El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 74

—¡Hey! ¡Levántate!— gritó el guardia.

Augusto se refregó los ojos y se desperezó, sentándose en el duro camastro de la celda de la comisaría.

—Tu abogado vino a verte— le dijo el guardia, abriendo la puerta de la celda.

—¿Mi abogado?— inquirió Augusto, aun soñoliento.

—Vamos, apresúrate— lo apuró el guardia.

Augusto siguió al guardia hasta una de las salas de interrogatorio. La misma en la que lo habían tenido esposado toda la noche, acosándolo a preguntas.

—Te ves terrible— le dijo el abogado al verlo entrar. El guardia se retiró y los dejó solos.

—¡Allemandi!— lo abrazó Augusto con un gran alivio—. ¿Cómo supo…?

—Tu madre me llamó desde el hospital cuando salió de la anestesia. Me dijo que te habían arrestado por violencia familiar.

—Sí, no debí ir al hospital con ella. La policía ya me estaba buscando desde más temprano. Pero la verdad, no sabía a dónde más llevarla. ¿Cómo está ella? ¿Qué más le dijo?

—Ella está bien. No me dijo mucho, solo que estabas en problemas y que debía venir a ayudarte.

—Entiendo— asintió Augusto.

—La policía dice que en la mañana te apareciste con tu padre herido de bala en el abdomen junto con el notorio Liam MacNeal. Más tarde, las cámaras del hospital te muestran sacando a tu padre en una silla de ruedas, sin autorización. Los doctores no encontraron la bala y nadie puede dar con el muchacho MacNeal tampoco. Luego, a la madrugada, llegaste con tu madre con una mano amputada. Allanaron tu casa. Encontraron todo revuelto. No encontraron armas de fuego, pero sí tu colección de espadas. Se las llevaron para buscar sangre. Por favor, dime que no van a encontrar sangre de tu madre en ninguna de ellas.

—No, no van a encontrar nada— negó Augusto con la cabeza—. La mano de mi madre fue cortada con un machete.

—Por favor, Augusto, no bromees, esto es muy serio. La policía pensó que se trataba de un asunto de drogas por la presencia de MacNeal, pero cuando vieron que no tenías antecedentes de ningún tipo, se inclinaron más por la hipótesis de violencia familiar.

—No estoy bromeando, Allemandi, fue un machete. Pasó todo delante de mis ojos. No pude hacer nada porque tenía diez ametralladoras apuntadas a la cabeza— protestó Augusto de mal humor.

—La policía dice que no quisiste declarar nada anoche.

—¿Qué podía declarar? Si les decía la verdad, no iban a creerme, y si les mentía, encontrarían inconsistencias en la historia y eso me metería en más problemas. Me pareció que era mejor mantener la boca cerrada.

—¿Quién lo hizo, Augusto? ¿Quién mutiló a tu madre?

—Lord Frederick Drummond, creo.

—¿Crees?

—Estaba enmascarado, pero estoy casi seguro de que fue él.

—¿Y el disparo que recibió tu padre? ¿También fue él?

—No lo sé, pero si no fue él en persona, fue alguien bajo sus órdenes.

—Augusto, Drummond es una figura muy respetada y tiene inmunidad diplomática. ¿Entiendes la seriedad de esa acusación?

—Sí, la entiendo, y por eso no dije nada a la policía, pero le aseguro que detrás de sus impecables credenciales, Drummond es un asesino psicópata.

—¿Los MacNeal también están metidos en esto?

—Hasta la cabeza. Y sí, ya sé que ellos también son “figuras respetadas”.

Allemandi suspiró con el rostro preocupado:

—Toma, te traje ropa limpia— le alcanzó una bolsa Allemandi—. Cámbiate y te sacaré de aquí.

—Gracias— tomó la ropa Augusto. Se sacó el pantalón y la chaqueta ensangrentados y se puso la ropa que Allemandi le había traído—. ¿En verdad puede sacarme?

—Ya me hice cargo de la fianza. Todo lo que tienen contra ti es circunstancial— explicó Allemandi—, y si no hay sangre de Juliana en tus espadas, no pueden retenerte.

—Gracias, Allemandi.

—De nada, debiste llamarme anoche. Te podría haber ahorrado todo esto.

—Creo que anoche no estaba en mis cabales— dijo Augusto—. Ni siquiera sé cómo llegué al hospital sin chocar el coche.

—Vamos— lo tomó del hombro Allemandi—. Salgamos de aquí.

Allemandi habló con el comisario de policía y firmó unos papeles. Luego, tomó a Augusto del brazo y lo guió hasta afuera de la comisaría, llevándolo hasta su coche.

—¿A dónde vamos?— preguntó Augusto, subiendo del lado del acompañante.

—A buscar a tu madre al hospital, si es que no tienes objeción.

—No, es perfecto. ¿Qué hora es?

—Las ocho— respondió Allemandi.

—Deben estar muy preocupados…— murmuró Augusto.

—Augusto, no me gusta entrometerme en los asuntos de tu familia si no me participan de ellos, pero creo que al menos merezco una explicación más detallada de cómo terminaron metidos en esto— dijo Allemandi mientras conducía—. Los médicos del hospital dicen que tu padre estaba en coma y que no pudo haber sobrevivido si lo desconectaste del respirador. No puedo creer que hayas hecho algo tan estúpido, muchacho, pero si lo hiciste…




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