El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 4 — El Guardián Oscuro

El manto negro abrió camino en la medianoche. En este momento; los corredores y pasillos del castillo se encontraban oscuros y en silencio. Dos golpes, y uno más suave, retumbaron la puerta de la habitación del desterrado:

—¿Contraseña? —pregunté agarrando del pomo.

—«Alex es un tonto.» —dijeron dos voces en tono alto. Abrí la puerta; Morgana e Yvon aguardaban mirando con curiosidad la pintura que colgaba en el pasillo. Esta despedía un sonido similar a una risa enfrascada.

—Pueden entrar.

—¿Qué le pasa a la pintura? —dijo Morgana desajustándose la bufanda. Yvon rozó con la nariz el marco inferior, y pregunto:

—¿Ríe?

La figura que descansa oculta dentro de la doncella de hierro: La Doncella Roja reía sin razón aparente.

—¿Será que la contraseña le pareció graciosa? —dijo Morgana. Entró al dormitorio. Su nariz estaba roja. Se cubrió el rostro con la bufanda y añadió—: ¡Huele mal! ¡Esto es un chiquero!

—Recuerdo haber ordenado en la mañana… —apresuré.

Qué extraño…

—Parece una celda… Digna de ti, Wen —dijo Yvon con una sonrisa sospechosa, y con la mano ajusto una boina de lana color marrón oscuro que le cubría la cabeza.

—¡Gracias! —Solo una vela iluminaba con dificultad el dormitorio. Enrosqué la bufanda en mi cuello, ajusté la capa y me paré frente a ellas—. ¿Vieron a alguien en el corredor que se aproxima a la torre Ravenclaw?

—No —dijo Morgana. Yvon sacudió la cabeza. Morgana peinó su cabello rubio; lo traía suelto. Abrió grande la boca y preguntó—: ¿Sabes la ubicación de lo que buscamos?

—Claro, desde hace un tiempo…

—¿Qué es? —Los ojos le brillaban en la oscuridad—. ¿Qué es?

—Eso…, no lo sé con exactitud —dije observando mi varita mágica alquilada. ¡Espero que lo logre!

—¿Eeeh? —dijo dejando caer la mandíbula. Levantó una ceja y suspiró—: ¡Nos meteremos en problemas por algo que no sabemos si existe o si tiene algún valor!

—Existe y es valioso, por eso intentó ocultarlo.

—¿Quién? —Morgana me acribillaba con preguntas, mientras que Yvon caminaba a oscuras en la habitación.

—¡Ay! —dijo Yvon chocando la cabeza con el ropero.

—Al menos podrías decirnos donde se encuentra…

—¡No será necesario!

Salimos de la habitación; tomamos el corredor del solitario, doblamos en un pasillo angosto, y continuamos escurridizas por unos minutos hasta llegar a un corredor iluminado por antorchas.

—¿Por qué nos detuvimos? —susurró Morgana inclinándose a la altura de Yvon.

¡Invoquer Shadowskin! —musité. Mi sombra proyectada en el suelo se agitó. Un ruido a gota atravesó el corredor como un eco. Mostró el hocico gris, chilló y desde la profundidad de la silueta como si fuera una madriguera: se arrastró hasta salir.

¡Paws! —dijo Yvon sujetando las patitas peludas del pequeño zorro invocado, y este, acompañando un lengüetazo; saltó en sus brazos.

—¡No es el momento! —dije en tono serio—. Paws, verifica que el lugar este despejado. —Lo sujeté del pellejo y lo dejé en el suelo. Comenzó a moverse. ¡Es un zorro muy veloz! Cuando lo encontré hace un largo tiempo: fue en medio del bosque; estaba mal herido. Me vi obligada a incorporarlo a mi alma; a mi sombra: por medio de un encantamiento oscuro. ¡No podía abandonarlo! Ahora es un gran aliado a la causa.

Paws olfateaba; daba brincos veloces y caminaba lento, y volvía a olfatear. Se detuvo de repente. Encontró algo…

—¿Qué se supone que hace?

—Se detuvo a olfatear a mitad del corredor.

—Sí, eso lo puedo ver con mis propios ojos, Arwen… —dijo Morgana con impaciencia y enseguida chistó varias veces, y con sus manos hacía señales al zorro para que continuara: Paws vomitó en el corredor y regresó estremeciéndose.

—Marcó el lugar del cual debemos tener cuidado —advertí, cargando a Paws en mis brazos.

—Vaya asquerosa forma de hacerlo… —Miró al zorro que parecía nervioso. Él chilló con suavidad en mi oído izquierdo. ¡No hay nadie cerca!

—Bien hecho, Paws. Vuelve a dormir, más tarde jugaremos.

La invocación tenebrosa se sumergía en mi sombra moviendo la cola.

—¿Ahora qué, Arwen? —dijo Morgana sacando la varita: Yvon ya agarraba la suya.

Señalé con un dedo el final del corredor. A la derecha continuaba un corto pasillo que daba salida al puente de piedra que se dirige a la torre Ravenclaw.

—¿Ven la pintura del caballero negro? —Incliné el brazo hacia arriba. Una pintura mal colgada estaba cerca de tocar el techo en el extremo izquierdo de la pared. La armadura de la figura brillaba en un tono negruzco: el caballero sentado sobre una roca llevaba una enorme espada; sostenía la empuñadura con una mano enguantada por un guante de tela negra con gemas incrustadas, y una capa violeta le cubría los hombros. No se movía: era una pintura común y corriente, pero tenía una mirada severa. Casi viva—. ¡Enchanter Attires! —musité.




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