El Sello: El Despertar del Orden

Capítulo 11: Un nuevo encuentro

Año 9.582 N.E.

Los hermanos viajaban en el navío que los llevaría al corazón de la Hermandad. La incertidumbre los acompañaba: ¿cómo encontrarían la entrada secreta?, ¿cómo serían recibidos? Cada uno cargaba con sus propias preocupaciones. Mizarth pensaba constantemente en sus padres; cinco largos años habían pasado desde que los vio por última vez. Aunque las videollamadas mentales ocasionales ofrecían un consuelo fugaz, nada reemplazaba el calor de sus abrazos, la sensación de seguridad que siempre había encontrado al lado de su padre, especialmente durante su tumultuosa niñez. Alcorth, por su parte, no podía evitar que su mente vagara hacia su maestro Sagga, preguntándose si estaría bien, y hacia Mirve, la mujer que amaba en silencio, anhelando el día en que pudiera volver a verla.

Mizarth salió a la cubierta, el viento salado alborotando su cabello, y encontró a su hermano apoyado en la barandilla, la mirada perdida en el horizonte. Sabía que Alcorth estaba preocupado, lo conocía demasiado bien. Y, como siempre, no pudo resistir la oportunidad de molestarlo. Se acercó sigilosamente por detrás y le dio un golpe seco con la palma de la mano en la nuca.

—¡Auch! ¿Qué diablos te pasa? —exclamó Alcorth, sobándose la nuca con una mueca de dolor.

—Sabes, "manteca", que no puedo resistirme —respondió Mizarth entre carcajadas.

—¿Cuándo vas a dejar de llamarme así? ¡Desde que éramos críos me dices así! —refunfuñó Alcorth, frunciendo el ceño.

—Mmm, déjame pensar... ¡Nunca! —replicó Mizarth, soltando otra risotada.

—¡Madura de una vez! —espetó Alcorth.

Finalmente, Mizarth se acercó y se apoyó en la barandilla junto a su hermano, su tono volviéndose más serio. —Tranquilo, hermano. Estarán bien. No te preocupes tanto por ellos.

—Lo sé, pero igual me inquieta. Aunque... ¿sabes qué más me inquieta ahora mismo? —preguntó Alcorth, su mirada volviendo a perderse en la distancia.

—Si no lo dices, no lo sé. Recuerda que yo no soy telépata, por mucho que te esfuerces en creerlo.

—En esa dirección —dijo Alcorth, señalando vagamente hacia el sur—, a no sé cuántos kilómetros, se encuentra Neipoy. Donde la familia Adanahël gobierna.

—Mmm, interesante. ¿Y eso qué? —inquirió Mizarth, arqueando una ceja.

—Ëadrail Adanahël es quien gobierna en este momento —continuó Alcorth, su voz tensándose—. Y es extraño, hermano, pero casi podría darte una descripción detallada de él, aunque nunca lo he visto. Es más, hasta creo... creo que está mirando en esta dirección en este preciso instante. —Apretó los puños, el ceño fruncido.

—No lo había pensado, pero... es verdad. Yo también siento que lo conozco físicamente, que podría reconocerlo —respondió Mizarth, una extraña inquietud creciendo en él—. Mmm, ¿qué es eso?

—¿Qué es qué?... —Alcorth hizo una pausa, una repentina sensación de alerta recorriéndolo—. Sí. Ya siento lo que sientes.

Los hermanos se movieron con rapidez hacia el interior del navío. Los pasillos estaban inquietantemente vacíos; normalmente, a esa hora, estarían llenos de pasajeros y tripulación. Algo andaba muy mal. Cuando llegaron al salón principal, se encontraron con una escena que heló la sangre en sus venas: todos los pasajeros estaban acurrucados en el centro, rodeados por hombres armados con uniformes toscos y desconocidos.

—¡Quédense quietos allí donde están! —ordenó un hombre corpulento, apuntando un arma de plasma directamente a Alcorth.

—Te dije que no debíamos quitarnos los trajes de combate, tal como nos advirtió el maestro —masculló Alcorth a Mizarth en voz baja.

Rápidamente, analizaron la situación. Una reacción violenta en ese espacio cerrado y lleno de civiles sería una masacre.

—Caminen por aquí y siéntense en el piso. ¡Ahora! —ordenó el mismo hombre.

Alcorth y Mizarth obedecieron, sin ofrecer resistencia visible, aunque sus mentes trabajaban a toda velocidad.

—Como decía antes de ser interrumpido... —continuó el líder de los asaltantes, dirigiéndose a los aterrados pasajeros—. Somos de los países independientes del norte. Naciones que vuestro pomposo Consejo Mundial ha dejado fuera, condenándonos a la miseria mientras vosotros disfrutáis de los recursos. ¡Queremos la parte que nos corresponde del mundo, la que ustedes nos quitan!

—¡Ustedes no se merecen nada! —gritó un hombre de entre los pasajeros, incorporándose con rabia—. ¡Nunca quisieron unirse al Consejo! ¡Son escoria y parásitos!

"Esto terminará mal", pensó Mizarth, preparándose para lo inevitable.

Un instante después, se escuchó la detonación siseante de un arma de plasma. El hombre que había hablado cayó al suelo sin vida.

Mizarth agarró la mano de Alcorth con fuerza. —Tranquilo, hermano. No hagas nada todavía. No tenemos nuestras armas ni los trajes.

—Como decía, antes de ser groseramente interrumpido por ese idiota —continuó el líder con una sonrisa cruel—. Ustedes solo deben darnos lo que pidamos, y todo saldrá bien. Sin más interrupciones, ¿entendido?

El navío permaneció detenido durante una hora angustiosa mientras los piratas despojaban a los pasajeros de sus objetos de valor. El jefe de los asaltantes se había retirado a revisar el puente de mando y la bodega de carga. Los hermanos observaban, la rabia contenida ardiendo en sus ojos.

—Apenas estos se larguen, iremos a buscar nuestros trajes y armas. Y los cazaremos —susurró Mizarth a Alcorth, quien solo miraba a los bandidos con un odio helado—. Tranquilo, mastodonte. Ya vas a poder aplastar a alguien.

—Son ocho los que quedan aquí vigilando, hermano. Fácil. Acabaremos con ellos en segundos —respondió Alcorth con una voz ronca y baja, sus músculos tensos.

—¡Miren lo que tenemos aquí! Estas señoritas estaban muy bien ocultas —dijo uno de los piratas, arrastrando del brazo a dos mujeres jóvenes que habían intentado esconderse entre la gente.

—¡Ah! ¡Y miren a esta dulce niña! —exclamó otro, agarrando a una chiquilla de unos trece años después de golpear a su madre para que la soltara—. Creo que podemos divertirnos un rato antes de irnos.



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En el texto hay: ficcion, epico, evolución

Editado: 29.05.2025

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