(Presente – Jardín de la Hermandad Adelfuns – Røn continúa su narración)
—Fracasar en la estación de retransmisiones me rompió, Maestro. Pero no de la forma en que uno se rompe para sanar. Me rompió para que algo más pudiera entrar. La imagen de Alanna, inconsciente y vulnerable... y mi propia impotencia para evitarlo... se convirtió en el único argumento que necesitaba. La lógica, la cautela, las advertencias de mi padre que aún resonaban débilmente en mi memoria, todo fue silenciado por el rugido de mi fracaso.
»Morian lo vio. Vio la grieta en mi alma y supo exactamente qué veneno verter en ella. Me habló de un poder que no conoce límites, de una fuente que no se agota. Me habló de un ritual que no solo despertaría mi potencial, sino que me permitiría forzar al universo a obedecerme. Me prometió la fuerza para que nadie, nunca más, pudiera tocar a aquellos a quienes yo decidiera proteger. Y yo, desesperado, le creí. O elegí creerle. En ese punto, la diferencia era irrelevante.
(Pasado – Narrado por Røn)
Cuidé de Alanna en una cueva oculta durante dos días. Sus heridas eran graves, producto del impacto y del agotamiento de su poder. Mientras ella dormía, febril, yo vigilaba, pero mi mente estaba en otra parte. Estaba en la oferta de Morian. Él esperaba pacientemente, sin presionar, sabiendo que yo llegaría a la única conclusión que mi orgullo y mi miedo me permitirían.
Cuando Alanna finalmente despertó, sus ojos grises llenos de confusión y dolor, me miró y susurró: —¿Qué... qué pasó?
—Fracasamos —dije, mi voz desprovista de emoción—. Fendrel era más fuerte. Te hirieron. Tuvimos que retirarnos.
Vi la decepción nublar su rostro, una decepción en sí misma, en mí. Ese fue el último empujón que necesité. Me levanté y fui a buscar a Morian.
—Dime qué tengo que hacer —le dije, sin preámbulos.
La sonrisa de Morian fue depredadora. —Sabia elección, Røn. El poder que buscas no se pide. Se toma.
Nos guio a un lugar aún más desolado que la Aguja Sombría, si es que eso era posible. Era un cráter de impacto antiguo, un círculo perfecto de roca vítrea y ennegrecida donde se decía que una estrella caída había envenenado la tierra. El aire aquí era pesado, inmóvil, y olía a ozono y a algo más, a un vacío antinatural. Dejé a Alanna en un refugio improvisado en el borde del cráter, diciéndole que no se moviera pasara lo que pasara, que lo que estaba a punto de hacer era necesario. Ella me miró con ojos asustados, intuyendo que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás.
En el centro del cráter, Morian dibujó un círculo de símbolos mucho más complejos y siniestros que los del primer ritual. Usó una mezcla de su propia sangre y un polvo metálico que brillaba débilmente.
—El primer ritual solo abrió una grieta, Røn. Te permitió escuchar los ecos del otro lado —explicó, su voz casi reverente—. Este... este derribará la puerta. No te conectarás con las energías primordiales del universo. Te conectarás con una de sus voluntades más antiguas y hambrientas.
Me ordenó que me arrodillara en el centro. El ritual comenzó. Las palabras de Morian no eran guturales como las mías en la Aguja. Eran siseos, chasquidos, una lengua que parecía diseñada para desgarrar la realidad. El aire vibró violentamente. El suelo bajo mis rodillas tembló.
—¡Ahora, Røn! —gritó Morian—. ¡Ábrete! ¡Llama al poder! ¡Ofrécele tu dolor, tu ira, tu vacío! ¡Demuéstrale que eres un recipiente digno!
Cerré los ojos y lo hice. Grité mi frustración, mi rabia contra Njord, mi terror por Alanna, mi culpa por Markethe. Vertí cada gramo de mi ser oscuro en el vacío.
La respuesta fue instantánea y apocalíptica.
Sentí como si una mano helada y gigantesca se sumergiera en mi pecho, agarrara mi alma y tirara. No fue una oleada de energía como la primera vez. Fue una invasión. Una posesión.
El mundo tras mis párpados se desgarró, revelando una visión de una dimensión de oscuridad palpitante y geometría imposible. Vi estrellas negras y soles moribundos. Y en el centro de todo, sentí una presencia, una conciencia vasta, antigua y absolutamente indiferente a todo, excepto al hambre.
Y entonces, me habló. No con palabras, sino con pura comprensión. No me dio un nombre nuevo. Me reveló la verdad del mío. La sílaba única, ‘Røn’, fue arrancada de mi identidad y repetida en el vacío de mi mente, pero con una resonancia diferente, un siseo prolongado, un eco antiguo y terrible. Un sonido que era casi, pero no del todo, una palabra que mi mente humana podía comprender: Ruin.
‘Eso eres’, parecía decir la presencia sin voz. ‘Eso siempre has sido’.
Abrí la boca para gritar, pero lo que salió fue una llamarada de fuego de un verde esmeralda tan intenso y puro que dolió mirarlo. El fuego no solo quemaba, parecía... deshacer la realidad a su alrededor. El suelo donde tocaba chisporroteaba, volviéndose polvo.
Mi cuerpo se convulsionó violentamente. Un dolor atroz me recorrió. Sentí que algo oscuro y metálico se filtraba por mis poros, solidificándose sobre mi piel. Grité cuando púas afiladas brotaron de mis hombros y antebrazos, la armadura negra y siniestra de mis pesadillas futuras naciendo directamente de mi agonía.
De la misma energía oscura se materializó en mi mano una espada, una hoja ancha y dentada de metal negro con un núcleo rojo que palpitaba como un corazón maligno. De los símbolos en el suelo comenzaron a surgir figuras retorcidas, una mezcla de sombra y quitina, mis nuevos sirvientes.
Cuando finalmente pude ponerme en pie, era otro ser. Invoqué mi fuego, un torrente verde esmeralda, estable y obediente. Convoqué sombras, que aplastaron una roca cercana. Cada elemento que antes dominaba ahora respondía a mí en su forma más corrupta y letal. La luz... ese camino estaba, y para siempre, cerrado.
Morian me observaba con una mezcla de triunfo y asombro genuino. —Lo sientes, ¿verdad, Røn? —dijo, y por primera vez, pronunció mi nombre de una forma diferente, alargando la vocal, haciéndola sonar como un gruñido bajo—. La pronunciación... siempre tan cercana a ‘Ruin’. No es una coincidencia. Es tu destino reclamándote.