Año 9.577 N.E.
Morada de Sagga, Montañas de Desaltaqs
—Se supone que tú eres el experto en trampas y emboscadas —comentó Alcorth con una mezcla de frustración e ironía, su voz resonando en la penumbra de la cabaña donde colgaban—. ¡Y ahora los hermanos Patmus morirán atrapados por no poder desenredar unas simples cuerdas! Qué gran legado dejaremos.
—Nunca he estado en combate real, ¿recuerdas? —replicó Mizarth con un deje de burla, aunque también luchaba con sus ataduras—. Nuestro padre fue quien nos entrenó, no su amigo el trampero. Pero tú eres el fuerte, ¿no? ¿Por qué no puedes soltarte?
—¡Lo he intentado! ¡Pero estas malditas cuerdas no ceden! —vociferó Alcorth, soltando un gruñido mientras se retorcía inútilmente.
—¡Así que son los hermanos Patmus! Hijos de Nor y Ameda, ¿eh? Interesante... ¿También os entrenó el bueno de Thangort? —La voz grave y calmada surgió de las sombras detrás de ellos.
Ambos jóvenes colgaban del techo cabeza abajo, firmemente amarrados, casi como fardos.
—¿Quién anda ahí? ¿Cómo sabe quiénes somos? —preguntó Mizarth, tratando de identificar la fuente de la voz.
—Yo soy quien hace las preguntas aquí. ¿De verdad vuestro padre cree que voy a perder mi tiempo entrenando a unos críos? —La figura se materializó: un hombre de mediana edad, constitución fuerte pero ágil, con una mirada penetrante. Era el maestro que buscaban.
—¿Sagga? —aventuró Alcorth.
—¡Ah! Comienzo a notar que no eres solo músculo, muchacho —dijo Sagga con ironía—. Pero, ¿cómo creéis que unos novatos como vosotros podrían convertirse en mis alumnos? Sobre todo, con tus... —Sagga fue interrumpido abruptamente.
En un movimiento increíblemente rápido y silencioso, Mizarth se había liberado de sus ataduras, había caído al suelo con la agilidad de un gato y ahora sostenía un pequeño cuchillo de entrenamiento contra la garganta de Sagga, quien no lo había visto venir.
—Bien. Ahora, hablemos de forma civilizada —dijo Mizarth con una sonrisa tensa.
Sagga levantó lentamente las manos, mostrando las palmas vacías en señal de rendición. Pero era una finta. En una fracción de segundo, su cuerpo se movió con una velocidad asombrosa. Un giro rápido lo liberó del agarre de Mizarth, haciéndolo volar por encima de su hombro. Mizarth cayó con fuerza al suelo. Justo cuando Sagga se disponía a neutralizarlo con un golpe, sintió un apretón de hierro en su cuello. El agarre lo levantó del suelo y lo estampó contra la pared de madera.
—Creo que se descuidó, "Maestro" —jadeó Alcorth, la adrenalina brillando en sus ojos, su rostro a escasos centímetros del de Sagga—. Es hora de conversar civilizadamente, como dijo mi hermano.
Mizarth se incorporó rápidamente, colocándose detrás de Alcorth, también sonriendo con suficiencia.
—Ya veo. No son tan malos como parecían —concedió Sagga, un brillo divertido en sus propios ojos a pesar de la presión en su cuello—. Pero para llamarme "maestro", primero deben ganarse el ser mis alumnos. Y hasta ahora, solo han demostrado ser un par de brutos con suerte.
Apenas terminó de hablar, Sagga movió una pierna con la velocidad de un rayo, enganchando el brazo de Alcorth que lo sostenía. Con un golpe seco del empeine en la mandíbula y otro en el oído de Alcorth, lo desequilibró. —No creas que ya tienes a tu enemigo bajo control —murmuró. Giró sobre sí mismo, lanzando una patada al pecho de Mizarth que lo envió rodando. —Y tú, siempre atento al enemigo, incluso si parece controlado. Nunca sabes qué sorpresas guarda. —Volvió a encarar a Alcorth, que se tambaleaba. Lo agarró del brazo, tiró de él para recibirlo con un rodillazo en el estómago y, en el rebote, lo jaló de nuevo para propinarle un puñetazo en el rostro. Un codazo descendente en la parte superior de la cabeza lo dejó aturdido en el suelo—. Debes ser más ágil. No haces nada siendo solo una montaña de fuerza bruta. —Se giró hacia Mizarth, que ya volvía al ataque. Sagga se agachó, esquivando un golpe, y conectó un gancho a la quijada de Mizarth. Cuando este intentó contraatacar, Sagga lo interceptó con un cabezazo en el mentón. Y cuando Mizarth logró ponerse en pie, Sagga puso una mano en su frente y, con un empujón y una zancadilla, lo envió de espaldas al suelo, su cabeza golpeando la madera con un golpe seco.
—A ver... ¿Qué hicieron mal? —preguntó Sagga mientras caminaba calmadamente hacia una pequeña mesa, donde se sentó y se sirvió una taza de té humeante.
—¿Por qué no se pregunta qué fue lo que hizo mal usted? —replicó Alcorth con voz ronca, intentando incorporarse, una furia animal encendiendo sus ojos. Estaba listo para lanzarse de nuevo.
—¡Hermano! ¡Resultó! —exclamó Mizarth de repente, una sonrisa dolorida pero triunfante en su rostro.
—¿En qué momento...? —Sagga se detuvo, una expresión de genuina sorpresa cruzando su rostro mientras se palpaba las costillas bajo el brazo. Con un gesto rápido, extrajo un pequeño cuchillo, el mismo que Mizarth había usado antes. Sonrió—. Vaya, vaya. Bien jugado. Siéntense. Conversemos... civilizadamente.
Los hermanos, aún doloridos y magullados, se acercaron a la mesa y tomaron asiento. Dos tazas de té adicionales ya estaban servidas y humeando. Hubo un momento de silencio mientras se recuperaban.
—¿Cómo se curó tan rápido? No necesitó ayuda... —susurró Alcorth, más para sí mismo, mirando con asombro el costado de Sagga donde debería haber estado la herida. Sagga simplemente sonrió.
—Continúe con lo que iba a decir sobre por qué no nos va a entrenar —dijo Mizarth, frunciendo el ceño, volviendo al asunto.
—Tus temores, muchacho —comenzó Sagga, mirando a Mizarth—. Tienes mucho miedo de pe...
—¡Mi hermano no le teme a nada! —interrumpió Alcorth, golpeando la mesa con el puño—. Bueno, quizás a mí a veces, ¡pero a nada más! ¡No se atreva a insultarlo!
—Escucha, mastodonte —respondió Sagga con calma, aunque su mirada era un desafío—. Quédate quieto si no quieres otra paliza como la de hace un momento. —Se volvió hacia Mizarth—. Hablaba de tu miedo a tu propio poder, a lo que sientes cuando combates.
Editado: 24.05.2025