En cuanto llegaron a la finca, Elena se precipitó a la recámara de Dani. Él dormía plácidamente, ajeno a los peligros que lo acechaban. Sin pensar si iba a despertarlo o tomar en cuenta cualquier otra consideración, Elena levantó al niño y lo estrechó con fuerza contra ella.
Dani abrió los ojos desconcertado y quejoso, aunque al ver que se trataba de su madre, cambió el semblante y la abrazó de vuelta.
Una alegría indescriptible la inundó. Lo había logrado, su hijo estaba a salvo.
—¿Sucede algo malo, señora? —preguntó la niñera entrando a la habitación a paso tambaleante, con el cabello hecho una maraña y los ojos lagañosos.
—¿Alguien ha entrado a la recámara, Aryn? —preguntó sin soltar a Dani, sintiendo que jamás iba a estar lista para apartarse de él.
—Nadie… Bueno, la señora Lynn vino hace rato a preguntar si ya dormía. Se me hizo extraño, ella nunca toma interés por el niño, pero… —la niñera se encogió de hombros al tiempo que se tallaba los ojos para despejarse, las pisadas abruptas de Elena la habían arrancado del sueño profundo en que se encontraba.
—No vuelvas a dejarla entrar, ¿me escuchaste? Es más, nadie tiene autorización para acercarse a Dani. Quiero que seas muy estricta respecto a quien convive con mi hijo de ahora en adelante, ¿entendido?
—Claro, señora Harlan.
—Mamá, sueño —se quejó Dani en balbuceos.
Elena asintió, volvió a abrazar a Dani y lo depositó sobre la camita. Luego se incorporó. Al girarse, notó la cara de sorpresa de la niñera al ver su exótico vestido rojo, pero estaba demasiado agotada para dar explicaciones.
—Recuerda, que nadie se acerque a Dani —dijo antes de salir de la habitación.
Sabía que el señor Grimaldi lo esperaba en la planta baja, pero antes de hacer todo lo que tenía por hacer, fue a su habitación y se cambió de ropa. Una vez que estuvo vestida a su gusto, se sintió más cómoda, más dueña de sí. La noche transcurría con la misma suavidad que un temporal y aún no acababa.
Bajó las escaleras y notó el ruido que provenía de la sala. Al entrar se encontró con que Fabián estaba en compañía de una de las criadas, quien aunque estaba en bata de dormir, trataba de mantener una actitud profesional.
—El caballero me indica que va a alojarse en La Tormenta —dijo la criada al verla entrar, buscando su confirmación.
—Así es, Rosy. Por favor, pide que preparen una de las habitaciones de huéspedes cuanto antes —replicó ella—. ¿Dónde está Lynn?
—Dormida, señora.
—Despiértala de inmediato y hazla venir —dijo en voz de mando.
Rosy asintió antes de precipitarse fuera de la sala. Aryn y ella eran los únicos dos miembros del servicio que Elena había contratado desde su casamiento. Solo en ellas tenía la certeza de que podía confiar.
—¿Vas a denunciar a tu ama de llaves? —preguntó Fabián, sentado en la silla más acolchada con los pies sobre un taburete.
—¿Serviría de algo? ¿Serviría denunciar lo que está haciendo Larson? —preguntó ella, pesimista—. Finalmente, él es hijo de una familia acaudalada, debe tener contactos. Yo, en cambio, no soy nadie.
—Difícilmente, si aquí mismo te estoy viendo.
—Hablo en serio. Yo no vengo de una familia de renombre. Mi padre era administrador de esta finca, era un hombre honrado, pero de poca importancia.
—La justicia es para todos.
Elena se dejó caer sobre el sillón.
—Esa es una idea bonita, pero… —dejó morir la frase y clavó sus ojos inquisitivos en Fabián—. ¿Está huyendo de las autoridades?
—¿De dónde salió eso? —preguntó él con sorpresa—. Estábamos hablando de tu cuñado y tu familia.
—Conteste lo que le pregunto. Dijo que necesitaba esconderse unos días, que no podía volver a su hogar. Por más agradecida que esté por su ayuda, necesito saber si estoy encubriendo a un prófugo de la justicia.
Fabián se echó a reír. Su carcajada brindó más calidez a la estancia que el fuego que ardía en la chimenea. Era el mismo sonido que en el carruaje y Elena descubrió que le agradaba.
—Soy una especie de prófugo, aunque nada que involucre a las autoridades. Puedes estar tranquila, la guardia real no se presentará a tu puerta para arrestarme. Mis líos son de otra índole.
Elena se le quedó mirando con ojos entornados.
—Líos de faldas —concluyó secamente. Fabián chasqueó la lengua y esa fue toda la confirmación que Elena necesitó—. Por qué no me sorprende…
—Un problema a la vez, primero lidiemos con tu ama de llaves —dijo él restándole importancia al asunto. Fabián estaba descubriendo que mientras se centrara en ayudar a Elena, sus propios problemas parecían hacerse pequeños.
El ama de llaves entró de mala gana, enojada de que la hubiesen despertado. Sin embargo, su gesto irritado mudó por asombro al ver a Elena en la sala.
—Pero, ¿cómo…?
—¿Cómo escapé de las garras de Larson? —acabó Elena por ella con voz endurecida.
Lynn dio un paso hacia atrás, pálida como fantasma.
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Editado: 24.09.2025