El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

CUARTA PARTE: Llewelyn - CAPÍTULO 47

Augusto aspiró profundo y sonrió, cerrando los ojos un momento.

—¿Estás bien?— escuchó la voz de Humberto.

—Más que bien— dijo Augusto, echando una mirada hacia atrás, hacia la cúpula de energía de la cual acababa de emerger—. No sabes cuánto me alegro de estar de vuelta.

—Aquí se te extrañó mucho también, muchacho— le dijo Humberto, palmeándole la espalda—. Llewelyn está esperándote en la cueva de Gov para llevarte a la escuela.

—Gracias.

—Sé que Llewelyn va a explicártelo todo, pero solo por si acaso, si te encuentras con Lug, asegúrate de mantener la boca y la mente cerradas— le aconsejó Humberto.

—¿Qué?— frunció el ceño Augusto, desconcertado.

—Como te dije, Llewelyn te va a informar sobre el tema, solo apresúrate. Está en la cueva.

—Claro… sí…— vaciló Augusto, poniéndose en marcha.

¿Qué habría pasado en su ausencia para que debiera cuidarse de Lug? Tal vez era lo del duelo, tal vez Lug estaba furioso con él por haber puesto a su hija en peligro. Sí, eso debía ser. Tal vez Llewelyn no había logrado explicar con claridad los hechos, pero él lo haría, convencería a Lug de que sus motivos habían sido proteger a Lyanna, que en ningún momento habría dejado que la lastimaran, y que mucho menos la lastimaría él mismo.

Mientras iba por un sendero entre formaciones rocosas, cavilando sobre cómo exponer su caso a Lug, una hermosa joven de unos veinte años, de largos cabellos rubios y ojos azules como el cielo y el mar, apareció frente a él de la nada. Augusto dio un salto hacia atrás, sorprendido, e instintivamente llevó su mano a la empuñadura de su espada.

—Lo siento, no quería asustarte— le dijo ella con una sonrisa—. Solo quería darte la bienvenida. Te extrañé, Gus.

Augusto retiró la mano de su espada y admiró a la increíble chica que tenía enfrente, sus rasgos eran delicados y refinados, su cuerpo tenía todas las curvas perfectas, y él no pudo evitar quedarse mirándola embobado por un largo momento. Ella rió, divertida ante el escrutinio de la mirada de él.

—¿Te agrada mi aspecto?— le preguntó, dando una vuelta y haciendo flamear su blanco vestido.

—Sí, claro, eres muy bonita. ¿Nos conocemos?

Augusto esperaba que ella no se ofendiera ante la pregunta. Ella lo había tratado con la familiaridad de una vieja amiga, pero él estaba seguro de no haberla visto nunca antes, es decir, si la hubiera visto, ¿cómo podría no recordarla?

—Nos conocimos brevemente en la escuela— explicó ella—. Nuestra relación no empezó muy bien que digamos, y cuando quise arreglar las cosas entre nosotros, te expulsaron de la escuela y no me permitieron verte. Desde entonces, he pensado mucho en ti.

—Lo siento, no lo tomes a mal, pero…— comenzó Augusto.

Ella lo tomó de los hombros y le dio un suave beso en los labios. Su aliento olía a fresas, y el contacto con sus labios trasladó a Augusto a otro mundo. Ella lo volvió a besar, y esta vez, él respondió, sintiendo que cada fibra de su ser se derretía en aquel sublime contacto. Nunca había sentido algo así en su vida. Después de un largo momento, Augusto volvió a la realidad y se recuperó lo suficiente como para preguntar:

—¿Quién eres?

—Soy yo, Lyanna— sonrió la joven.

—¡Lyanna!— exclamó Augusto, separándose bruscamente de ella—. ¿Cómo…? Solo estuve ausente cuatro meses, no puede ser. ¿Hubo un desfasaje temporal? ¿Por qué Humberto no me advirtió? ¿Cuántos años tienes?

—Cumplí once hace dos meses— respondió ella—. No hubo ningún desfasaje temporal. Solo estoy experimentando con distintas formas corporales.

—¿Por qué me besaste así?

—Porque me gustas, Gus. ¿No te gusto yo a ti? ¿Prefieres otro aspecto?

—Ly, escúchame, me agradas mucho, de verdad, pero solo como una amiga, ¿entiendes?

—Maira dice que la amistad entre un hombre y una mujer puede derivar en otro tipo de relación.

—Sí, pero no en este caso.

—¿Por qué no?

—Porque yo tengo veintiséis años y tú tienes once, Ly.

—¿Cuál es el problema con eso?

—No es correcto.

—Pero me besaste… y pude sentir tus emociones, pude sentir tu excitación, te agradó.

—Por supuesto que me agradó, Ly, pero eso no significa… es decir… sí significa, pero…— balbuceó Augusto, tratando de encontrar las palabras para explicárselo—. Solo… solo… no vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo?

—No quería perturbarte, lo siento— se disculpó ella.

—Está, bien, no hay problema. Llew está en la cueva de Gov, si quieres puedes acompañarme hasta allá, y los tres podemos regresar juntos a la escuela.




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