(Presente – Jardín de la Hermandad Adelfuns – Røn continúa su narración)
—La traición de Morian fue como un relámpago que iluminó la jaula en la que yo mismo me había metido. Cada acto de violencia, cada vida que había tomado en nombre de nuestra "causa común", ahora se sentía como un ladrillo más en la construcción de su demente plan. La venganza contra Njord casi se desvaneció, eclipsada por una furia más inmediata, más personal.
»Fui un tonto, Maestro. Un tonto arrogante que creyó poder bailar con las sombras sin ser consumido. Morian me había mostrado que había oscuridades mucho más antiguas y pacientes que la mía. Y en ese momento, con el eco de su risa todavía en mis oídos, solo una cosa importaba: encontrarlo. Hacerle pagar no solo por su engaño, sino por haberme convertido en su peón.
(Pasado – Narrado por Røn)
La energía de la disrupción espacial que Morian usó para escapar dejó un residuo, una cicatriz en el aire que olía a ozono y a la misma energía antinatural del cráter donde había nacido mi nuevo poder. Era una firma débil, pero para mis sentidos, ahora sintonizados con las corrientes de Ruin, era como un rastro de sangre brillante en la nieve. No iba a escapar. No esta vez.
Salí de la fortaleza de El Yunque sin mirar atrás, dejando la estructura a punto de colapsar por la energía que había desatado. Mis sirvientes sombríos se deslizaron a mi lado, susurrando su sed de sangre en mi mente. Ignoré el impulso de arrasar la montaña entera. Mi objetivo ya no era la destrucción indiscriminada; era una persona.
Seguí el rastro energético a través del terreno montañoso con una velocidad inhumana. Saltaba de risco en risco, mis pies apenas tocando el suelo, mi armadura demoníaca sin emitir un solo sonido. La furia era un combustible puro y eficiente.
Lo encontré en un claro a varias leguas de distancia. Había levantado una especie de círculo de contención alrededor del orbe, que ahora flotaba en el centro, emitiendo un pulso oscuro y rítmico. Estaba cantando en esa lengua siseante otra vez, preparándose, sin duda, para activar la llave y abrir la puerta a su "Legión".
—¡MORIAN! —mi rugido hizo temblar los árboles cercanos.
Él se giró, su expresión de concentración rota por una genuina sorpresa. Claramente, no esperaba que pudiera seguirlo tan rápido.
—Røn... —comenzó, su compostura flaqueando por primera vez—. Persistente. Admiro eso.
—Se acabaron las palabras, mentiroso —siseé, mi espada de Ruin materializándose en mi mano, su núcleo rojo latiendo con furia—. Vas a devolverme esa llave. Y luego, te enseñaré lo que le pasa a la gente que se ríe de la memoria de mi padre.
Se rió, una risa nerviosa esta vez. —¡Demasiado tarde, falso hermano! ¡Mi señor Verch ya ha bendecido este ritual! ¡No puedes detener lo que está por venir!
Se puso entre el orbe y yo, sus manos brillando con una energía rojiza. —Me has servido bien, Røn, pero si insistes en ser un obstáculo... seré yo quien te enseñe el verdadero alcance del poder que mi maestro me ha otorgado.
La batalla comenzó.
Fue un choque de dos tipos de oscuridad. Su poder era astuto, basado en engaños y ataques indirectos. Lanzó ilusiones de sí mismo, proyectiles de energía que buscaban mis puntos débiles y hechizos que intentaban confundir mi mente.
Pero mi poder... mi poder era Ruin. Era la fuerza bruta de la entropía. Era la furia de una estrella moribunda.
Atravesé sus ilusiones como si fueran niebla. Mis escudos de sombra absorbían sus proyectiles. Y cuando intentó asaltar mi mente, se encontró con una conciencia tan vasta y hambrienta que retrocedió con un grito de dolor.
—¿Qué... qué eres? —jadeó, retrocediendo—. Ruin es solo una herramienta... ¡no debería ser así!
—¡Ruin y yo somos uno! —rugí, y la verdad de esas palabras resonó en mi propia alma.
Desaté mi furia. El suelo se abrió a sus pies, pero él levitó justo a tiempo. Le lancé una andanada de lanzas de obsidiana, que desvió con un escudo carmesí. Nuestro duelo iluminó el claro con destellos de verde y rojo, una danza mortal de dos tipos diferentes de infierno.
Era rápido y astuto, pero yo era implacable. Cada uno de sus hechizos era contrarrestado por una manifestación más brutal de mi poder. Mi fuego verde derretía sus barreras. Mis sombras ahogaban su luz rojiza.
Finalmente, vi una apertura. Mientras se recuperaba de una de mis embestidas, canalicé la energía de Ruin a través de mi espada y la lancé. No la hoja física, sino su esencia. Un rayo de energía negra y verde salió disparado, un grito de pura aniquilación.
Morian intentó levantar otro escudo, pero el rayo lo atravesó como si no existiera, impactándolo de lleno en el pecho.
Cayó de rodillas, un agujero humeante en su armadura, del que no salía sangre, sino una especie de icor oscuro. Su cuerpo comenzó a parpadear, a volverse translúcido.
Me acerqué y me paré sobre él, mi espada apuntando a su garganta. Su rostro estaba contraído por el dolor y la incredulidad.
—¿Cómo? —susurró, su voz un estertor—. Se suponía que eras el arma... no el verdugo...
—Me subestimaste —dije fríamente—. Igual que subestimaste la rabia de un hijo cuyo padre fue asesinado.
—La rabia... es una debilidad, Røn... —tosió, el icor oscuro manchando sus labios—. Te consumirá... igual que a mí...
Con sus últimas fuerzas, me miró, y sus ojos rojos brillaron con una última chispa de malicia. —Ve... al norte... Busca a Njord... Él tiene... algo... que mi señor Verch desea... algo que tú... necesitas...
Y con esa última y críptica advertencia, su cuerpo se disolvió en una nube de cenizas negras y humo rojizo, dejando solo el hedor a traición y poder quemado.
Me quedé allí, jadeando, la furia comenzando a remitir, dejando un vacío aún más grande que antes. El orbe, ahora sin la energía de Morian para sostenerlo, cayó al suelo con un ruido sordo.