El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

PRIMERA PARTE: Lyanna - CAPÍTULO 11

El día del duelo amaneció nublado y frío, como para acentuar la preocupación y la tensión de los contrincantes.

Llewelyn y Lyanna vieron a Augusto llegar al lado sur de los jardines junto con Rory. Augusto vestía pantalones de cuero negro con botas también negras. Sobre su cadera izquierda, sobresalía la empuñadura de su espada de Govannon, envainada y enganchada a su ancho cinto. En la parte de arriba, llevaba una camisa de un blanco inmaculado y sobre sus hombros colgaba una espléndida capa azul, sostenida con un broche de plata en forma de sol sobre su pecho. Llewelyn notó que su ex-mejor amigo no llevaba ningún tipo de protección en los brazos ni en el pecho. Esto enfureció internamente a Llewelyn, pues significaba que Augusto tenía plena confianza en que Lyanna no sería siquiera capaz de rasguñarlo.

En contraste, Llewelyn había obligado a Lyanna a llevar un chaleco de cuero grueso que le cubría el torso y parte del cuello. Debajo del chaleco, vestía una camisa marrón y llevaba también muñequeras de cuero en los antebrazos. Completaban su atuendo, unos pantalones de cuero negro y botas altas. Su espada, recientemente forjada, colgaba pesada de su costado izquierdo. Llewelyn hubiese querido revestir a su hermana completamente con una armadura de metal, pero eso habría sido contraproducente, pues el peso y la incomodidad habrían vuelto sus movimientos demasiado torpes y lentos, jugando a favor de la destreza y rapidez de Augusto.

—Qué bueno que ya están aquí, vamos— dijo Augusto con tono desapasionado, internándose más hacia el sur.

—¿Qué hace Rory aquí?— inquirió Llewelyn.

—Es mi padrino— respondió el otro.

—¿Por qué él?— entrecerró los ojos Llewelyn con tono suspicaz.

—¿Por qué no?— se encogió de hombros Augusto.

Llewelyn meneó la cabeza, disgustado, pero no insistió. Rory, con sus escasos dieciséis años, era el mejor Sanador de toda la escuela, probablemente de todo el Círculo. El traerlo a este evento solo podía significar que Augusto esperaba que alguien saliera muy lastimado. Todos en la escuela, incluso Augusto, podían sanar heridas leves: la presencia de Rory presagiaba que las cosas podían llegar a mayores.

Los cuatro caminaron en silencio hasta el borde de los jardines, internándose luego en los extensos huertos de la escuela. Hacia el este, a unos cientos de metros, había una pequeña cabaña de la cual salió una muchacha de unos veinte años.

—¡Hey!— gritó la chica, saludando con la mano y corriendo entre los almácigos hacia ellos.

—¡Maira!— la saludó Rory con una sonrisa.

Maira era la hermana de Julián. Los dos habían llegado al mismo tiempo que Rory a las Marismas cuando eran niños, hacía unos diez años, y se habían vuelto amigos entrañables. Ellos habían sido los primeros alumnos de la escuela de Alaris. Rory había llegado a la escuela, angustiado y escapando de la muerte, pero las circunstancias de la llegada de Maira y Julián habían sido muy diferentes. Maira y Julián eran hijos de Amanda, la actual jefa del comedor, y Luca, el jefe de seguridad de la escuela. Su llegada al palacio de Govannon había sido auspiciada por Lug. Luca, junto con otros dos compañeros llamados Gio y Viño, habían sido guardias personales de un importante noble en Colportor, Overkin, un genocida poderoso y traicionero, enemigo de Lug. Los tres soldados habían terminado cambiándose de bando y aliándose a Lug. Juraron su lealtad a él, abandonando sus puestos y poniéndose a su servicio junto con sus familias. Lug les había dicho que no necesitaba sirvientes, pero encontró el trabajo perfecto para ellos: ayudar a Alaris y a Govannon con el por entonces incipiente proyecto de la escuela. Desde entonces, todos habían fijado su morada en los pantanos.

Maira no había parecido tener ninguna habilidad especial al principio, pero poco a poco, y con la ayuda personal de Alaris, pronto descubrió su talento natural, su vocación, su razón de vida: las plantas. Maira había desarrollado una comunión total con el mundo vegetal. No solo podía comunicarse con ellas, podía hacerlas crecer, florecer, o dar frutos en cualquier estación del año y bajo cualquier circunstancia, aun las más adversas. Solo con sus manos, había transformado una enorme área de pantanos en un vergel impresionante, con plantaciones de todo tipo. Su huerto proveía a toda la escuela con una gran variedad de vegetales y frutas. Maira estaba encargada también del mantenimiento de los hermosos jardines del palacio. Un par de años atrás, había decidido abandonar su habitación en el palacio para venir a vivir al huerto, junto a sus plantas, en una pequeña cabaña de troncos.

Maira observó las espadas y los rostros serios de los cuatro, y frunció el ceño.

—¿Qué sucede?— le preguntó a Rory.

—Nada, solo salimos a dar un paseo— mintió Rory.

Maira estuvo a punto de protestar ante la flagrante mentira, pero su atención fue desviada por la niña rubia que se había arrodillado en la tierra y acariciaba una de sus plantas de lechuga.




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