El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 92

Liam resopló disgustado al oír los golpes en la puerta de su habitación de hotel. ¿Qué querían los matones de la Hermandad ahora? ¿No era suficiente haberlo traído a la rastra por media Malastrana, y luego confinarlo en su habitación apostándose de guardia en su puerta?

Se acercó a la puerta cerrada y les gritó a través de ella:

—¡Déjenme en paz!

Pero los golpes se hicieron más insistentes.

—¡Maldición!— gruñó Liam, destrabando la puerta y abriéndola bruscamente—. ¿Qué diablos quieren…?— se detuvo en seco al verla. Era ella. Era la chica del vestido blanco—. ¿Qué…?

Liam asomó la cabeza al pasillo y miró en ambas direcciones:

—¿Dónde están los guardias?— le preguntó a ella.

—¿Qué guardias?

—Los guardias que… Olvídalo, entra, rápido— la tironeó del brazo hacia adentro perentoriamente. Cerró la puerta rápidamente y la trabó. Luego se volvió hacia ella: —¿Qué haces aquí?— la cuestionó con tono de reproche.

—Tú me invitaste.

—No debes estar aquí, no debiste venir, es peligroso.

—Suenas como mi padre. No debes preocuparte por mí, ya te dije que sé cuidarme sola, nada puede hacerme daño.

—Lo que tienes de hermosa, lo tienes de ingenua— meneó Liam la cabeza—. Debes irte de aquí, te matarán si te ven conmigo, ¿comprendes? No estoy bromeando ni exagerando, te lo juro.

—Me prometiste una charla. No me iré hasta que hayamos hablado— dijo ella con firmeza.

—Eres de esas a las que les atraen los hombres peligrosos, ¿no es así?

—Me atraen muchas cosas en diversas fases de mi vida. En este momento, me atraes tú— le dijo ella.

—Me halagas, de verdad, pero…

Liam intentaba sosegar la lucha interna que lo sacudía en ese momento: deseaba estar con esa chica, pretender por un par de horas que estaba de vacaciones, que no existía la Hermandad ni sus brutales exigencias, pero por otro lado, el nudo de su estómago le indicaba que tenía que sacarla de allí antes de que los guardias volvieran de donde sea que habían ido.

—Tenemos tiempo— le dijo ella con calma, y luego, dirigiendo su mirada al tobillo derecho de él: —Mientras no parpadee la luz roja, no te molestarán. Estamos a salvo en esta habitación.

Liam se la quedó mirando, pasmado:

—Estoy empezando a pensar que lees las mentes de verdad— dijo. Ella solo sonrió.

Liam la invitó a pasar a su dormitorio con un gesto de la mano. Ella lo siguió, complacida.

—¿Algún avance en la búsqueda de tu padre?— preguntó Liam.

—Surgió algo, sí. Es posible que pueda obtener cierta información de su paradero.

—¿Y qué harás cuando sepas dónde está? ¿Ir a rescatarlo?

—Iré por él en el momento oportuno.

—Te ayudaría a rescatarlo, pero, ya sabes… luz roja— indicó su tobillo con la cabeza.

—No te preocupes, sé muy bien que tu oferta es sincera, pero tienes tus propios problemas que atender en este momento.

—Exacto, sí. Eres muy comprensiva.

—Estoy en una fase empática— dijo ella.

—Qué bien— sonrió él. Le resultaba extraña la forma que tenía ella de expresarse.

Liam fue hasta el bar de la habitación, junto a la ventana, y tomó una botellita de Jack Daniels. Notó que la mano le temblaba: el síndrome de abstinencia comenzaba a afectarle. Suspiró, preocupado. Abrió la pequeña botella, y cuando estaba a punto de verterla en un vaso de cristal que estaba en la mesa del bar, sintió la mano de ella, tomándolo de la muñeca que sostenía la botella, deteniéndolo.

—No necesitas eso— le dijo ella.

—Créeme, sí lo necesito— le respondió él, pero ella no le soltó la mano. Liam sintió un calor extraño, reconfortante, en el lugar donde ella lo estaba tocando.

—Si lo que necesitas es relajarte, puedo ayudarte de otra forma— le propuso ella.

—De acuerdo— aceptó él. Ella le soltó la mano y él apoyó la botella sobre la mesa—. ¿Qué tienes en mente?

—Recuéstate en la cama— le pidió ella.

—Claro— sonrió él, desprendiéndose el cinto del pantalón.

—No— lo detuvo ella—. Solo recuéstate, yo me encargaré de todo.

—Soy todo tuyo, cariño— su sonrisa se hizo más amplia y se acostó boca arriba sobre la cama—. Estoy listo, haz conmigo lo que quieras.

—Gracias por tu permiso— dijo ella, acercándose a la cama y sentándose junto a él—. Cierra los ojos, Liam— le dijo suavemente, mientras le acariciaba el cabello. Él obedeció.

Ella le dio un delicado beso en la frente, y luego apoyó su dedo índice en el lugar donde lo había besado. Liam sintió que todo el cuerpo se le aflojaba y que lo invadía una sensación de bienestar y paz como nunca había sentido.




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