El otoño trajo consigo un aire fresco que envolvía la ciudad en colores ocres y naranjas. Con el regreso a la rutina, Roxy se sumergió de nuevo en las clases, los entrenamientos y la vida en casa con su peculiar familia. Sin embargo, algo en ella había cambiado después de aquel verano con Vern. Cada vez que se cruzaba con su reflejo en los escaparates de las tiendas de camino a la escuela, sentía que no era la misma chica que antes.
Durante esos meses, Roxy comenzó a salir más con el grupo de amigos de sus primos. Hasta ese momento, ella solía estar a un lado, como la “hermanita pequeña” a la que todos cuidaban y vigilaban. Pero con el tiempo, sus primos la invitaron a unirse de verdad, a integrarse en las conversaciones y a ser parte del grupo. Así fue como conoció a Dovan.
Dovan tenía 16 años y Roxy 14, pero su presencia era completamente distinta a la de Vern. Mientras que Vern irradiaba esa tranquilidad serena y a veces impredecible, Dovan era como un torbellino: divertido, elocuente, siempre dispuesto a iniciar una broma o a contar alguna historia que dejaba a todos riendo. Era el centro de atención de la pandilla, el chico al que todos querían escuchar y el que llenaba de energía cualquier espacio.
La primera vez que Dovan y Roxy hablaron fue durante una reunión en casa de uno de los amigos de su primo. Era una tarde de domingo, y todos se habían congregado en el jardín para jugar a juegos de mesa y comer pizza. Roxy se había sentado en un rincón, observando a sus primas reír y charlar, sintiéndose extraña al intentar adaptarse a un grupo donde muchos la veían como la pequeña que había crecido de repente.
—Hey, ¿quieres jugar? —le preguntó Dovan, inclinándose hacia ella con una sonrisa franca y espontánea. Sus ojos brillaban con curiosidad y amabilidad—. Estamos buscando a alguien para completar el equipo.
Roxy se encogió de hombros y sonrió tímidamente, sin estar segura de cómo encajar allí. Pero Dovan no le dio tiempo para pensarlo mucho. Le pasó una ficha del juego y la guió a través de las reglas como si hubieran sido amigos de toda la vida. Poco a poco, su nerviosismo se desvaneció, reemplazado por una risa sincera que hacía tiempo no soltaba.
Desde aquel día, Dovan y ella empezaron a hablar más. Sus interacciones, al principio cortas y superficiales, fueron volviéndose conversaciones más profundas. Se sentían cómodos compartiendo detalles de su día a día y de sus preocupaciones. Con él, no sentía esa extraña distancia que había con Vern, ni la diferencia de edad se percibía como una barrera. Ambos iban a la misma escuela, tenían amigos en común y entendían las pequeñas frustraciones y alegrías del día a día de la secundaria.
La atracción que Roxy sintió hacia Dovan fue casi inmediata, aunque en un principio no quiso admitirlo. Quizás porque, en el fondo, todavía tenía a Vern en un rincón de su corazón. Pero Dovan, con su personalidad chispeante y su energía inagotable, fue poco a poco llenando los espacios vacíos que Vern había dejado. Cuando él se reía y sus ojos se entrecerraban de manera encantadora, Roxy sentía una calidez que la envolvía y la hacía olvidar, al menos por un momento, el nombre de Vern.
Con él las cosas parecían más sencillas. Las conversaciones fluían, y las miradas cómplices eran más frecuentes. Compartían intereses similares: ambos amaban el deporte, las series de televisión y hasta competían para ver quién sacaba mejores notas en ciertas materias. La conexión era genuina, y aunque Roxy no lo decía en voz alta, sabía que en Dovan había encontrado a alguien especial, alguien con quien podía compartir su día a día sin esa sensación de que algo se escapaba entre sus dedos.
Pero, aun así, en las noches más silenciosas, cuando el frío del otoño se colaba por la ventana de su habitación, los recuerdos de Vern volvían. Se preguntaba qué estaría haciendo, cómo le estaría yendo en la universidad, y si acaso la recordaba como ella a él. A veces intentaba preguntar sutilmente por él cuando su prima hablaba del novio, esperando algún dato nuevo, alguna señal de que Vern no la había olvidado.
—No ha cambiado mucho —le decía su prima cuando la curiosidad la vencía y soltaba alguna pregunta—. Parece estar bien. Se la pasa estudiando y saliendo de vez en cuando. Le va bien.
Era un alivio escuchar eso, aunque también sentía una punzada de celos. ¿Cómo era posible que Vern se hubiera adaptado tan fácilmente a su nueva vida mientras ella todavía pensaba en él con tanta frecuencia? ¿Era porque para él todo había sido una simple amistad de verano? Roxy no lo sabía, y se reprendía cada vez que dejaba que esos pensamientos la consumieran.
Entonces, justo cuando creía que estaba comenzando a dejarlo ir, alguien del grupo mencionaba el verano pasado, alguna anécdota que involucraba a Vern, y todo su esfuerzo se desmoronaba como un castillo de naipes. En esos momentos, miraba a Dovan, que parecía tan presente y tan real, y no podía evitar comparar. Con Dovan, las cosas eran más fáciles. No había silencios incómodos ni esperas eternas. Sus edades y estilos de vida se alineaban mejor. Y, sin embargo, por alguna razón que ella misma no entendía del todo, la sombra de Vern seguía ahí, difusa pero constante.
Las semanas se convirtieron en meses, y el invierno pasó sin mayores sobresaltos. Con la llegada de la primavera, Roxy se dio cuenta de que, aunque Vern seguía presente en sus pensamientos, el dolor de su ausencia se había desvanecido un poco. Dovan había ocupado un espacio importante en su vida y, de alguna manera, había ayudado a que el vacío se sintiera menos abrumador.
Sin embargo, el verdadero desafío llegó cuando el verano empezó a asomarse nuevamente. Las calles comenzaron a llenarse del aroma de las flores y el calor de los días largos, anunciando la llegada de una nueva temporada. Para Roxy, ese verano era como un presagio de lo que estaba por venir. ¿Volvería Vern? ¿Sería diferente esta vez? O peor aún, ¿y si él ya no aparecía por el quiosco, si ya no la reconocía, si había pasado página como ella intentaba hacer?