El Sello de Poder - Libro 5 de la Saga de Lug

SEXTA PARTE: Lug - CAPÍTULO 95

Lug estaba preocupado. Después de la partida de Liam, ya no hubo más visitas. Nadie vino a ver cómo estaba ni a traerle más agua. Lug intentó llegar hasta la puerta, pero la cadena no era lo suficientemente larga. Las velas que los miembros del Círculo habían dejado a la mañana, durante la ceremonia, se terminaron de consumir, y Lug quedó totalmente a oscuras. Después de varias horas, decidió tratar de dormir. No sabía lo que le esperaba, y le pareció acertado descansar y recuperar fuerzas mientras le permitieran hacerlo. Se envolvió nuevamente en la manta y se acurrucó en un rincón, contra la pared. La preocupación y el piso duro y frío no se lo hicieron fácil, pero finalmente logró conciliar el sueño.

Cuando despertó al otro día, el recinto seguía igual de oscuro y no había indicios de que nadie fuera a venir a verlo. Estiró los músculos y se desentumeció. Le dolía todo el cuerpo por haber dormido sobre el piso de piedra. Tenía la boca pastosa, pero su botella de agua estaba vacía y no pudo aliviar su sed. Desenrolló las vendas de las heridas de sus brazos y las examinó con las yemas de los dedos en la oscuridad: ya no sangraban, pero todavía ardían y dolían al tacto. Volvió a colocarse las vendas con cuidado.

Pasaron varias horas más que se le hicieron infinitas, en las que solo estuvo elucubrando preocupado sobre lo que habría pasado con Liam, sobre el Anguinen, sobre Shenmen, sobre Meldek, y finalmente sobre su hija, metida en todo este lío, una niña inocente, en peligro, arriesgándose por él. ¿Quién la habría traído a este mundo? ¿Dana? ¿Llewelyn? No, no creía que ninguno de los dos hubiera aceptado ponerla en peligro así. Debió ser Augusto, forzándola a pagarle el favor que le había hecho al protegerla en la escuela. ¡Tonto! ¡Imprudente! Pero, no, Llewelyn nunca se lo hubiera permitido. Y luego recordó un hecho fundamental que no había considerado: nadie podía obligar a Lyanna a hacer nada que no quisiera, nunca nadie lo había logrado, ni por la razón ni por la fuerza. Si ella había venido a rescatarlo, había sido por su propia voluntad, y nadie podría interferir en sus planes. Y lo peor de todo: Lyanna no era buena jugando en equipo, así que lo más probable es que estuviera en esto por su cuenta. Aun así, tenía la esperanza de que alguno de los demás estuviera trabajando con ella. Su mensaje no había sido muy concreto que digamos, no había nada en él que le diera un poco de paz mental, que lo ayudara a prepararse para el momento en el cual ella tenía planeado intervenir: Dile a papá que no desespere, que la ayuda está en camino, que confíe en mí. ¿Cómo podía no desesperarse cuando su niñita estaba en peligro por su culpa? ¿Qué ayuda podía traerle ella si no conocía los manejos de este intrincado y traicionero mundo? ¿Que confiara en ella? Por supuesto que confiaba en ella: confiaba en que lo amaba, confiaba en su integridad y honestidad, confiaba en que haría todo lo que estuviera a su alcance para salvarlo, pero no podía confiar en que ella supiera realmente lo que estaba haciendo. Con o sin sus habilidades especiales, esto era demasiado para una niña de once años criada en otro mundo, con una experiencia de vida totalmente diferente a la violenta cotidianeidad de este.

Después de muchas horas más de oscura soledad en el recinto, cuando ya Lug había cavilado hasta el hartazgo, dando vueltas y vueltas sobre los mismos angustiantes temas, escuchó de pronto el sonido de alguien manipulando la traba externa de la puerta. Se puso en alerta de inmediato. Pensó en ponerse la venda en los ojos, pero lo descartó rápidamente: enfrentaría lo que viniera con los ojos bien abiertos.

Al abrirse la puerta, entraron los nueve enmascarados. Todos llevaban velas, excepto cuatro de ellos. Lug paseó la mirada por sus ocultos rostros. Enseguida, se dio cuenta de que ninguno de ellos era Liam. Antes de que pudiera preocuparse por la ausencia del muchacho, los cuatro que no llevaban velas se acercaron a él. Dos de ellos lo sostuvieron de los brazos, mientras los otros dos se encargaban de sacarle el grillete de la muñeca derecha, y le quitaban las vendas de las heridas de los brazos, dejando al descubierto los símbolos. Lo forzaron a sacarse el pantalón y la ropa interior, y le colocaron una túnica blanca de lino sin mangas. Le esposaron las manos a la espalda, y luego lo amordazaron. Le pusieron la capucha en la cabeza, y lo arrastraron fuera del recinto y por diversos pasillos, hasta llegar a una cochera donde lo metieron en el baúl de un automóvil.

Lug calculó que el viaje duró unas tres horas. ¿A dónde lo estarían llevando? ¿Habría comprometido Liam el lugar secreto donde lo tenían, apremiándolos a llevarlo a algún otro sótano en otra ciudad? ¿Y dónde estaba Liam? ¿Qué habían hecho con él? No podían haberlo sacado del juego, ¿o sí?

Cuando el coche se detuvo, Lug escuchó que otros dos coches también se estacionaban junto al suyo. Escuchó las puertas abrirse y cerrarse, escuchó murmullos apagados. Finalmente, alguien abrió el baúl donde lo tenían cautivo. Lo ayudaron a bajar, y sus desnudos pies pisaron tierra y césped. Los sonidos que llegaron a sus oídos no eran de la ciudad, eran insectos nocturnos. Lo empujaron por un sendero con árboles que susurraban con una fresca brisa. Definitivamente, estaba en un bosque y era de noche. Se le hizo un nudo en el estómago. ¿Era posible que lo estuvieran llevando al ritual de su sacrificio? Pero no podía ser… necesitaban el anillo, y no era posible que lo hubiesen encontrado en un solo día… ¿Y dónde estaba Liam? Él debía llevar a cabo la tercera muerte, él tenía que estar allí. ¿Habría cambiado Shenmen las reglas del juego? Y si era así, ¿qué le esperaba?




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