Año 9.589 N.E.
Cinco años habían transcurrido desde aquel tenso encuentro en el torneo de Isla Patmus, donde Ron y Markethe volvieron a ver a Njord, el asesino del padre de Ron, y donde los hermanos Patmus se cruzaron por primera vez con Ëadrail Adanahël, quien pudo entonces atisbar la formidable fuerza que ambos jóvenes poseían.
En ese lustro, los acontecimientos se habían precipitado. La Hermandad Adelfuns, bajo la creciente amenaza de los Nephilim, continuaba con la ardua tarea de formar una nueva generación de guerreros capaces de defender al mundo.
Ron, con un esfuerzo y una disciplina férreos, seguía entrenando para dominar aún más sus inmensos poderes ígneos, luchando constantemente por mantener el control y no desatar un aterrador fuego de matiz verdoso, una manifestación de su poder más crudo y devastador. Las palabras de Sagga, resonando desde el limbo dimensional donde Verch lo había exiliado, le llegaban a veces en momentos de profunda concentración, recordándole su potencial pero también el peligro inherente a él. El Gran Maestro lo mantenía cerca, y en los círculos internos de la Hermandad, muchos susurraban que Ron sería el heredero natural al liderazgo, dada su dedicación y el poder que ostentaba, considerado el más grande entre todos ellos.
Markethe había ascendido a Segundo Maestro de la Hermandad y seguía al mando del escuadrón de élite. Sus investigaciones y las audaces misiones de su equipo habían recopilado pruebas irrefutables de que los Nephilim estaban activos en la tierra, interviniendo en los asuntos humanos. Había tomado un especial interés en el desarrollo de Mizarth, y cuando los hermanos no estaban en misión o en sus propios entrenamientos, Markethe practicaba intensamente con él, puliendo sus técnicas de combate y sigilo.
Gracias a las exitosas intervenciones de los hermanos Patmus y su escuadrón, varios países del bloque de los no alineados habían solicitado formalmente unirse al Consejo Mundial. Sin embargo, en el Epiro del Oeste, la situación era tensa; se sabía que varias naciones, incluyendo Tempat Lahir –el país de origen de los Patmus–, estaban en avanzadas conversaciones con Neipoy para formar un consejo mundial alternativo. Tempat Lahir, en particular, estaba bajo especial observación del Consejo Mundial debido a continuas denuncias de violaciones a los derechos humanos y persecución a su propio pueblo.
Los hermanos Patmus, con cada misión cumplida, veían crecer su reputación. Mizarth incluso había ganado otro torneo mundial, aunque en esa ocasión, para gran frustración de Alcorth, Neipoy no envió participantes; Alcorth ansiaba la revancha contra Njord, especialmente tras enterarse del papel de este en la muerte de Arthoriuz. Los hermanos mantenían un contacto discreto pero constante con su padre, Lord Nor, quien seguía en el exilio, temiendo las represalias del corrupto gobierno de su país natal.
***
En Neipoy, Alice estaba al borde de alcanzar la meta que Ëadrail le había impuesto: la creación del virus. Cinco años de trabajo intenso, de dilemas morales y de una extraña y compleja cercanía con su captor. Sin conocer las verdaderas y últimas intenciones de Ëadrail para con su creación, se había sumergido en su trabajo. En los últimos años, la relación entre Alice y Ëadrail se había vuelto más cercana, casi íntima, un desarrollo que no pasaba desapercibido y que molestaba profundamente al círculo íntimo del Gobernador.
Recientemente, dos visitantes habían llegado a Neipoy para reunirse con Ëadrail. Uno era Galaroz. El otro, un hombre de presencia imponente y ojos de un hipnótico verde aguamarina, aparentaba unos diez años más que Ëadrail. Venían a conversar sobre asuntos cruciales para los planes de Ëadrail de imponer su "orden" al mundo.
—Señor, Galaroz ha llegado con su invitado —informó Njord, su rostro impasible como un témpano.
—Diles que me esperen en el salón de estrategias. Ya voy para allá —respondió Ëadrail sin levantar la vista de unos documentos.
—Señor, ¿cree prudente...? —Njord iba a replicar, una rara nota de temor o duda en su voz.
—¡Dije que esperen! —cortó Ëadrail, enfadado—. Estoy ocupado con la señorita Alice. Al final, ¿quién es el gobernante aquí?
—Está bien, señor. Ya les digo que esperen —cedió Njord, retirándose del laboratorio para dirigirse a donde Galaroz y el hombre de ojos verdes aguamarina lo aguardaban.
Galaroz, con su rostro maltratado por el tiempo y las artes oscuras, vestía su habitual toga con capucha. El otro hombre, Vercht, observaba todo con una calma inquietante.
—Señor Galaroz, Lord Vercht, disculpen la demora —dijo Njord, inclinándose con un respeto que no mostraba ante casi nadie más—. Lord Ëadrail está ocupado en este momento. Pide que lo esperen; vendrá en un momento.
—Mmm, interesante —murmuró Vercht, su voz suave pero con un eco de poder ancestral—. Espero que esa "señorita" no se convierta en un obstáculo para nuestros... intereses comunes.
Los tres esperaron veinticinco minutos en un silencio tenso hasta que Ëadrail y Avâra aparecieron por el pasillo. Durante la espera, Galaroz y Vercht habían estado conversando en voz baja sobre sus planes, donde Odrac jugaba un papel crucial, pero Neipoy era la pieza clave que permitiría llevarlos a cabo. Ëadrail, al acercarse, observó que los ojos de Njord parecían tener una luz particular, un brillo sutil que nunca antes le había notado cuando estaba cerca de estos dos individuos. Le extrañó, pero lo archivó para analizarlo después.
—Muy bien, caballeros, pasemos —indicó el gobernante de Neipoy.
—Espero no haberlo distraído de una labor importante, mi Lord —dijo Galaroz con una arrogancia apenas velada.
—Aclaremos esto de una vez —replicó Ëadrail, su tono directo y con poca sutileza—. Ustedes vinieron a mí. Por una fuerte... petición de mi Comandante Njord, los he recibido. Pero, francamente, no tengo por qué molestarme en recibir una carta suya, y mucho menos en concederles una audiencia. Sin embargo, por el respeto que le tengo a mi Comandante, aquí estamos.
Editado: 24.05.2025