Año 9.592 N.E.
Amanecía en Kinyoku cuando unos pasos metálicos se detuvieron frente a la celda donde las hermanas Tower habían pasado una noche tensa y llena de reproches silenciosos.
—Tú, la de cabello castaño. Ven con nosotros —ordenó un guardia corpulento, su voz áspera resonando en el pasillo de piedra.
—¿Qué es lo que quieren? —preguntó Lys con frialdad, poniéndose en pie.
—Tu hermana va a venir. A la buena o a la mala, pero va a venir. Escojan cómo prefieren hacerlo —respondió el guardia, su mano en la empuñadura de su arma.
—Bueno, la respuesta es sencilla —replicó Lys, una extraña calma en su voz—. Acércate un poco más y te la diré al oído.
—Hermana, ya deja eso. Iré con ellos —intervino Citliali, levantándose también. Aunque la "traición" de Lys al entregar el pergamino la había enfurecido, no iba a permitir que su hermana se enfrentara sola a esto.
—Como quieras... —murmuró Lys, encogiéndose de hombros, aunque una chispa de desafío brillaba en sus ojos.
Los guardias irrumpieron en la celda, claramente con la intención de llevárselas por la fuerza. Lys, siempre ágil, se movió rápidamente hacia un lado, alejándose de su hermana y levantando las manos en un gesto de aparente rendición. Citliali, sin embargo, actuó primero. Con una velocidad que desmintió cualquier sumisión, le arrebató la espada a uno de los guardias más cercanos y, en un parpadeo, lanzó un ataque preciso que derribó a dos de ellos antes de que pudieran reaccionar. Lys, viendo su oportunidad, giró sobre sus talones y se enfrentó a los dos últimos. Una patada giratoria impactó en la cabeza de uno, mientras usaba al segundo como punto de apoyo para impulsarse, tomarlo por el cuello y estamparlo contra el suelo con fuerza, dejándolo fuera de combate.
Pero antes de que pudieran reagruparse, Citliali, recuperando la espada, la presionó fríamente contra el cuello de Lys.
—Quédate quieta —ordenó Citliali, su voz cargada de una advertencia gélida—. No me obligues a hacer algo de lo que ambas nos arrepentiremos.
Lys cerró los ojos por un momento, la sorpresa y la confusión luchando en su interior por la acción de su hermana. Justo frente a ellas, sobre un pedestal en la antesala de la celda, brillaba débilmente la infame copa que habían estado buscando.
—¿A este nivel hemos llegado, Citliali? —preguntó Lys finalmente, su voz tranquila pero vibrante de tensión—. ¿Todo por esa copa? ¿Sabes realmente lo que significa, lo que puede hacer?
Citliali no respondió de inmediato. Su mirada se desvió hacia la copa, y por un instante, Lys vio una mezcla de fascinación y un extraño anhelo en sus ojos.
—Te dije que iría —respondió Citliali finalmente, su voz extrañamente monocorde. Retiró la espada justo cuando otros guardias, alertados por el ruido, llegaban y le colocaban las esposas a Lys. Citliali entregó la espada que había tomado. —Ya podemos irnos —afirmó, mirando de reojo a su hermana con una expresión indescifrable.
Los guardias restantes no entendían del todo la dinámica, pero parecía evidente que Citliali no estaba del lado de su hermana en ese momento.
Mientras las conducían por los pasillos, uno de los guardias, intrigado, le preguntó a Citliali: —¿Por qué no ayudó a su hermana a resistirse?
—Porque ella no siempre piensa con claridad las consecuencias de sus actos —respondió Citliali, su voz fría—. En cambio, yo, en este momento, estoy más clara que nunca. Quizás tan clara como lo estaba mi padre, Ron, en sus momentos de... decisión.
Llegaron a un amplio salón donde la Teniente Acter las esperaba, sentada en una especie de trono improvisado.
—Me decepcionas, Citliali —dijo Acter desde su asiento, mientras uno de sus soldados más leales se le acercaba para susurrarle algo al oído, probablemente el informe de la "pelea" en la celda—. Pensé que compartíamos la misma visión de orden y justicia. Una visión que, según he oído, incluso tuvo tu ilustre padre en sus tiempos más... pragmáticos.
—Bueno, tampoco esperarás que deje que mates a mi hermana así nada más —respondió Citliali, arqueando una ceja—. Una cosa es que entienda tu filosofía hasta cierto punto, e incluso que pueda considerarla necesaria en ciertas circunstancias. Otra muy distinta es que permita que la asesines.
Mientras Citliali hablaba, el soldado terminó de susurrarle a Acter, quien ahora sonreía con suficiencia.
—Dime, ¿para qué soy buena entonces, según tú? —preguntó Citliali, desafiante.
—Quiero darte una oportunidad de corregir tus acciones, de demostrar tu verdadera lealtad... a la causa del orden —dijo la Teniente con una sonrisa malévola.
—No pienses... —Citliali iba a replicar, pero Acter la interrumpió.
—No, tranquila. Solo dime que estás de acuerdo conmigo, que estarás a mi lado en la reforma radical que pienso realizar en Kinyoku y más allá. Y con eso, incluso puedo ser indulgente con tu hermana. Pero... debes hacer otra cosa más, aparte de jurarme lealtad.
—Dime, ¿qué más debo hacer? —inquirió Citliali, su rostro una máscara.
—Estrechar mi mano... y beber de esta copa conmigo —dijo Acter, y un sirviente le presentó la copa maldita, ahora llena de un vino oscuro y espeso.
Citliali, solo al ver la copa de cerca, sintió una atracción extraña y familiar, como si la reliquia la llamara, como si una parte de ella la reconociera.
"Siento algo extraño... esta copa, este vino... ¿me dará la paz, la fuerza que busco? ¿Podré hacer lo que debo hacer?", pensó, su conflicto interno oculto tras una fachada de decisión. Tomó la copa.
—De acuerdo. Pero entonces serás indulgente con mi hermana, ¿correcto? —enfatizó.
—Sí. Por supuesto —respondió Acter, sus ojos brillando con triunfo.
Citliali bebió profundamente del vino de la copa. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
—Listo. Ya todo está arreglado. Ya puedes ir a descansar en una habitación adecuada, como mi nueva aliada —dijo Acter.
Editado: 24.05.2025