El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 73

Hacía una hora que había amanecido cuando Llewelyn encontró a Lyanna en Medionemeton, en una de las áreas sin balmorales, sentada en medio del bosque en una de sus meditaciones. Últimamente, le resultaba más fácil localizarla por la temperatura que ella forzaba a su alrededor para estar cómoda, que tratando de visualizar el lugar donde ella se encontraba.

Ella lo recibió cálidamente, aunque no perdió oportunidad de criticarle que llevara su espada. Cuando le planteó lo del anillo, ella lo desestimó, jugueteando con una brizna de hierba que convirtió en una réplica del Anguinen para asustar a Llewelyn y demostrarle que el miedo al anillo era más peligroso que el anillo mismo. Llewelyn no tuvo suerte en tratar de convencerla de la seriedad del asunto. Para ella, Wonur no era una sombra amenazante como para el resto de los habitantes del Círculo, y su poder no la intimidaba.

Al menos, ella estaba de buen humor. Incluso le había dejado ganar un argumento sobre la razón por la que Alaris la había echado de la escuela, y lo había invitado a merendar con torta de chocolate.

—Ly…— recomenzó Llewelyn después de otro sorbo de té—. Entiendo que pienses que el asunto del anillo no es importante, pero… En verdad me gustaría tu opinión al respecto. ¿Qué piensas que significa que Madeleine haya tenido esta visión justo ahora?

—¿Qué quieres decir con “justo ahora”? ¿Qué otras cosas están pasando “justo ahora”?

Llewelyn se mordió el labio inferior. Debió haber sabido que su hermana olería que había algo más en todo este asunto, ella era mucho más inteligente que él.

—¿Llew?— lo instó ella a responder.

Llewelyn resopló con frustración, sabía que tendría que revelarle a Lyanna lo del medallón. Y también lo de Augusto…

—Hay otra profecía— comenzó Llewelyn—. Antes de que tú nacieras, Madeleine te vio a ti en varias formas físicas en conexión con un medallón que tiene tallado el símbolo que papá lleva en la espalda. El medallón está en el otro mundo, de donde viene Augusto. Papá puso a los padres de Augusto a investigar el tema en su mundo. Hasta ahora, no habían encontrado nada, pero ayer a la mañana, llegó un mensaje urgente, pidiéndole a Gus que cruzara porque había problemas. Él cruzó, y por la tarde, envió una carta para papá donde pedía su ayuda. Decía que alguien había violado su casa, y que sus padres estaban desaparecidos.

—¿Es por eso que mamá y papá están allá ahora?

—Sí.

—¿Y no pensaste en avisarme?— lo cuestionó Lyanna—. ¿Sabiendo lo importante que Gus es para mí?— le reprochó con los puños apretados.

—Ly, lo lamento, no quería preocuparte.

—Llew, estoy bastante cansada de que todos me consideren una niña, de que me oculten las cosas, de que estén siempre tratando de protegerme de cosas de las que no necesito protección, de que no me permitan actuar para ayudar a quienes quiero…

—Ly, tienes toda la razón en estar enojada. Te hemos dejado afuera de cosas importantes que te conciernen…

—¿Por qué me marginan cuando pueden dejar que yo los ayude?

—Supongo que porque todos somos unos retrasados mentales, Ly, lo siento.

Ante esas palabras, Lyanna respiró hondo y se forzó a calmarse:

—¿Qué tiene que ver el anillo con todo esto?— inquirió.

—No lo sabemos, pero el hecho de que esta visión se haya presentado justo cuando aparecen novedades sobre el medallón no puede ser casualidad.

Lyanna miró fijamente a Llewelyn a los ojos por un largo e incómodo momento:

—Hay algo más— intuyó—, algo que no te atreves a decirme… La verdadera razón por la cual no me han participado de todo esto…

Llewelyn bajó la vista y observó su taza de té en silencio.

—Dímelo, Llew— le pidió ella—. No más secretos.

Llewelyn lanzó un largo suspiro y le explicó a Lyanna lo del refugio y la celda subterránea.

—Entonces…—dedujo Lyanna—. ¿Me llevaste con las mitríades para protegerme de papá?

—Sí— admitió su hermano.

—¿Por qué, Llew? Si me hubieras permitido hablar con él sobre el asunto antes, mucho dolor se habría podido evitar.

—Estaba cegado por su miedo a la profecía, Ly. Temí que te hiciera daño.

—Oh, Llew— meneó ella la cabeza—. Él nunca lo hubiera hecho. Conozco bien su corazón.

—Cada vez me convenzo más de que las profecías son una maldición— murmuró Llewelyn.

—Son solo una posibilidad entre las infinitas que existen en el universo— explicó ella.

—Lo sé, pero conocerlas, de alguna manera fuerza las cosas, nos lleva a materializar una posibilidad concreta, una posibilidad que en general aparece como destructiva.




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