El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Llewelyn - CAPÍTULO 39

Cuando les quitaron las vendas de los ojos, Lyanna y Llewelyn observaron el recinto, embelesados. El piso de mármol de diferentes colores formaba un círculo en el centro con motivos geométricos en blanco, rosa y gris. Del círculo del centro, partían delicadas formas en mármol rojo y verde sobre un fondo color crema que simulaban pétalos de flores. Rodeando el salón, una serie de columnas blancas, formando una galería de arcos de medio punto, sostenían lámparas colocadas en soportes de oro. Los arcos estaban coronados por un friso de hojas doradas que resaltaban sobre la pintura blanca. Por encima de los arcos, se extendía otra galería protegida por una balaustrada de mármol blanco. Sostenían el techo, un grupo de columnas estriadas con capiteles en forma de hojas. Y el techo... el techo era abovedado y tenía pintada la escena de bosque más magnífica y exquisita que se pudiera imaginar. En la pared del fondo, en la galería superior, asomaba una estatua de oro de una mitríade en pleno vuelo, rodeada a los lados por decoraciones en oro que formaban patrones de círculos concéntricos. Esos paneles con círculos concéntricos se repetían también en las paredes del piso de abajo.

Frente a ellos, había un sitial de madera roja, exquisitamente trabajado, sobre el cual se sentaba una mitríade coronada con una diadema de plata con incrustaciones de diamantes y rubíes. A su derecha, había seis mitríades paradas en fila, las manos plácidamente juntas al frente. A su izquierda, había otras seis, apostadas de la misma forma.

—Yo soy Merianis— anunció la reina.

—Su majestad, nos honra estar en su presencia— dijo Llewelyn, haciendo una reverencia e hincando una rodilla en el suelo. Lyanna permaneció de pie.

—¿No os enseñó vuestro padre que no debéis arrodillaros ante nadie?— le reprochó la reina.

Llewelyn se puso de pie de un salto:

—Soy Llewelyn, y esta es mi hermana, Lyanna— se presentó.

—Sé quiénes sois. Lo que quiero saber es por qué habéis pedido verme.

—Vengo a pedirle asilo para mi hermana— dijo Llewelyn, viendo que la reina quería ir al grano.

—¿Asilo?­— arrugó el entrecejo Merianis—. ¿Qué peligro la acecha?

—Tal vez sería mejor que le explicara el asunto en privado— propuso Llewelyn, indicando a su hermana con la mirada.

—Ya veo— asintió la reina, y luego: —Lobela, ¿por qué no lleváis a Lyanna a ver la ciudad?

Una de las mitríades que estaba a su derecha se adelantó hacia Lyanna:

—Claro, mi señora.

Llewelyn reconoció que era una de las que los había guiado por el bosque.

—No me muevo de aquí. Quiero escuchar lo que mi hermano tiene que decir de mí— protestó Lyanna.

—Ly, por favor, ve con Lobela— le rogó su hermano.

—¿Debo permitir que discutan sobre mí sin que yo esté presente? ¿No tengo derecho a saber algo que me concierne?— porfió Lyanna.

—¡Ly! ¡Hazme caso!— la reprendió Llewelyn.

—Basta— dijo Merianis con helada calma. Los dos hermanos cerraron la boca de repente.

Merianis se puso de pie y avanzó flotando por el aire, aleteando con unas alas que habían tomado ahora un color azul profundo. Se posó suavemente frente a Lyanna, y extendiendo una mano de finos dedos, le acarició la mejilla, sus ojos clavados en los de la rebelde niña, escrutando hasta el último rincón de su alma. Lyanna se dio cuenta de que Merianis la estaba sondeando y sostuvo la mirada de la reina, devolviendo el favor. Merianis sonrió, abrió su ser y permitió que Lyanna la explorara con libertad. Estuvieron allí, estáticas, estudiándose mutuamente por largos minutos. Fue la reina la que finalmente rompió el contacto:

—Sois una persona muy singular— dijo.

—Usted también— le retrucó Lyanna.

—Vuestro hermano tuvo segundas intenciones al traeros aquí. Intenciones que no os ha comunicado.

—Intenciones que quiero conocer— asintió Lyanna.

—Sus intenciones se basan en sus propias creencias sobre vos y sobre la situación en la que os encontráis.

—Supongo.

—Recientemente, las creencias de otros os han perjudicado.

Lyanna bajó la cabeza sin contestar.

—¿Comprendéis a lo que me refiero?

—Creo que sí— respondió ella en un avergonzado murmullo.

—¿Creéis que es prudente exponeros a más de esas creencias dañinas?

—Puedo manejarlo.

—¿Estáis segura de eso?

—Sí— aseveró Lyanna con obstinación.

—¿Queréis que os traiga un guijarro para que podáis probármelo?

Lyanna apretó los labios, su rostro enrojecido de ira y frustración. En un movimiento abrupto y repentino, tomó la mano de Lobela y le espetó:

—¿Qué esperas? ¡Llévame a ver la ciudad!

—Buena decisión— asintió Merianis.




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