El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

TERCERA PARTE: Liam - CAPÍTULO 25

Greta abrió la puerta de la enorme mansión de los MacNeal y dejó entrar a Liam, saludándolo con una respetuosa inclinación de cabeza:

—La cena estará lista en media hora— le anunció.

—No tengo hambre, Greta.

—Pero…— dudó la sirvienta, que tenía otras órdenes.

—Estaré en mi habitación— la cortó Liam, y se apresuró a subir por las imponentes escaleras de mármol que daban al vestíbulo, antes de que Greta pudiera detenerlo.

—Sí, señor— murmuró ella, suspirando, siguiéndolo con la mirada, escaleras arriba—. Su tío no estará muy feliz— dijo, pero Liam ya estaba en las galerías superiores y no la escuchó.

Liam entró a su cuarto y cerró la puerta de doble hoja con traba tras de sí. Deseaba al menos un momento de paz antes que su padre y su tío vinieran a presionarlo. Fue hasta su bar privado y se sirvió un whisky. Inadvertidamente, tomó el vaso con la mano vendada, y cuando se lo llevaba a los labios, detuvo el movimiento en seco. Habían pasado horas desde que Augusto le pusiera esa supuesta crema anestésica, pero la mano no le había dolido al tomar el vaso. No sentía nada, ni siquiera una molestia. Asaltado por la curiosidad, apoyó el vaso sobre la mesita del bar y usó su mano sana para desatar la ajustada venda.

No podía ser… Fue hasta la cama, encendió la lámpara de su mesa de noche y examinó la mano herida con más detenimiento. Nada. No había lesión alguna. Movió la mano, abriéndola y cerrándola: estaba perfecta. No había ninguna sensación que delatara que unas horas antes se había cortado casi hasta el hueso con una espada.

—Bien hecho, Gus, muy bien hecho…— murmuró con una sonrisa. Pero su sonrisa se apagó cuando se dio cuenta de que tendría que reportar esto también.

La Hermandad, con todos sus grotescos rituales y sus incomprensibles mantras, no podía lograr algo como esto: poder puro y simple, poder verdadero. Liam sintió cierta envidia de que su amigo tuviera acceso a algo que para él estaba vedado, no por alguna falla o incapacidad personal, sino debido a las acciones que debería tomar de ahora en más.

—Espero que algún día puedas perdonarme, Gus— musitó. 

Alguien golpeó la puerta de su habitación.

—Se acabó la paz— murmuró Liam para sí.

Se volvió a colocar la venda en la mano. Apuró su whisky de un trago y fue a abrir. Era Greta:

—Su tío quiere hablarle.

—Más tarde, Greta— dijo Liam, amagando a cerrar la puerta.

—Ahora, señor— le dijo ella, apoyando la mano en la puerta para que él no la cerrara.

Liam frunció el ceño ante el atrevimiento de la sirvienta.

—Lo siento, señor, pero creo que por su bien, es mejor que no se demore— se disculpó ella, nerviosa.

—De acuerdo— suspiró Liam—. ¿Dónde está?

—En el estudio de la planta baja.

—Gracias, Greta, iré enseguida— la despidió él, pero ella no se movió de la puerta—. ¿Qué? ¿Te dijeron que me llevaras de una oreja?— inquirió, disgustado.

—Debo escoltarlo, señor, perdóneme— dijo ella, sin siquiera atreverse a mirarlo a los ojos.

—Entiendo— accedió Liam—. Iré pacíficamente, no necesitas esposarme— bromeó sin humor.

—Lo siento, señor— se volvió a disculpar ella, mientras lo seguía escaleras abajo.

—No te preocupes— la tranquilizó él—. No estoy enojado contigo.

—Gracias, señor— respondió ella, aliviada.

Cuando llegó a la puerta del estudio, Liam apretó los dientes y golpeó suavemente.

—Come in— escuchó la invitación desde adentro.

Abrió la puerta y entró. Solo entonces, Greta se separó de él y volvió a sus quehaceres.

Liam avanzó por la oscura alfombra roja hasta el fastuoso escritorio de caoba. Detrás del escritorio, su tío Freddy se puso de pie al verlo entrar. Era un hombre alto y delgado, de abundante cabello blanco, con ojos de mirada de hielo. Tenía casi sesenta años pero su rostro serio e imperturbable no lo denotaba. Vestía un elegante traje negro, hecho a medida, y una camisa blanca inmaculada. Liam no recordaba haberlo visto nunca menos que impecable. Sus modales eran también perfectos e intachables, típicos del caballero inglés que era. Pero su aspecto pulcro y correcto, escondía a un hombre despiadado e implacable. Todos en la familia le temían, especialmente su padre, que se había convertido en su sirviente incondicional, en su perro faldero. Liam se resistía a terminar así, pero su valentía flaqueaba al enfrentarse a aquel hombre que tenía el poder de crearlo y destruirlo a voluntad, a él y a todos sus seres queridos. ¿Cuándo y cómo habían llegado las cosas a este estado? Seguramente, antes de que Liam llegara al mundo, porque no podía acordarse de ningún momento en el que aquel hombre no los hubiera tenido a todos a sus pies.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.