“Mi mente no sabe lo que es la paz, sigo buscando sombra en el desierto”
BERET.
En este mundo existen muchos tipos de amores, y aunque no nos demis cuenta muchas veces pasamos por todos y cada uno de ellos sin darnos cuenta. Directa o indirectamente somos los protagonistas de sus consecuencias y desvelos o los que se ven afectados por sus consecuencias.
No siempre el amor tiene finales felices (es obvio que ya lo sabes) pero tampoco los tiene infelices, un buen amor que pasa entre dos personas y no se queda pero no deja estragos es aquel que hace que se quieran bien, sin rencores ni reproches, una pequeña pelea por aquí, inmensas ganas de matar al otro por allá y mucho respeto ante todo.
Saber dejar ir a una persona cuando sabemos que por mucho que intentemos forzar un arreglo, lo que buscamos restaurar ya no es más que un sueño, es la mejor manera de demostrar a la otra persona que la respetamos y que por encima de cualquier deseo de permanencia a nuestro lado, su felicidad es muchísimo más importante que verla todos los días a nuestro lado; en temas de amor es mejor dejar ir a cada cual por su lado cuando ya nada funciona, pelear es de valientes, pero es de héroes rendirse cuando se sabe que la batalla está perdida desde antes de empezarla.
Luchar por algo que está roto y sin arreglo por el simple hecho de no querer cambiar las costumbres es no querer a la persona de verdad, es anteponer el egoísmo personal por encima de la felicidad del otro ser humano, que no digo que esté mal, solo que en teste caso no es la decisión más acertada, ¿por qué? Pues porque simplemente hay que tomar una decisión buscando un punto intermedio el cual cause el menor daño posible a ambas partes, y forzando a una persona a permanecer cuando esta no quiere no va a hacer más que crear situaciones conflictivas entre ambos y has de tener esto en cuenta para lo que sigue.
...es fácil decirlo, lo sé. Pero, ¿alguna vez te has preguntado cómo se siente realmente dejar ir a alguien que ha sido parte de tu vida por tanto tiempo? Al principio, parece que arrancar una parte de ti duele tanto que llegas a preguntarte si vale la pena. La mente te juega malas pasadas, imaginando todo lo que podría haber sido, los "qué pasaría si" y las posibilidades que nunca llegaron a concretarse. Pero con el tiempo, la herida se convierte en una cicatriz, y la cicatriz en un recuerdo.
Dejar ir no siempre es un acto de cobardía, como algunos lo pintan. Es, en muchos casos, la mayor muestra de amor y respeto que puedes darle a otra persona y a ti mismo. Reconocer que una historia ha llegado a su fin no es fácil, pero entender que aferrarse a algo solo por miedo a la soledad o a lo desconocido es un desamor en sí mismo, es el primer paso hacia la madurez emocional.
Se ha dicho tantas veces que "el amor verdadero siempre encuentra su camino de vuelta", pero eso no significa necesariamente que vuelva a ser lo que fue o que regrese de la forma en que lo esperamos. A veces, el amor encuentra su camino hacia una versión mejorada de nosotros mismos, a un entendimiento más profundo de lo que queremos y merecemos. Y esa es la parte más difícil de aceptar: que el verdadero amor, el que permanece, es el amor propio. Porque al final, nadie puede darnos lo que no estamos dispuestos a darnos a nosotros mismos.
Cuando decides soltar, permites que el otro continúe su camino y tú el tuyo, sin resentimientos ni reproches. Es una liberación que duele, pero es el tipo de dolor que eventualmente sana. Al hacerlo, le estás diciendo al universo: "Gracias por el tiempo compartido, por las lecciones aprendidas. Estoy listo para lo que sigue". Y ahí, en ese momento, te das cuenta de que, en lugar de aferrarte al pasado, has comenzado a abrazar el futuro.
El amor no siempre termina en besos bajo la lluvia o en finales de cuentos de hadas. A veces, termina en un susurro suave, en un último abrazo o en una mirada que lo dice todo sin necesidad de palabras. Termina con un "gracias", un "te deseo lo mejor" y un "hasta siempre". Pero no te confundas: esas despedidas también son finales felices, porque muestran que fuiste capaz de sentir, de dar y, finalmente, de dejar ir cuando era necesario.
Así que si alguna vez te encuentras en ese momento en el que debes decidir entre seguir luchando o soltar, recuerda que rendirse no siempre es signo de debilidad. A veces, rendirse es aceptar que lo mejor que puedes hacer por el amor que alguna vez existió es dejarlo ir, para que ambos, tú y esa persona, puedan encontrar la paz y la felicidad que merecen. No es el fin del amor, sino el inicio de una nueva forma de amarse.
Aceptar que la despedida no es el final, sino un nuevo comienzo, te transforma. Porque cuando el amor se suelta y se permite fluir hacia donde realmente pertenece, uno se da cuenta de que no se ha perdido a sí mismo en el proceso. Al contrario, ha ganado una versión más fuerte, más sabia y más completa de su ser.
Cada relación que llega a su término nos deja con algo: recuerdos que evocan sonrisas, enseñanzas que se quedan grabadas en la piel y aprendizajes que cambian la forma en la que vemos la vida. No todas las relaciones están destinadas a durar para siempre, pero eso no las hace menos importantes. El hecho de que algo termine no disminuye su valor; al contrario, le da sentido. Porque saber que algo es finito nos enseña a apreciarlo, a exprimir cada instante y a no dar nada por sentado.
En ese sentido, cada amor es un maestro. Nos enseña diferentes lecciones, nos hace entender lo que deseamos y, más importante, lo que no estamos dispuestos a aceptar. El amor apasionado, el amor tranquilo, el amor que nos consume y el amor que nos sana. Cada uno tiene su lugar en nuestra historia personal. Pero no todos los amores llegan para quedarse. Algunos solo están de paso, y es ese breve encuentro el que nos cambia para siempre.
¿Qué pasaría si empezáramos a ver cada final no como una pérdida, sino como un cierre de ciclo? Algo que nos permite estar más cerca de quien realmente somos. A veces, el amor que se va deja espacio para el amor que necesitamos, ya sea de una amistad que nos completa, de un proyecto que nos entusiasma o de un sueño que habíamos dejado olvidado. Porque, en el fondo, amar es aceptar que la vida es un constante ir y venir de emociones y experiencias. Nada permanece estático, y el amor no es la excepción.