El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Llewelyn - CAPÍTULO 46

Después de un buen rato, Eli volvió a la mesa donde Augusto estaba sentado, sola. Su maquillaje estaba corrido y no se la veía de muy buen humor.

—Tu amigo está descompuesto allá atrás— le avisó a Augusto.

—¿Qué pasó?

—¿Qué pasó? Vomitó sobre mí, eso es lo que pasó— dijo ella, enojada—. ¿Dónde está Tammy?

—La última vez que la vi, estaba en la barra.

Eli murmuró unas muy poco femeninas obscenidades y se fue en dirección a la barra. Augusto se levantó y fue hacia la parte de atrás del local. Encontró a Liam sentado en el piso, la espalda contra la pared, la mirada perdida y un repugnante olor a vómito impregnado en su camisa.

—¿Liam? ¡Liam! ¿Estás bien?

Liam no contestó.

—Vamos, salgamos de aquí, necesitas un poco de aire— le dijo, levantándolo por las axilas y arrastrándolo por una puerta lateral hacia el estacionamiento.

Lo ayudó a sentarse en el borde de un cantero de cemento. El aire fresco de la noche pareció revivirlo un poco.

—¿Por qué te haces esto, Liam?— le dijo su amigo, afligido.

—Porque mi vida es una mierda, Gus. ¿Por qué otra cosa?— gruñó Liam, arrastrando las palabras.

—Creí que estabas contento, trabajando con mamá…

El otro rió amargamente:

—No entiendes nada, Gus.

—Explícamelo.

—Vete al otro mundo, Gus, vete y déjame en paz. Llévate a tus padres también, antes de que todo esto se pudra.

—¿De qué hablas, Liam?

—Debiste matarme, ¿sabes?

—¿Qué?

—Aquel día, en el jardín de tu casa, cuando me pusiste la espada en el cuello… debiste cortármelo, me lo merecía.

—No digas eso, Liam, eres una buena persona.

—Oh, Gus, no sabes lo que dices, no sabes lo que he hecho, no sabes lo que todavía me queda por hacer…

—Liam, lo que sea de lo que estés hablando, tal vez podamos…

Liam fue sacudido por arcadas y volvió a vomitar.

—Vete, Augusto, vete lejos… Llévate a tu rubia Lyanna contigo, escóndela, protégela. Ellos la usarán contra ti.

—¿Ellos? ¿Quiénes?

—Praga— respondió Liam, vomitando una vez más en el cantero.

—Liam, estás delirando.

—Su nombre, recuerda su nombre…

—¿Qué nombre?

—Mi tío Freddy… Lord Frederick Drummond… Si escuchas ese nombre debes salir corriendo, ¿entiendes? Él me encontrará… a ti… a todos… usará mi sangre…

—Liam…

Liam se desmayó. Su cuerpo se desplomó sobre los arbustos del cantero sobre el cual estaba sentado.

—¿Liam? ¡Liam!—. Augusto le dio palmaditas en el rostro—. ¡Vamos, Liam! ¡Despierta!—. Lo sacudió de los hombros. Nada.

Comprobó que su corazón latía y que todavía respiraba, y lo cargó hasta el coche.

—Te llevaré a tu casa, Liam— gruñó por el esfuerzo, colocando el cuerpo desvanecido de su amigo en el asiento trasero.

Augusto condujo hasta la mansión MacNeal. Al llegar, arrastró a Liam, que por fin parecía estar despertando, hasta la puerta principal.

—¿Dónde estamos?— preguntó Liam con voz soñolienta.

—Te desmayaste. Te traje a tu casa— le explicó Augusto.

Aquellas palabras parecieron despertarlo del todo y hacerlo recuperar una momentánea lucidez:

—¡¿Qué?!— gritó—. No, no, no, no puedes estar aquí, no debiste venir aquí. ¿Estás loco?

—Liam, cálmate. Ya toqué el timbre, pronto vendrán a recibirte.

—¡Vete de aquí, Augusto! ¡Vete ahora mismo! No puedes estar aquí, nunca debes venir aquí, ¿entiendes?—. Había desesperación en su voz.

—No me iré hasta no asegurarme de…

—¡No!— le gritó su amigo—. ¡No entiendes! ¡Vete!

—¡Liam! ¡Por favor!

Liam sacó un arma del interior de su chaqueta y la apuntó al pecho de Augusto.

—¿Quieres que te mate ahora mismo? ¿Eso quieres?— lo amenazó.

—¡Liam! ¿De dónde sacaste esa pistola? ¡Ten cuidado!

—¡Lárgate!— le gritó Liam, apretando el gatillo.

El disparo dio en una maceta medio metro a la derecha de Augusto. Instintivamente, Augusto levantó los brazos, protegiéndose la cabeza:

—¡Estás loco!— le gritó—. ¡Baja el arma!

—El próximo va al medio de tu pecho si no te vas de aquí ahora mismo— dijo Liam, y su voz sonó tan helada y coherente que Augusto entendió que su amigo no estaba jugando.

—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Me voy!— accedió con las manos en alto, y salió corriendo hacia el coche.




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