa de una mujer cuya profesión no quería ni mencionar. ¿Hacía tanta diferencia que él le apartara unos mechones de la cara?

—Así está mejor —dijo él con una media sonrisa.

—Gracias.

—Ahora, asumo que anticipa el papel que vamos a tener que actuar para salir de aquí, ¿cierto?

Muy a su pesar, Elena asintió. Claro que ya lo imaginaba.

Él tomó la botella y se la tendió.




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