(Presente – Jardín de la Hermandad Adelfuns – Røn continúa su narración)
—Mi "alianza" con Morian fue un veneno de acción lenta, Maestro. Él era un experto en la manipulación, en susurrar las palabras exactas para avivar mi ira y justificar mis peores impulsos. Me hablaba de estrategia, de debilitar las líneas de suministro de Neipoy, de cortar sus redes de información. Sonaba lógico, táctico. Pero cada misión que emprendíamos parecía empujarme un paso más hacia una brutalidad que superaba la simple necesidad militar.
»Él me enseñaba a usar mi poder de formas más... eficientes, como él decía. A sentir el miedo del enemigo, a usar la sombra y el terror como armas. Yo absorbía sus lecciones como tierra seca, hambriento de cualquier ventaja que pudiera obtener. Me estaba convirtiendo en su arma perfecta, y en mi ceguera, creía que era yo quien lo estaba utilizando a él. Fue durante una de esas misiones, en un lugar donde no esperaba encontrar nada más que escoria, que la verdadera naturaleza de su engaño se reveló por completo.
(Pasado – Narrado por Røn)
...(La primera parte del capítulo, el viaje y el asalto a El Yunque, permanece igual)...
Finalmente, tras destruir al último Purificador, me abrí paso hasta la cámara del artefacto. La encontré en un estado de caos. Los científicos y guardias yacían muertos, pero no por mi mano. La obra era de Morian. Él estaba de pie en el centro de la sala, junto a un pedestal ahora vacío. En sus manos sostenía el artefacto: un orbe de cristal oscuro que parecía absorber la luz a su alrededor, con una única runa brillante flotando en su interior.
—Lo tenemos, Røn —dijo, su voz teñida de un triunfo que me pareció... excesivo—. Ahora, destruyamos este lugar.
Asentí, pero algo no encajaba. La facilidad con la que había encontrado la cámara, la forma en que su interés se centraba exclusivamente en el orbe...
Mientras me preparaba para desatar un pulso de energía desintegradora que derrumbaría la montaña, mi mirada se posó en una consola de datos que aún parpadeaba, medio destrozada. Impulsado por una repentina punzada de sospecha, me acerqué y coloqué una mano sobre ella, canalizando una pequeña cantidad de energía para acceder a los archivos recientes.
Lo que leí me heló la sangre más que cualquier invierno.
El registro principal no era sobre un arma anti-energía. Era un análisis del artefacto. Según los científicos de Neipoy, el orbe era una llave de portal inestable. No creaba un arma, sino que, con la energía suficiente, era capaz de rasgar el tejido dimensional y abrir una puerta de enlace permanente a otra realidad. El archivo finalizaba con una advertencia aterradora del jefe de investigación: "El plano de destino es desconocido, pero las lecturas energéticas son hostiles y caóticas. La activación podría resultar en una incursión a gran escala. Designación del posible ejército invasor: Legión."
Levanté la vista lentamente, mis ojos verdes clavándose en Morian. Él seguía admirando el orbe, pero al sentir mi mirada, su sonrisa vaciló.
—¿Qué ocurre, Røn? ¿No tienes prisa por irte?
—Legión —dije, y la palabra sonó extraña en mis labios—. Este artefacto no es un arma defensiva. Es una puerta. Una puerta para traer un ejército de otra dimensión.
Morian se quedó completamente inmóvil. La máscara de camaradería se desvaneció, reemplazada por una expresión fría y calculadora. Sus ojos rojos ya no tenían ese brillo burlón, ahora eran dos pozos de ambición pura.
—Tu curiosidad será tu perdición algún día, Røn —dijo en voz baja.
—Tú no tienes ninguna cuenta pendiente con Njord, ¿verdad? —continué, las piezas encajando en mi mente con una claridad demoledora—. Has estado usándome. Cada ataque, cada misión... todo era para acercarte a esto. Para que yo fuera tu ariete, tu distracción, mientras tú movías las piezas para tu verdadero objetivo: desatar un infierno en nuestro mundo.
Se echó a reír, un sonido seco y sin alegría que resonó en la cámara silenciosa. —¡Por supuesto que te he estado usando! ¿Creías de verdad en esa tontería de la "hermandad"? ¿En la venganza por nuestro "padre"? Arthoriuz no era más que un peón, igual que tú. Un obstáculo conveniente que se interpuso en el camino de Njord, quien a su vez me ha servido sin saberlo, debilitando las defensas de esta región.
Di un paso hacia él, mi espada materializándose en mi mano, su núcleo rojo latiendo al ritmo de mi furia. —¿Quién eres, Morian? ¿Y por qué quieres traer a esa... Legión?
Él sostuvo el orbe con más fuerza, retrocediendo un paso. —No soy nadie que te importe. Solo digamos que soy un sirviente leal de una causa mucho más grande que tu pequeña y patética venganza. Legión es el verdadero poder. El amanecer de una nueva era. Y yo, siguiendo las órdenes de mi señor, Verch, seré quien les abra la puerta.
El nombre "Verch" era nuevo, desconocido, pero la forma en que lo pronunció, con una mezcla de temor y reverencia, me dijo que él era el verdadero poder detrás de todo esto. Morian era solo un heraldo.
La rabia pura, blanca y caliente, me inundó. Rabia por haber sido engañado. Rabia por haber sido utilizado como un títere. Rabia por Alanna, a quien había alejado por seguir a este mentiroso. Rabia por mi padre, cuyo nombre había sido mancillado por este gusano.
—Me has utilizado por última vez —gruñí, y la energía de Ruin estalló a mi alrededor, haciendo que las paredes de la cámara se agrietaran.
Morian sonrió, una última sonrisa de desafío. —Gracias por tu servicio, Røn. Has sido un arma excelente. Pero ahora... ya no eres necesario.
Y con esas palabras, activó algo en su cinturón. Una luz cegadora llenó la sala, acompañada por el sonido de una disrupción espacial. Cuando mi visión se aclaró, él y el orbe habían desaparecido.
Me quedé solo en la cámara devastada, rodeado por los ecos de su traición y el rugido ensordecedor de mi propia furia. No solo me había manipulado; había estado a punto de ayudarlo a desatar una invasión que podría consumir el mundo entero. Y el nombre de su maestro, Verch, quedó grabado a fuego en mi mente. Tenía un nuevo enemigo.