El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

QUINTA PARTE: Juliana - CAPÍTULO 50

Tres días después de la partida de Augusto hacia el Círculo, Liam apareció en la oficina de Juliana en la facultad. Se lo veía demacrado y con la mirada triste.

—¡Liam!— se puso de pie Juliana al verlo entrar—. ¡Qué bueno que viniste! ¿Dónde te habías metido? He estado llamándote a tu teléfono móvil, y luego a tu casa un millón de veces. Me dijeron que estabas indispuesto. ¿Estás bien?

—Bien, gracias— respondió él con la voz apagada.

—Tienes mucho trabajo acumulado, jovencito— bromeó ella—, así que será mejor que…

—Solo he venido a despedirme— la cortó él.

—¿Qué? Pero…

—Por favor, señora Cerbara, no lo haga más difícil.

—¿Qué pasó, Liam?

—Ya no me permiten trabajar con usted.

—¿Quién? ¿Por qué?— quiso saber ella.

Liam solo suspiró. ¿Qué podía decirle? ¿Que había omitido deliberadamente comunicar a su tío que sabía que Augusto cruzaría al Círculo? ¿Que de todas formas lo habían descubierto y habían usado su sangre para rastrearlo sin resultados? ¿Que lo habían acusado de traición y condenado a…? No, ni siquiera se atrevía a pensarlo.

—Mi tío me enviará a Praga en quince días— dijo.

—Liam…— apoyó ella su mano en el brazo de él—. ¿Quieres que yo hable con él?

El rostro de Liam se transfiguró en la imagen misma de la desesperación al oír el ofrecimiento de Juliana:

—No, por favor, no. Eso sería lo peor que podría pasar. Prométame que se mantendrá alejada de él.

—¿Por qué le tienes tanto miedo?

—Porque sé de lo que es capaz.

—Liam, necesitas ayuda. Si no la quieres de mí, entonces de alguien más, tal vez hasta de la policía.

Liam lanzó una carcajada.

—Nadie puede ayudarme con esto, y aun menos la policía, ellos están todos comprados por mi familia.

—Debe haber algo que se pueda hacer…— intentó ella—. Si me explicaras al menos de qué se trata…

—Se trata de lo que siempre se ha tratado— explicó él—. Se trata de poder. Nada más existe para ellos, nada más les importa.

—Yo también fui víctima una vez, Liam. Lo fui una y otra vez, hasta que llegué al fondo, hasta que pensé que ya no había más por lo que vivir. Pero las reglas del juego se pueden cambiar. Se puede decidir no ser más la víctima de otros. Yo lo hice, y por eso sé que se puede hacer.

—¿Cómo?

—Encuentra lo que ellos valoran, aduéñate de eso, úsalo en su contra, sin escrúpulos, sin miramientos. Ponlos del otro lado, ponlos bajo tus pies, solo así no podrán pisarte más.

—Gracias— asintió Liam—, por todo. Y también perdón, por todo.

Ella rodeó el escritorio y lo abrazó:

—Gracias a ti, Liam. Has sido de gran ayuda en estos meses.

—Adiós— se despidió él, dándose vuelta para salir de la oficina.

—Liam…— lo llamó ella—. Si aun tienes quince días… ¿Por qué no vienes y los pasas en casa? Podrías dormir en el cuarto de Gus— le ofreció.

—No creo que a Gus le guste esa idea. Es muy celoso con sus cosas. Pero gracias de todas formas— trató de sonreír él.

—Por favor, acepta, Liam. Le prometí a Augusto que cuidaría de ti. No me hagas romper esa promesa.

—Lo pensaré— prometió él, y se fue.

Por la tarde, apareció en casa de Juliana con un bolso con ropa y parecía más animado. Ella lo recibió con gran alegría y lo trató como si fuera su propio hijo. Liam usó esos días para olvidarse de todo: de su tío, de su padre, de Praga, de todo. Era como estar de vacaciones de su propia vida. No quería pensar que solo serían quince días, quería fantasear conque esa podría ser su vida para siempre.

Cinco días después de la llegada de Liam a su casa, Juliana recibió la llamada que precipitó todo. Se encontraba en su oficina en la facultad, revisando unos exámenes. Luigi había estado fuera de la ciudad, siguiendo una pista importante con un experto en símbolos de apellido Silverman. Polansky había viajado a Toronto para consultar a un colega sobre sus hallazgos con el balmoral y para someter la muestra a más exámenes. Liam estaba en casa de los Cerbara, tratando de encontrar dónde había escondido Augusto aquel libro forrado en cuero negro: el diario de Miguel Cosantor. Esperaba encontrar algo allí que le sirviera para negociar su condena de traición con su tío. Desde luego, nunca iba a encontrarlo por más que pusiera la casa de cabeza, pues Augusto había llevado el diario a Walter para que lo escondiera en su cabaña camuflada en el bosque.




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