El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 93

Unos minutos después de que Liam se retirara del recinto donde Lug estaba encadenado a las paredes, hacía ya más de cuatro horas, otro de los enmascarados miembros del Círculo entró y liberó el grillete de su muñeca izquierda. Inmediatamente, Lug colapsó casi desmayado sobre el piso de piedra. Lo que sucedió después, flotaba en una nebulosa indefinida en la mente de Lug.

Alguien lo envolvió en una manta. Alguien más le desinfectó y le vendó las heridas de los brazos. Le pareció también que alguien le examinaba las pupilas y le tomaba la presión arterial. Le quitaron la mordaza y le dieron a beber agua. Luego le vendaron los ojos y le advirtieron que si se quitaba la venda, se verían obligados a atarle las manos a la espalda. Lug prometió no tocarse la venda. Cuando lo dejaron solo, gateó a ciegas hasta un rincón de la habitación, acomodó la cadena del grillete que todavía tenía en su muñeca derecha, se ajustó la manta alrededor de su torso desnudo y se acurrucó en el duro piso de piedra. Pronto se durmió, vencido por el agotamiento.

Así lo encontró Liam, hecho un ovillo en el piso, abandonado al ansiado descanso del sueño. Le habían dejado una botella de agua a un metro de su cabeza.

—¿Lug?— lo sacudió suavemente del hombro.

Lug se despertó, sobresaltado.

—¿Quién…?

—Tranquilo, soy yo, Liam— le dijo el  otro, sacándole la venda de los ojos.

—No, no— trató de detenerlo Lug—, no debo quitarme la venda.

—Está bien, no te preocupes, so yo, Liam— le repitió, quitándose la máscara para que lo reconociera.

—¡Liam! ¡Viniste!

—Así es— sonrió el otro—. No vas a creer lo que pasó: me permitieron acceso libre a ti. Las cosas han tomado un giro extraño. Averigüé también lo que querías saber del Sello.

Los ojos de Lug se entrecerraron y comenzó a desvanecerse.

—¿Lug? ¡Lug!— volvió a sacudirlo Liam.

Lug entreabrió los ojos lentamente.

—¿Quién eres?— preguntó.

—Lug, soy yo, Liam. ¿Qué te pasa?— le preguntó, preocupado.

—Liam… Liam…— repitió Lug, como tratando de recordar el nombre, y luego, con gran esfuerzo: —No puedo… no tengo fuerzas… no sé cuánto más pueda aguantar… no puedo pensar bien… estoy… estoy…

—¿Qué te hicieron? ¿Te inyectaron algo?

—No… las cruces…

—¿Las cruces?

—Tu bloqueo, Liam. Te dije que no debías subestimar tu poder…

—Pero me dijiste que no tenía efecto, que ya estabas bloqueado desde antes— le planteó Liam.

—Me equivoqué.

—Pero estabas bien, charlamos, estabas bien— insistió Liam.

—El efecto no fue instantáneo, vino después de que te fuiste— dijo él con un hilo de voz, cerrando los ojos otra vez.

—No, no, no, no, no te vayas, quédate conmigo— lo sacudió Liam—. Dime qué hacer, dime cómo deshacer el bloqueo.

Lug volvió en sí por un último instante, y en un susurro, solo pudo alcanzar a decir una palabra antes de desmayarse del todo:

—Bórralas.

—¡Lug! ¡Lug!— trató de despertarlo Liam, pero en vano. Acercó su rostro al de él y comprobó que todavía respiraba, pero apenas.

Con urgencia, sacó un pañuelo de un bolsillo, tomó la botella de agua y lo mojó. Luego abrió la manta con la que Lug estaba envuelto y comenzó a fregar la sangre de las cruces en su cuerpo hasta limpiarlas por completo. Entonces, esperó. Pero Lug no volvía a la conciencia. Lo zarandeó nuevamente, llamando su nombre. Nada. Borrar las cruces no había sido suficiente. ¿Qué más podía hacer? No le habían enseñado ningún ritual para deshacer el bloqueo, solo para ponerlo en su lugar, y ni siquiera había creído que podía servir para algo. Nunca había prestado realmente atención al significado de lo que estaba haciendo, solo había recitado las frases como un robot, nunca imaginó que lo que estaba diciendo era verdadero, que se estaba efectivamente materializando.

—¡Vamos, Lug! ¡Despierta! ¡Despierta! ¡No sé qué más hacer!— le gritó Liam, angustiado.

Pero sus gritos no tuvieron ningún efecto en el inconsciente Lug. Tenía que hacer algo, tenía que pensar… Recorrió en su memoria todas las enseñanzas de la Hermandad, buscando algo que pudiera servir, pero no encontró nada útil. Respiró hondo, cerró los ojos, tratando de tranquilizarse, y entonces le vino a la mente la frase de Lug: “No subestimes tu poder”. Lug había dicho que el verdadero poder lo tenían los seres humanos y Liam se había reído de esa noción, pero en este momento de desesperación, bien valía la pena probar si era cierto. Si el poder residía realmente en él, no necesitaba recitar los encantamientos de los rituales de la Hermandad, podía crear su propio ritual. Su tío y su padre se habrían reído de él, le habrían dicho que estaba drogado y borracho por pensar semejante cosa. Pero él no estaba drogado ni alcoholizado, de hecho, su mente estaba más clara que nunca después de la siesta que había dormido en el hotel.




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