El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Llewelyn - CAPÍTULO 44

—¡Noticias del Círculo!— gritó Luigi desde la planta baja.

No pasaron ni treinta segundos hasta que se escucharon pasos rápidos que bajaban por la escalera. Augusto entró como tromba en la cocina. Sus padres estaban sentados a la mesa, desayunando tranquilamente.

—¿Ves?— le dijo Luigi a Juliana—. Así es como haces que tu hijo baje a desayunar a la hora correcta.

—Siéntate y come algo— le dijo Juliana a Augusto entre risas reprimidas—. Y péinate un poco ese pelo— lo reprendió.

—Entonces, ¿no hay noticias del Círculo?­— preguntó Augusto, sentándose a la mesa un tanto decepcionado. Habían pasado ya cuatro meses desde su expulsión, y todos los días esperaba con ansias algún mensaje de Llewelyn o de Alaris, permitiendo su regreso a la escuela.

—Hijo— comenzó Luigi—, sé lo importante que es esto para ti, así que nunca bromearía con algo como eso. Aquí tienes— le extendió una carta sellada.

—Gracias, papá— sonrió Augusto de oreja a oreja. Abrió la carta y la leyó con gran excitación.

—¿Y bien?— preguntó su madre.

—¡Humberto me espera del otro lado de la cúpula mañana a las nueve para mi readmisión oficial!— saltó Augusto de su silla.

—¡Qué bueno, hijo!— lo abrazó su madre con cariño.

—Excelente, felicidades— lo abrazó también su padre.

El sonido del timbre interrumpió el momento de felicidad familiar.

—Debe ser Liam— dijo Juliana—. ¿Podrías abrirle?— le pidió a Augusto.

El muchacho fue hasta la puerta y dejó entrar a su amigo que venía con un pesado portafolio. En los cuatro últimos meses, Liam se había vuelto casi uno más de la familia. Los visitaba asiduamente y trabajaba con Juliana, haciendo todos los trabajos que ella detestaba en la universidad. Liam era brillante para el papeleo burocrático y no le molestaba asistir a las aburridas reuniones de Concejo en el lugar de ella. Juliana estaba encantada con él y no se imaginaba la vida laboral sin su colaboración perpetua y solícita.

—¡Liam!— lo saludó efusivamente Augusto, dándole un inesperado abrazo.

—¡Bueno!— se sorprendió Liam—. Parece que alguien se levantó de buen humor hoy.

—Recibí muy buenas noticias— explicó Augusto.

—Cuéntame— pidió Liam.

La sonrisa del rostro de Augusto se borró por un instante. ¿Cómo explicárselo a Liam? No podía…

—Augusto fue admitido en una escuela de la que hace meses esperaba respuesta— intervino Juliana.

—¡Bien por ti!— le palmeó la espalda Liam—. ¿Qué escuela es? ¿Dónde queda?

—China— fue la primera cosa que se le ocurrió decir a Augusto.

—¿China?— frunció el ceño Liam—. ¿Es una broma?

—No, Liam, es en serio.

—¿Qué vas a estudiar en China, viejo?

—Artes internas— respondió Augusto vagamente.

—¿Artes internas? ¿Meditación y esas cosas? ¿Te vas a uno de esos monasterios aislados en las montañas?

—Sí— confirmó Augusto—. Bueno, en realidad está en una zona pantanosa, pero está aislado, sí.

—¿El prospecto de volverte un monje te pone así de efusivo? Estás más loco que una cabra, amigo, ¿lo sabías?

—Posiblemente— sonrió Augusto.

—Es realmente lo que quieres, ¿no es así?

—Sí, Liam, es mi sueño.

—Me alegro por ti, entonces. Al menos uno de nosotros va a estudiar lo que quiere.

—Si no es tarde para mí, tampoco lo es para ti, Liam, si quisieras, podrías…

—¡Tenemos que salir a festejar!— lo cortó el otro—. Esta noche, Gus, y no aceptaré un no como respuesta. Será tu despedida.

—De acuerdo, Liam— aceptó Augusto.

—Hummm, tendremos que ir en el coche de tu madre porque tuve un inconveniente con el mío.

—Claro, no hay problema. ¿Qué pasó con el tuyo?

—Choqué hace dos días, creo que no sirve más.

—¡Liam! No me dijiste que habías tenido un accidente. ¿Estás bien?— preguntó Juliana, preocupada.

—Bien, sí. Al poste contra el que choqué no le fue tan bien, sin embargo.

—¿Cómo pasó?— preguntó Augusto.

—No lo sé bien. La policía dice que yo estaba alcoholizado, pero es mentira. Solo había tomado dos tequilas. Eso no es suficiente para emborrachar a nadie y menos a mí—. Lo dijo como si estuviera orgulloso del asunto.

—¿La policía no te retuvo?

—¿Al hijo del eminente Brod MacNeal? ¡Claro que no!

—Debes tener más cuidado— le dijo Augusto.




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