Finales de 9.592 N.E. / Inicios de 9.593 N.E.
Seis meses habían transcurrido desde que los hijos de Ron comenzaran a explorar sus recién despertados poderes en Isla Patmus. Mientras ellos se esforzaban, entre asombro y temor, por comprender y controlar sus nuevas y abrumadoras habilidades, en el continente, los siniestros engranajes del plan maestro de Neipoy comenzaban a girar con implacable precisión. Agentes entrenados, moviéndose con el sigilo de las sombras, desplegaban el virus Hades –la aterradora creación de Alice Monërhalth– en las cabeceras cristalinas de los ríos que alimentaban la vasta red fluvial de la nación de Yurei. Estas aguas, fuente de vida para cientos de comunidades, ahora portaban una amenaza invisible y letal. El diseño del virus era una obra de ingeniería biológica perversa: mortalmente eficiente, virtualmente indetectable para los métodos de diagnóstico convencionales y con un grado medio de propagación que aseguraba su expansión controlada pero inexorable.
Al principio, nadie notó nada fuera de lo común. Los habitantes de las aldeas ribereñas continuaron con sus vidas cotidianas, labrando la tierra, pescando en las aguas ahora contaminadas, bebiendo de ellas sin sospechar que algo insidioso se extendía lentamente entre ellos. Sin embargo, apenas transcurrieron unos días antes de que los primeros síntomas comenzaran a manifestarse, sutiles al principio, luego brutalmente evidentes.
En la pequeña y próspera aldea de Talara, situada cerca de una de las principales cabeceras fluviales, una joven granjera llamada Liora fue de las primeras en sentir su embate. Una debilidad extraña la invadió mientras trabajaba en los campos. Al principio lo atribuyó al cansancio, pero pronto desarrolló una fiebre alta que no cedía y un sarpullido anómalo, de pústulas oscuras, que comenzó a extenderse por sus brazos. Su esposo, Kael, un hombre robusto y normalmente optimista, intentó llevarla al sanador local, pero este, un anciano con décadas de experiencia, solo pudo negar con la cabeza, su rostro surcado por la confusión y el temor.
—No sé qué es esto —murmuró el sanador mientras examinaba a Liora, su piel ardiendo al tacto—. Nunca había visto nada semejante. Las energías vitales están... siendo devoradas desde dentro.
La situación en Talara empeoró con una rapidez aterradora. Otros aldeanos, jóvenes y viejos, fuertes y débiles, comenzaron a presentar los mismos síntomas: fiebre implacable, una debilidad extrema que los postraba, y las ominosas erupciones cutáneas. En menos de una semana, la aldea, antes bulliciosa, se sumió en un silencio febril. Varios miembros de la comunidad yacían en sus lechos, incapaces de trabajar o incluso moverse, sus cuerpos consumiéndose.
Kael, con el corazón encogido por la preocupación por su esposa y sus vecinos, decidió enviar un mensaje desesperado a la ciudad más cercana, Yurei Central, la capital de la nación, pidiendo ayuda médica urgente. Sin embargo, cuando los médicos de la capital llegaron, equipados con la mejor tecnología disponible, no pudieron hacer más que confirmar lo obvio y lo terrible: algo desconocido y virulento estaba barriendo la región.
Los rumores sobre la "peste de Talara" comenzaron a propagarse como la propia enfermedad. En los mercados y tabernas de Yurei Central, comerciantes y viajeros hablaban en susurros de una "maldición" que afectaba a las aldeas cercanas a los ríos.
—He escuchado que es por el río —comentó un comerciante con voz temblorosa en el mercado—. Dicen que algo está envenenando el agua desde su nacimiento.
—Tonterías —respondió otro hombre con falsa seguridad, aunque sus ojos delataban su miedo—. Si fuera así, ¿por qué no todos los que beben del río están enfermos al mismo tiempo? Debe ser otra cosa.
Mientras tanto, en Chuugi, el corazón ancestral y ahora centro neurálgico de la Hermandad Adelfuns en Isla Patmus, el General Médico Miachyv y su equipo comenzaron a recibir informes dispersos y alarmantes sobre brotes de una enfermedad desconocida en diferentes regiones de Yurei. Al principio, estos informes parecían incidentes aislados, pero pronto empezaron a formar un patrón geográfico innegable y aterrador.
—Mi Lord Miachyv, tenemos noticias de varias aldeas más afectadas —informó un joven asistente, su rostro pálido—. Todos los casos están directamente relacionados con el uso del agua de los ríos principales que descienden de las cordilleras del norte.
Miachyv frunció el ceño, una opresión helada instalándose en su pecho. Sabía, con la certeza de años de experiencia tratando con lo inusual y lo maligno, que algo muy grave estaba ocurriendo. Ordenó que se realizaran análisis exhaustivos de las muestras de agua y tejidos de los pacientes que llegaban a los puestos de la Hermandad. Sin embargo, los resultados iniciales fueron confusos y frustrantes; el agente patógeno era demasiado complejo, casi como si tuviera una inteligencia propia para eludir la detección con los métodos convencionales.
Ron, quien se encontraba en Isla Patmus, inmerso en el intenso y a veces caótico entrenamiento de sus hijos en el uso de sus recién despertados poderes elementales, recibió un mensaje urgente de Miachyv a través de su comunicador neural.
"Ron, necesitamos que vengas a Chuugi de inmediato. Esto es mucho más grande y más siniestro de lo que pensábamos inicialmente", resonó la voz de Miachyv en su mente, cargada de una preocupación que rara vez mostraba.
Ron escuchó atentamente mientras Miachyv le exponía la situación, los detalles de la propagación, la naturaleza esquiva de la enfermedad. Supo al instante que no podía ignorar la llamada. La Hermandad, Yurei, lo necesitaban. Pero la idea de abandonar a sus hijos en ese momento crítico de su desarrollo, cuando apenas comenzaban a rozar la superficie de sus capacidades, le pesaba enormemente.
"Entendido, Miachyv. Iré lo antes posible. Pero primero debo asegurarme de que mis hijos estén preparados para enfrentar cualquier eventualidad aquí en mi ausencia, y que su entrenamiento continúe bajo supervisión adecuada", respondió Ron.
Editado: 29.05.2025