El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

PRIMERA PARTE: Lyanna - CAPÍTULO 9

—Y entonces, explotaron todos los vidrios de la biblioteca, ¡boom!— exclamó Augusto, extendiendo los brazos para enfatizar la explicación.

—¿Y qué dijo Gov?— le preguntó Llewelyn, tomando otro trago de su jugo de naranja.

—¡Mudo! ¡Debiste ver su cara!

—¿Furioso?

—Más bien entre horrorizado, fascinado y complacido— respondió Augusto, atacando su sándwich.

—Creo que exageras— dijo Llewelyn—, un rostro no puede mostrar todo eso de una sola vez.

Augusto se encogió de hombros.

Estaban almorzando en el comedor de la escuela. Hacía casi dos años que Humberto había estabilizado la conexión de la cúpula de energía con la del bosque de Walter, en el mundo de Augusto y Juliana, como lo llamaba Llewelyn. Ahora era posible hacer viajes de ida y vuelta al otro mundo, aunque no muy asiduamente. Lug había cruzado varias veces para hacer un seguimiento de cierta investigación que le había encargado a Juliana. Nadie sabía a ciencia cierta de qué se trataba, excepto Cormac, y por supuesto, Dana. Llewelyn tenía demasiadas cosas en la cabeza con sus responsabilidades en la escuela para que le preocupara en qué andaba su padre. Además, Lug sabía cuidarse solo, bueno, no siempre, pero con Dana y Juliana vigilándolo de cerca, su protección estaba asegurada.

En uno de esos cruces, Lug volvió al Círculo con Augusto, el hijo de Juliana. Lug le había hablado a Augusto sobre la escuela de Alaris, y éste se había mostrado muy interesado, así que cuando Lug le propuso inscribirlo en la escuela de las Marismas para intentar desarrollar habilidades especiales, Augusto aceptó encantado. Pero más complacido estuvo Llewelyn al volver a ver a su viejo amigo. Aunque Llewelyn era uno de los maestros y Augusto solo un alumno principiante, los dos andaban siempre juntos y se volvieron los mejores amigos del mundo.

Después del curso de iniciación, en el cual el ya joven adulto Augusto parecía siempre estar a años luz del desarrollo de sus compañeros niños del Círculo, el muchacho finalmente comenzó a percibir energías y a ser capaz de mover pequeños objetos con la mente. Aquello fue un triunfo glorioso para alguien como él, bloqueado totalmente a aquellos actos, que en su mundo se consideraban sobrenaturales y mágicos. Al ver sus aptitudes, Govannon lo tomó en sus clases y comenzó a enseñarle la manipulación de la materia física. Su progreso era lento, pero no desdeñable.

Aquella mañana, Govannon había estado trabajando con la manipulación del silicio, y en un exceso de entusiasmo, uno de los estudiantes había hecho vibrar su montículo de arena de tal manera que había entrado en resonancia con los vidrios de los enormes ventanales de la biblioteca donde trabajaban. La explosión resultante había causado un alboroto sin precedentes en toda la escuela. Luca, el jefe de seguridad, había sonado la alarma y declarado estado de emergencia porque pensó que estaban bajo ataque. Todo se calmó cuando Govannon explicó que solo había sido un accidente. Ahora, durante el almuerzo en el comedor, donde se reunían la mayoría de los estudiantes y maestros, Llewelyn escuchaba la historia de la explosión de primera mano, de labios de su mejor amigo.

—¿Y qué va a pasar ahora?— preguntó Llewelyn.

—Las clases están suspendidas hasta nuevo aviso. Gov puso a sus alumnos más adelantados a reparar los vidrios, pero es seguro que ya no tendremos permitido trabajar en la biblioteca.

—¿Entonces?

—Creo que Gov construirá un salón subterráneo, desprendido del palacio y lejos de los túneles, para dictar sus clases.

—¿Subterráneo? ¿No es eso peligroso? Otro exceso de entusiasmo y quedarán todos enterrados— comentó Llewelyn.

—Es por eso que Gov está trabajando con Humberto para recubrir el salón con un campo de energía protector. De esa forma, los ejercicios de clase no tendrán repercusiones más allá del salón— explicó Augusto.

—Resolvieron las cosas muy rápido— opinó Llewelyn.

—Yo también lo pensé— asintió Augusto—. Creo que hay algo más atrás de esto.

—¿Algo como qué?

 —Llew, accidentalmente vi los planos en el escritorio de Gov: lo que van a construir no es un mero salón de clases, es un refugio. Es enorme, yo diría que puede acomodar cerca de mil personas. Tiene sistemas de ventilación y de iluminación por medio de espejos, tiene varios niveles y varias rutas de escape con un sistema de túneles que parece un maldito laberinto. El accidente les dio la excusa para comenzar con la construcción, pero obviamente, ya lo venían planeando desde antes.

—¿Crees que la escuela está en peligro?

—¿Tú me lo preguntas a mí? Tú eres uno de los maestros, ¿Alaris no te ha insinuado nada al respecto?

—No— negó Llewelyn, preocupado.

—Hola.

Llewelyn se volvió hacia la voz que había saludado. Sonrió al verla parada a la derecha de la mesa con una bandeja que contenía su almuerzo.




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