El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Llewelyn - CAPÍTULO 34

—¡Por todos los cielos, Lug!— exclamó Alaris al entrar a su oficina y descubrir una sombra agazapada a un costado de su escritorio, que luego descubrió era Lug—. ¡Casi me matas del susto! Podrías haberme avisado que venías, o al menos, tocar a mi puerta como una persona normal.

—¡Déjate de tonterías, Alaris! ¿Por qué no me avisaste de lo que pasó con Lyanna?— le reprochó Lug.

—Sí, buenas noches para ti también— le contestó Alaris sin inmutarse y se sentó en su escritorio—. ¿Por qué no te sientas, tomas algo, y empezamos este diálogo de nuevo?

—No seas condescendiente conmigo, Alaris.

—No te ofusques así, todo está bajo control.

—¿Bajo control? ¡Primero lo del conejo y ahora lastimó a Augusto!

—Y no hubo malicia en ninguno de los dos casos— le retrucó Alaris.

—¿Cómo puedes estar seguro? Comete actos de violencia sin provocación y ni siquiera tiene algún tipo de respuesta emocional de culpa. ¿No es ese el comportamiento de una psicópata?

—Un duelo cuenta como más que provocación y no es cierto que no haya habido respuesta emocional. Cálmate, por favor. Me la enviaste para que la evaluara porque me dijiste que tu opinión en esto estaba comprometida, así que déjame hacer mi trabajo. La he estado vigilando y no veo en ella ninguna de las cosas horribles de las que la acusas.

—¿Qué hay de su habilidad?

—Habilidades, plural— lo corrigió Alaris—. A estas alturas, creo que maneja casi todas las habilidades de todos los miembros de la escuela como si las hubiera practicado por años. En este momento, está tomando clases con Govannon, y no dudo que pueda manejar la materialización de objetos muy pronto.

—Su poder crece demasiado rápido— reflexionó Lug, preocupado.

—¿Por qué te comportas como los pobladores ignorantes de las aldeas cuando descubren que sus hijos tienen talentos especiales? Esperaba más de ti— le reprochó Alaris.

—Esto es muy diferente.

—No, no lo es, es exactamente lo mismo, es miedo.

—Si ella fuera una niña dócil, no me preocuparía, pero es ingobernable. ¡Quién sabe qué cosas vaya a hacer con su poder!

—No puedes esperar que un ser libre sea dócil, eso es solo para los esclavos, Lug. Su ingobernabilidad se debe a su libertad y a su confianza en sí misma. Esa confianza la hace parecer arrogante y fría, pero no lo es. La he visto en el huerto, Lug, dando amor a las plantas y a los animales y…

—Pero con los seres humanos no se lleva bien— le retrucó Lug.

—Eso es porque no entiende los programas limitantes que han calado sus raíces en sus congéneres. Su forma de pensar es libre y por eso choca constantemente con la de los demás, que son presas de pensamientos de miedo y opresión.

—Todo eso estaría muy bien si no fuera por lo de la profecía.

Alaris suspiró.

—¿Qué quieres que te diga, Lug? Creo que la profecía te ha vuelto paranoico.

—Toda la vida he escuchado la frase: “Marga nunca se ha equivocado”.

—No te obsesiones con eso. Sabes bien que con el Círculo roto, las profecías de Marga se han vuelto solo advertencias, no certezas.

—Ya sé eso, por eso los hice embarcar en la construcción del refugio, porque creo que hay forma de evitar lo que sea que se nos viene encima. Por eso Lyanna debe ser vigilada de cerca.

—Todo lo cual estamos haciendo según tus órdenes, Lug. Ya te lo dije, todo está bajo control.

—Siento como si todas las medidas que hemos tomado no fueran suficientes.

—¿Por qué no hablas con ella? Estoy seguro de que podrás ver en ella lo mismo que yo he visto: un ser extraordinario.

—No, no— meneó Lug la cabeza—. Cuando estoy con ella, pierdo toda objetividad, la amo y quiero protegerla y olvido todo desastre potencial que se desprende de su existencia.

—Creo que eres demasiado duro con ella y contigo mismo— opinó Alaris.

—Debo serlo. El destino de todo el Círculo está en juego.

Alaris suspiró:

—¿Qué quieres hacer con ella?

—Nada por ahora, solo sigue vigilándola y repórtame sus actividades y comportamiento. ¿Cómo va el tema del cuarto especial?

—No muy bien. Todo este asunto con Augusto nos reveló una información inesperada: sus habilidades no se ven afectadas por el balmoral.

—¡¿Qué?! ¿Cómo es posible?

—No lo sé.

—Entonces, ¿no hay forma de contenerla con nada?— inquirió Lug, alarmado.

—No que sepamos hasta ahora. Humberto está trabajando sobre unos filtros de energía, pero sin éxito hasta el momento.

—¿Y luego me dices que todo está bajo control? ¿Por qué no me informaste de esto antes?

—Porque ya estabas bastante paranoico sin saberlo. Sabía que esto iba a ponerte peor.

—¿Cómo puedes acusarme de paranoia cuando las pruebas están delante de tus narices? Ella es peligrosa, Alaris.




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