El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEGUNDA PARTE: Augusto - CAPÍTULO 19

Juliana sonrió al ver a su hijo salir de la cúpula en el bosque de Walter, pero su rostro se oscureció de preocupación cuando vio su brazo en cabestrillo.

—¡¿Qué pasó?!— exclamó, alarmada.

—Hola, mamá, sí, también me da gusto verte— sonrió él—. No te preocupes por esto, no es nada— dijo, quitando el pañuelo que envolvía su brazo y moviéndolo en varias direcciones para que su madre viera que estaba bien.

—¿Realmente estás bien?— preguntó ella, descreída a pesar de la demostración de Augusto.

—Muy bien— asintió él—. Esto es solo un acto— explicó, señalando el pañuelo.

—¿En qué has estado metido, Gus?

—Es una larga historia.

—Que vas a contarme— lo intimó su madre.

—Por supuesto, después de que reciba mi saludo y mi abrazo de bienvenida.

—¡Oh! Lo siento, hijo, es que al verte así...—. Ella lo abrazó: —Me da mucho gusto verte.

—Y a mí— respondió él al abrazo.

—Creí que habías dicho que las vacaciones no eran hasta dentro de unos meses.

—Es verdad, pero hubo un incidente y fui expulsado.

—¡¿Qué?!

—Tranquila, cuando te cuente todo, entenderás por qué hice lo que tuve que hacer.

—¿Qué fue lo que hiciste, Gus?

—Me batí en un duelo ilegal con una niñita de diez años.

—Esto es una de esas bromas tuyas, ¿no?

—No, mamá. Y se pone peor, porque esa niñita es Lyanna, la hija de Lug.

—Augusto Miguel Cerbara, esto es demasiado. Exijo una explicación ahora mismo— le dijo su madre con tono severo.

—Por favor, no uses mi nombre completo así, me recuerda que la última vez que lo escuché, vino seguido de mi condena al exilio— le rogó él—. Vamos, te explicaré todo de camino a casa.

—Más te vale.

Los dos emprendieron el camino por uno de los senderos del bosque, hasta donde estaba estacionado el coche.

—Dame tu mochila, yo la cargaré— se ofreció ella.

—Estoy bien, mamá, en serio— le respondió él, sin darle la mochila—. ¿Cómo va todo por acá? ¿Cómo está papá? ¿Y cómo está Walter? ¿Y cómo están...?

—Todos están bien— lo cortó ella—. Walter no pudo venir a recibirte porque está en medio de un viaje de pesca, y tu padre tampoco porque está fuera de la ciudad por trabajo. Los demás están todos perfectamente. Ahora, cuéntame tu historia.

—Humberto te manda saludos.

—¡Qué considerado! Gracias. Ahora, deja de desviarte del tema de una vez— le espetó ella, impaciente.

—De acuerdo. Pero antes de contarte la historia, debo hablarte de la criatura extraordinaria que es Lyanna.

Augusto describió a su madre la personalidad e increíbles habilidades de Lyanna, y cómo su forma de ser la metió en problemas con sus compañeros. Le relató su descabellado plan para ayudarla y las incómodas consecuencias que todo el asunto le atrajo.

Durante el relato, llegaron hasta el automóvil, parado cerca de una tranquera que daba a un camino vecinal de tierra. Juliana destrabó las puertas con su llave. Augusto se descolgó la mochila y se sacó  el cinto con la espada, abrió la puerta trasera y los colocó sobre el asiento. Luego se quitó su capa azul y la puso encima de la espada envainada, ocultándola. Cerró la puerta y se subió en la parte delantera del coche, del lado del acompañante, mientras su madre tomaba su lugar detrás del volante. Juliana arrancó el motor y emprendieron el camino a casa.

En los últimos años, la familia Cerbara se había mudado a un lugar alejado del centro de la ciudad, a un suburbio tranquilo, con muchos espacios verdes y suficiente distancia entre vecinos como para darles la privacidad que requerían.

—¿Quieres que hable con Lug sobre esto? ¿Qué interceda para que vuelvan a admitirte?— preguntó Juliana, mientras manejaba por el tortuoso camino.

—No, mamá, no es necesario. Alaris prometió reincorporarme ni bien las cosas se enfríen un poco.

—¿Y qué hay de Llewelyn? ¿Siguen siendo amigos?

—Casi me ahorca con sus propias manos, pero cuando le revelé la verdad, todo volvió a la normalidad, y seguimos siendo los mejores amigos del mundo. También me congracié con Lyanna cuando comprendió que no la estaba atacando, sino protegiendo.

—Eres un muchacho muy noble, hijo. Estoy orgullosa de ti.

—Gracias, mamá.

—Igualmente, creo que lo de la expulsión no le va a caer nada bien a tu padre. Tendrás que permitirme suavizarlo un poco antes de que le cuentes la historia.

—De acuerdo. ¿Cuándo regresa a la ciudad?

—En una semana, tal vez, depende de su editor. Está trabajando en un artículo importante.




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