Mediados de 9.582 N.E.
Habían transcurrido seis meses desde la captura de Alice y su familia por las fuerzas de Ëadrail. Alice, con una resiliencia forjada en la adversidad, comenzaba a adaptarse a la vida que le habían impuesto. Cada tanto, el recuerdo de sus amigos caídos, de la masacre injustificada en su pueblo, la sumía en un llanto silencioso, pero la necesidad de proteger a su madre y a su hermano –lo único que le quedaba– la impulsaba a seguir adelante con la ominosa tarea que le habían exigido.
Mientras tanto, Ëadrail continuaba tejiendo sus intrincados planes, revelando solo fragmentos, meras instrucciones a sus subordinados. Hacía poco, habían regresado varios contingentes enviados a países aliados en busca de maestros de combate. Uno de ellos, el que había partido hacia Desaltaqs, había sido prácticamente aniquilado. El mensaje del maestro Sagga, y de unos posibles alumnos suyos, había sido un rotundo y sangriento "no".
—¿Pero qué demonios ocurrió? —inquirió Ëadrail, su voz peligrosamente calmada—. ¿Por qué no trajeron al maestro Sagga?
—Mi Lord, discúlpeme —respondió el coronel a cargo del informe, su rostro pálido—. No sé exactamente qué sucedió. Ninguno de nuestros soldados de élite enviados con la expedición regresó con vida. Solo uno de los soldados regulares de Desaltaqs que los acompañaban logró volver, y estaba gravemente herido.
—¿Y cuál fue su informe? —presionó Ëadrail.
—Informó... que el maestro Sagga, junto con dos alumnos, los enfrentó y los vencieron a todos —comunicó el coronel con aprensión.
—¿Y se creen con derecho a desafiar a nuestro gobierno? —espetó Azacell, presente en la reunión, su mano instintivamente cerca de su arma.
Ëadrail permaneció en silencio, pensativo ante la noticia.
—¿Qué piensa, mi Lord? —preguntó el coronel—. ¿Por qué tan callado?
—El asunto es que no eran soldados mediocres los que envié —reflexionó Ëadrail—. No eran la élite de la élite, pero tampoco eran novatos. Entiendo que el maestro Sagga se resistiera, incluso que luchara. Pero él solo, por muy estratega que sea, no habría podido con la cantidad de hombres que fueron por él. No se habría arriesgado de esa forma tan directa. Lo que me preocupa...
—Los alumnos —intervino Azacell, anticipando sus pensamientos—. Son los alumnos lo que le preocupa, ¿cierto, mi Lord?
—Efectivamente —confirmó Ëadrail. Hizo una pausa y, mirando al coronel, añadió—: Puede retirarse. Terminaré de leer el informe y, ante cualquier duda, lo llamaré.
Una vez solos, Ëadrail se dirigió a Azacell: —Debemos tener cuidado. Sé que existe una organización que vigila los acontecimientos a nivel mundial, o al menos eso susurran mis espías. Si es así, es probable que el maestro Sagga haya oído de ella, de la Hermandad, y seguramente guiará a esos alumnos para que se incorporen.
—¿Entonces qué haremos? —inquirió Azacell, visiblemente preocupada.
—Nada por ahora. Solo esperar. Pero mantendremos una vigilancia discreta. Necesitamos saber quiénes son esos alumnos y, sobre todo, más sobre esa organización —respondió Ëadrail.
—No olvides al maestro —advirtió Azacell.
—Es cierto. Claramente puede intentar algo —concedió Ëadrail, llevándose una mano al mentón—. Pero realmente, en este momento, no podemos desviar recursos. Iré a verme con Alice. Hoy toca entrenamiento con ella. —Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
Azacell lo miró con clara molestia, pero no dijo nada.
***
Alice se encontraba en el laboratorio frente a la gran pantalla de grafeno, garabateando complejas combinaciones de elementos, observando sus reacciones simuladas en distintas condiciones. También generaba modelos de parásitos y estudiaba cómo interactuarían con los compuestos creados. No obtenía ningún resultado que le satisficiera; o creaba virus demasiado agresivos y obvios, o demasiado pasivos e ineficaces. En todos los casos, el virus era detectable por los sistemas de defensa biológica conocidos.
—Demonios... no sé qué hacer. Esto no es nada fácil —murmuró para sí misma—. Las premisas que me impuso son casi imposibles de cumplir. Pero debo lograrlo.
—Señorita, no se mortifique tanto. Sabe que usted logrará el objetivo —la voz calmada del cabo Matt la sobresaltó.
—¡Rayos, Matt, siempre haces eso! ¡Deja de asustarme! No sé por qué siempre olvido que estás ahí —exclamó Alice, llevándose una mano al pecho. Luego, suspiró—. Es que no lo entiendes. No consigo ni el inicio de una idea viable. Esto me tiene mal. No sé cuánto más esperará el... "Gobernador". —La última palabra salió con un marcado acento de burla.
—No se preocupe tanto, señorita. Ya llegará a la solución. Igual, no se estrese demasiado; recuerde que hoy tiene entrenamiento con él, y siempre termina algo distraída o molesta durante la pelea —comentó Matt, intentando darle ánimos.
Alice volvió a encarar la pantalla, repasando mentalmente los criterios del virus.
—Mmm, ¿qué debo hacer? ¿Qué me falta? Prácticamente cualquier cosa que cree podrá ser detectada por los anticuerpos, o por un sanador y su equipo...
—Señorita, la dejaré sola un instante para que pueda concentrarse mejor. Aunque, bueno, usted no deja de concentrarse prácticamente con nada —dijo Matt con una media sonrisa.
—¿Ah? ¿Qué? Disculpa, Matt, me distraje analizando esto... —respondió Alice, claramente sin haber escuchado.
—Nada, señorita, no se preocupe. Ya vengo, saldré un momento —replicó el cabo, dejando escapar una pequeña risa.
Matt salió del laboratorio y se dirigió hacia el despacho que Ëadrail había mandado adecuar recientemente en el complejo, para supervisar más de cerca la investigación. En el trayecto, se encontró con la Capitana Azacell.
—Buenas tardes, Capitana —saludó Matt, cuadrándose respetuosamente.
—Buenas tardes, Cabo. ¿A dónde se dirige? —inquirió Azacell, arqueando una ceja. Sabía que Matt rara vez abandonaba la custodia de Alice.
Editado: 24.05.2025