El Sello: El Despertar del Orden

Capítulo 5: El rapto

Año 9.582 N.E.

Una respiración agitada rompía el silencio del bosque. Alice tomaba bocanadas de aire, intentando calmar sus pulmones ardientes. Tenía golpes y rasguños en los brazos, marcas de las manos que habían intentado sujetarla a la fuerza, pero había logrado escapar. Su mentor, Miachyv, la había ayudado, creando una distracción crucial.

"¿Qué habrá pasado con Miachyv? ¿Estará bien?", pensó, la preocupación por su viejo amigo mezclándose con el miedo punzante por su propia seguridad.

No sabía nada de su madre ni de su hermano menor desde que había estallado el caos en el pueblo, pero mantenía la convicción de que estaban a salvo; ella misma los había ocultado en el refugio secreto antes de que todo se precipitara. Se dejó caer un momento tras un árbol grueso, tratando de recuperar el aliento. Creía haber dejado a los soldados muy atrás. Pero entonces, escuchó el eco de voces llamando su nombre. La seguían buscando.

Alice se levantó de un salto, el miedo convirtiéndose en adrenalina. Comenzó a correr de nuevo, tan rápido como sus piernas le permitían, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse. A lo lejos, entre la espesura, divisó una vieja choza de cazador, casi invisible bajo un manto de maleza y ramas caídas. Era perfecto. Nadie la buscaría allí.

Llegó a la choza, abrió la puerta con sumo sigilo y se deslizó dentro, buscando refugio en la oscuridad bajo una escalera de madera. Justo cuando empezaba a sentirse a salvo, algo pesado la golpeó en la cabeza desde atrás. La oscuridad la envolvió.

***

Año 9.560 N.E. (Veintidós años antes)

—¿Tenemos que ir? ¡Papá! No tengo ganas, ¡será súper aburrido! —protestó Alice, con su frente de niña de ocho años arrugada y un claro tono de fastidio.

—Sí, Alice, debemos ir a la cena —respondió su padre, Catel Monërhalth, con su habitual tono autoritario—. Nuestro líder regional viene a conversar con el consejo del pueblo. Es muy importante que estemos allí. ¿Entiendes?

Catel era un hombre estricto, respetado y temido en el pueblo por su carácter imponente y su forma directa, a veces ruda, de impartir su propia "justicia" cuando alguien osaba faltarle al respeto o abusar de otros. Sus métodos, aunque efectivos, a menudo le ganaban citaciones ante el Consejo.

—¡Qué aburrido, papá! No me gusta ir a esos sitios. La gente habla muy raro, se visten muy feo, y algunos... ¡fuchi!... huelen mal —refunfuñó Alice—. Además, ¿con quién voy a jugar? ¿Jugarás tú conmigo?

—El hijo de nuestro líder vendrá. Podrás conocerlo. Y seguro que habrá otros niños. Y aunque no los hubiera, sabes bien que no puedo dejarte aquí sola. Solo tienes ocho años y todos estaremos allá —respondió Catel, elevando un poco la voz.

Alice supo que era inútil seguir discutiendo. Resignada, tomó el vestido formal y los zapatos que le habían preparado y comenzó a vestirse, refunfuñando entre dientes mientras ideaba travesuras para entretenerse durante la "aburrida" reunión de adultos.

—¡Uy! —musitó mientras se ponía los calcetines—. Espero que no me toque saludar a la señora gorda que siempre está con el señor calvo. Huele fatal y tiene una boca muy grande...

—Ese señor calvo es el primer ministro de Kwango —dijo su padre, apareciendo en el umbral de la puerta sin que ella lo hubiera notado. Alice dio un respingo, casi cayéndose—. Una alianza con ellos podría ser crucial dada la situación actual. Y la señora de la que hablas es su influyente secretaria de gobierno. Son personas que debemos tener de nuestro lado. Así que necesito que te comportes, que demuestres ser una niña educada. Hoy es importante que causes buena impresión. ¿Entendido?

—Pero papá... ¡tienes que admitir que esa señora huele fatal! —replicó Alice con una mueca de asco, recordando el olor rancio, como a queso viejo y aceitunas pasadas, que desprendía la mujer en cenas anteriores.

A pesar de su seriedad, a Catel se le escapó una leve risa, que intentó disimular rápidamente.

—¡Te reíste! —chilló Alice, triunfante—. ¡Tú también sabes lo mal que huele!

—Está bien, lo admito —cedió Catel, riendo abiertamente ahora; ella era la única capaz de romper su dura fachada—. Sí, huele un poco mal... Debe ser su perfume.

—¡Qué horrible! ¿Nadie le ha dicho nada? —preguntó Alice.

—Todo el mundo la respeta demasiado, hija. Nadie se atreve. Solo necesito que te comportes lo mejor posible hoy. Es importante.

Su hija puso cara de estar negociando un tratado intergaláctico.

—Está bien... Seré razonable —dijo, imitando el tono serio de su padre—. Prometo comportarme si, y solo si, no me haces sentarme cerca de esa señora gorda y fea. No quiero oler su perfume. —Su mueca de desagrado era totalmente genuina.

—De acuerdo. Trato hecho —respondió Catel con una sonrisa—. Te sentarás a mi lado. Pero compórtate. Promételo.

—Lo prometo —dijo Alice, y acto seguido le dio un beso rápido en la mejilla, añadiendo en voz baja—: Trataré...

Ambos rieron. Su padre la ayudó a terminar de arreglarse y salieron juntos hacia la pomposa, y para Alice, potencialmente aburrida, reunión.

Al llegar al salón de eventos, Alice reconoció el ambiente de inmediato: las mismas caras serias, los mismos gestos ensayados, las mismas palabras rimbombantes. Suspiró y se resignó a quedarse sentada mientras su padre circulaba y hablaba con gente importante.

Tras un rato, aburrida, se escabulló por los pasillos y picoteó algunos postres de una mesa apartada. Fue entonces cuando notó que no era la única niña allí. En la entrada principal, rodeado por varios guardias discretos pero atentos, había un niño. Parecía tener más o menos su edad, quizás un poco mayor, pero vestía con la misma formalidad incómoda que los adultos. Lo que la impactó fueron sus ojos, de un sorprendente color gris claro, y su cabello, negro como la noche, contrastando con una piel muy pálida. Irradiaba un aire de importancia contenida. Era Ëadrail Adanehël, el hijo del Gobernador de Neipoy.



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En el texto hay: ficcion, epico, evolución

Editado: 29.05.2025

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