El Sello: Ron, Torturas del pasado

Capítulo 3: La Moneda del Dragón

(Presente – Jardín de la Hermandad Adelfuns – Ron continúa su narración)

—El poder que obtuve en la Aguja Sombría era... embriagador, Maestro. A pesar de esa extraña frialdad que sentí al ver la primera chispa verde, la sensación general era de una fuerza renovada. Mis sentidos parecían más agudos, mi conexión con los elementos más profunda, aunque también más... salvaje. Por primera vez desde la muerte de mi padre, sentí que la balanza comenzaba a inclinarse, aunque fuera un poco, a mi favor.

»Pero el poder sin un objetivo claro es solo una tormenta sin dirección. Necesitaba un nombre, un rostro al que dirigir mi ira y mis nuevas habilidades. La información de Uduro sobre el "Ejército del Dragón" y "Njord en el norte" era un eco distante. Necesitaba algo más tangible. Y mi instinto, o quizás esa nueva energía que vibraba en mí, me guio hacia el siguiente eslabón de mi cadena de venganza.

(Pasado – Narrado por Ron)

Con la fuerza renovada del ritual, aunque todavía lidiando con la extraña aspereza de mi propio fuego y el recuerdo de esa repulsiva llama verde, puse rumbo al norte, siguiendo los rumores más persistentes sobre los movimientos de las tropas de Neipoy que habían participado en la masacre de Chuugi. Los susurros me llevaron a un lugar llamado Nightowl, un puesto comercial en la frontera de las tierras civilizadas, conocido por ser un nido de contrabandistas, mercenarios y desertores. Un lugar donde la información, como cualquier otra mercancía, tenía un precio, a menudo pagado en sangre.

Nightowl era un pueblo envuelto en una neblina perpetua, incluso bajo el sol del mediodía, lo que le daba un aspecto fantasmal y opresivo. Sus habitantes parecían criaturas nocturnas, moviéndose con sigilo por callejones oscuros, sus rostros ocultos por capuchas o por la propia penumbra. La tecnología aquí era una mezcla extraña: algunas luces parpadeantes de origen incierto, vehículos destartalados que funcionaban con combustibles improvisados, y comunicadores que emitían estática más que señales claras. Era un lugar donde la ley era una broma y la supervivencia, un arte.

Mi objetivo era un capitán de Neipoy, un tal Vorlag, de quien se decía que había sido uno de los oficiales al mando directo durante el asalto a Chuugi y, según un desertor tembloroso que "convencí" en el camino, el hombre que había hundido personalmente su espada en el pecho de mi padre después de que Njord diera la orden. La sola idea hacía que mi sangre hirviera y que las nuevas energías dentro de mí crepitaran con anticipación.

Encontré a Vorlag en la taberna más sórdida de Nightowl, "El Murciélago Ciego". El lugar apestaba a alcohol adulterado y desesperación. Vorlag estaba en una mesa en el rincón más oscuro, rodeado de matones con pinta de ser su guardia personal. Era un hombre de mediana edad, con el pelo canoso y ralo, y una fea cicatriz que le cruzaba la mejilla, un recuerdo, quizás, de alguna batalla donde no había sido tan valiente. Lo reconocí por la descripción que me habían dado: ojos pequeños y crueles, y una forma de sonreír que era más una mueca de desprecio.

Me abrí paso entre la multitud sin decir palabra, ignorando las miradas hostiles. Me senté frente a él, en la única silla vacía de su mesa. Sus matones se tensaron, sus manos yendo instintivamente hacia las armas que apenas ocultaban.

Vorlag me miró con sorpresa, que rápidamente se convirtió en desconfianza. —¿Quién diablos eres tú y qué quieres? —gruñó, su voz áspera como la lija.

No respondí de inmediato. En lugar de eso, saqué de mi faltriquera una moneda. No era una moneda cualquiera. Era una pieza de oro macizo, pesada y fría al tacto, con el intrincado símbolo de un dragón con las alas extendidas grabado en una de sus caras. La deslicé sobre la mesa, deteniéndola justo frente a él.

El capitán la miró, frunciendo el ceño. —¿Qué es esto? ¿Un pago? No recuerdo tener asuntos contigo.

Lo miré fijamente a los ojos, dejando que toda la frialdad que había acumulado en esos dos años se reflejara en mi mirada. —Es la moneda que te dio el General Njord —dije, mi voz apenas un susurro, pero cargada de veneno—. La moneda con la que te pagó por asesinar a mi padre, Arthoriuz Tower.

El efecto fue instantáneo. Vorlag se quedó helado, sus ojos desorbitados fijos en la moneda como si fuera una serpiente a punto de morder. La sangre abandonó su rostro, dejándolo pálido y sudoroso. Sus matones se miraron entre ellos, confundidos pero alerta.

—No... no sé de qué hablas —balbuceó, intentando levantarse, pero sus piernas parecían haber perdido la fuerza.

Antes de que pudiera reaccionar, o sus gorilas, me moví. La energía del ritual me hizo más rápido, más fuerte. Agarré a Vorlag por el cuello de su túnica y lo arrastré fuera de la silla, tirándolo hacia el pasillo que conducía al sótano de la taberna, un lugar del que se contaban historias de gritos ahogados y desapariciones. Sus matones intentaron interponerse, pero una ráfaga de aire comprimido, un truco nuevo que apenas estaba empezando a dominar, los envió de espaldas contra las mesas.

En la penumbra húmeda y maloliente del sótano, até a Vorlag a una viga de madera podrida. El miedo en sus ojos era casi patético.

—Habla, maldito —le grité, mi rostro a centímetros del suyo. No necesité golpearlo. El terror y la energía que emanaba de mí eran suficientes para quebrarlo.

Tosió, una mezcla de saliva y pánico. —No sé... no sé quién era tu padre... solo cumplía órdenes... Njord... ¡Njord nos ordenó atacar Chuugi!

—¿Por qué? —insistí, mi voz un siseo—. ¿Por qué Chuugi? ¿Qué quería Njord de mi padre?

Se encogió, el sudor goteando por su frente. —No lo sé, te lo juro... Njord es reservado... nunca explica sus motivos... solo da las órdenes... y paga bien... ¡El Ejército del Dragón sigue a Njord ciegamente!

"El Ejército del Dragón", repitió las palabras de Uduro. Era una pista, una confirmación.




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