Año 9.584 N.E. - Durante el Torneo en Isla Patmus
El comité de Neipoy había llegado a Isla Patmus para el torneo mundial. Designados por la Hermandad, los hermanos Patmus, acompañados por Quzury –una joven y prometedora guerrera de la Hermandad–, fueron enviados a recibir a los representantes.
El ambiente se tornó eléctrico, casi tangiblemente pesado, cuando los hermanos se encontraron cara a cara con Ëadrail Adanahël. Mizarth, manteniendo una compostura admirable, extendió la mano en saludo mientras, con la otra, discretamente hacía una seña a Alcorth para que mantuviera la calma.
—Un gusto conocerlo al fin, Lord Gobernador. Estaba interesado en este encuentro, y mi hermano también —dijo Mizarth, su voz firme.
—Para mí también es un placer conocerlos, jóvenes Patmus —respondió Ëadrail, su mirada gris evaluándolos intensamente—. Por lo que pude escuchar de los organizadores, se enfrentará usted —dijo, señalando a Mizarth— a mis luchadores en las rondas. —Luego, miró significativamente a Njord. La inscripción de Mizarth no era lo planeado originalmente, pero Njord comprendió de inmediato que Ëadrail tenía una nueva estrategia en mente. El Comandante cruzó los brazos y asintió con la cabeza.
—Me parece una excelente decisión que participen dos de sus hombres de confianza, mi Lord —comentó Quzury, dirigiéndose a Ëadrail con la debida cortesía—. Sobre todo si uno de ellos es el mismo Comandante General de su nación, el renombrado Njord.
—Bueno, esto ya se ha extendido lo suficiente —intervino Njord con su habitual brusquedad—. Llévennos a nuestras habitaciones. Debemos prepararnos para los enfrentamientos.
—¿Cómo se atre...? —empezó Alcorth, dando un paso adelante, visiblemente enojado por el tono imperativo de Njord hacia Quzury y sus hermanos, pero Valend, la hija de Ron, que se había unido al grupo de recepción, lo interrumpió con una sorprendente firmeza para su menuda estatura.
—Ustedes dos, vayan —dijo Valend, agarrando a Alcorth del brazo con una fuerza inesperada—. El mastodonte y yo debemos ir a hacer unas cosas que nos ordenaron nuestros superiores.
—Pasen por aquí, por favor —indicó Quzury cortésmente a la delegación de Neipoy.
El grupo de Neipoy se alejó con Quzury. Valend seguía sujetando a Alcorth del brazo. Aunque ella apenas le llegaba al hombro, su agarre era tenaz. La escena, un tanto cómica por la diferencia de tamaños, no pasó desapercibida para una recién llegada que se acercó con el ceño fruncido.
—¿Puede alguien explicarme por qué esta niña te tiene agarrado del brazo como si fueras un perro con correa, Alcorth?
Era Mirve. Había llegado a la isla para el torneo, y para reunirse con él después de tanto tiempo.
—Hola —respondió Valend, soltando a Alcorth y mirando a Mirve de arriba abajo con una ceja arqueada, evaluándola—. Sencillo. Lo estoy deteniendo para que no mate a alguien e inicie una guerra interplanetaria. Imagino que tú eres Mirve, ¿verdad?
—Sí, soy yo. ¿Cómo lo sabes? ¿Y quién eres tú? —replicó Mirve, sus rizos castaños moviéndose con su gesto desafiante.
—Fácil. He escuchado al mastodonte hablar muchísimo de ti, de cuánto te quiere. Aparte, la forma en que preguntaste... era obvio que tienes algo con él —explicó Valend con una sonrisa—. Tranquila, amiga, no soy una amenaza. Alcorth es como un hermano mayor para mí. Solo que no quería que iniciara un conflicto diplomático en los primeros cinco minutos. Después él te pondrá al tanto. Los dejo. —Valend le guiñó un ojo a Mirve y se fue rápidamente en la dirección por la que se habían ido los demás.
—¡Princesa, llegaste! ¡Al fin llegaste! —exclamó Alcorth, el enojo disipándose instantáneamente, una alegría inmensa iluminando su rostro mientras la alzaba por la cintura en un abrazo.
Mirve rio. —No debería estar tan feliz de verte después de esa escena, pero lo estoy.
—Tranquila, es solo Valend. Ya te he hablado de ella, la hija de Ron —respondió Alcorth, bajándola suavemente.
—Sí, me imaginé. Solo quise parecer un poquito celosa —admitió ella con una sonrisa traviesa.
Pasaron un rato conversando, poniéndose al día. Mirve le contó cómo estaban las cosas en Desaltaqs después de que él y Mizarth se marcharan.
—¿Qué sabes del maestro Sagga? —preguntó Alcorth entonces, la preocupación por su antiguo mentor ensombreciendo su alegría.
—No sabemos nada concreto. Él se fue al mismo tiempo que ustedes y no se supo más. Sin embargo, corren rumores de que se dirigió en la misma dirección general que vosotros, hacia estas islas. Pero asumo que no fue así, porque si estuviera aquí, ustedes ya sabrían dónde encontrarlo.
En ese preciso instante, en la inhóspita dimensión-prisión donde Verch lo había exiliado, Sagga sintió una fluctuación, un leve debilitamiento en las barreras que lo contenían. No dejaba de gritar mentalmente, intentando alcanzar a sus alumnos, especialmente a Ron, cuyo poder sabía que era la clave. La llegada de la delegación de Neipoy a Isla Patmus, y la presencia concentrada de individuos poderosos, especialmente la de Ëadrail y, sin saberlo él, la agitación interna de Ron por la cercanía de Njord, estaban causando esas distorsiones.
"Algo ocurre...", pensó Sagga, su mente trabajando febrilmente. "Existe alguien con suficiente poder aquí, en esta isla, para debilitar estas paredes. ¿Pero quién podrá ser? ¿Y cómo... cómo demonios me comunico con esa persona?" Su poder mental era grande, lo suficiente para percibir estos cambios sutiles, pero no para romper las ataduras de Verch por sí solo.
***
En un campo de entrenamiento apartado, Ron y Miachyv instruían a los futuros guerreros de la Hermandad. Su misión era desarrollar nuevas técnicas de combate y curación, un proyecto secreto incluso para el Consejo Mundial. La Hermandad sospechaba que los Nephilim estaban detrás de las oleadas de criaturas y la creciente inestabilidad global, y necesitaban una nueva clase de defensores.
Editado: 29.05.2025