El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 5 — El Oso Gris de Hufflepuff

Recibí la mañana del viernes como un regalo: un calor familiar envolvía el conjunto de colchones en el suelo. Yvon aplastaba una de mis piernas y Morgana (como solía hacer) me abrazaba dormida. Su pecho ha crecido… ¡Debería lanzarle un maleficio!

El techo de esta habitación me agrada. ¡Me gustaría que este momento fuese eterno! Pero ya es hora… Bostecé.

 

—Hoy debo ser una estudiante majestuosa —dije haciéndole cosquillas a Morgana.

—¡Para! ¡Para! —chilló entre carcajadas—, ¡por favor, para!

—¡Despierten! —ordené girando en el lugar para continuar con la tortura. ¡Te toca a ti, Yvon!

Me incliné sobre su cuerpo hecho bola. La sonrisa de la más pequeña brillaba. ¡Qué alivio! Yvon parecía estar bien. Ella parpadeó tres veces; bostezó y volvió a dormir. ¡Está derrotada!

—¿Nosotras también debemos ser majestuosas? —preguntó Morgana limpiándose las lagañas.

—¡Así es!

—¿Por qué? —dijo lanzando los brazos.

¿Acaso no les importa llegar tarde? ¡No fui tan mala influencia!

—Les daré chocolates, esos que tanto les gustan —Sonreí burlona. Me puse de pie y busqué mi maleta en el viejo y enorme ropero.

—¿Los que son fabricados por aquellos duendes? —A Morgana se le caía la baba. Yvon apresuró a abrir levemente un ojo y preguntó:

—¿No mientes?

—¡Los tengo aquí mismo…, en alguna parte! Son los chocolates artesanales… ¡Obra de esos horribles duendes de manos peludas que ustedes tanto adoran! —Saqué de la maleta revuelta; una caja blanca y con letras color esmeralda que decía Placeres Artesanales del Bosque.

—¿Son los verdaderos? —dijo Morgana acercándose a la caja; Yvon le sujetaba una pierna.

—¡Yo también quiero! —dijo.

—¿Es un trato? —pregunté calzándome los zapatos.

No puedo defraudar al profesor Hook. Al parecer me salvó el pellejo anoche, y aun no tengo idea de por qué no me delató… ¿Realmente no lo hizo? ¡Quizás le caigo bien!

—¡Aceptamos! —exclamó Morgana llevando tres chocolates blancos con chispitas a la boca, le costaba masticar. Yvon comía con tranquilidad, se tomaba su tiempo (su boca es muy pequeña).

—Morgana, solo una cosa…

—Lo sé, aquí tienes —dijo escondiendo una mano entre su ropa.

La varita alquilada yacía muerta en algún bolsillo de mi túnica.

Agarré la varita mágica de Morgana; la miré, sonreí y dije:

—¡Hola! ¡Tú y yo nos llevamos bien!

Morgana observó el bosque por la ventana unos segundos y caminó por el extremo derecho de la habitación. Se detuvo frente a una cama, chistó varias veces y suspiró:

—Parece que un animal duerme aquí…

—Usaré el fin de semana para limpiarla… —dije en tono despreocupado.

—Morgana, Wen… —dijo Yvon. Alzó el dedo índice muy despacio y apuntó al otro extremo de la habitación donde se encontraba una enorme cama con el dosel arrancado—. ¿Quién es esa persona? —preguntó con su cara manchada en chocolate.

—Ja, ja… —dije dejando caer la mandíbula y elevando las cejas. Creo que estuve muy obsesionada con la misión… Tendría que haber revisado si alguien más dormía en este lugar. ¡Que tonta!

—«Ja, ja…», ¿Solo eso? — dijo Morgana y actuó la risa unas cuantas veces como si se burlara. Tragó saliva y abrió la boca, luego, la interrumpí:

—Antes de que digas algo, ¡estuve distraída!

—¿Esa es tu excusa?

—¿Habrá oído lo que hablamos? —susurró Yvon.

—¿Te refieres a lo de anoche? —dijo Morgana. Yvon se volvió hacia ella y señalándola con el dedo dijo:

—Tú dijiste que aquí duerme un animal…

—No… No me apuntes con tus horribles dedos o voy a morderte, Yvon.

Morgana se ajustó rápido el cabello y con cara seria correteó a Yvon alrededor de mí.

—Sí. La oí…, y no. No soy un animal. No tuve tanta suerte —dijo una voz tranquila. El juego se suspendió cuando la figura se revolvió bajo la gigantesca y refinada manta: bordaba un hermoso árbol con un fondo otoñal.

Morgana se agarró de un impulso a mi brazo; Yvon se ocultó tras mi falda.

—¿Quién eres? Si me lo dices también te daré un chocolate.

—¡Son nuestros! —farfulló Morgana.

La figura se quitó de encima la pesada manta dejando sus hombros al descubierto: tenía cicatrices en ellos; en el resto de los brazos y espalda, que resaltaban notablemente en un tono más claro que el de su piel bronceada.

Sé quién es, será que ella eligió dormir aquí porque…

—¿Eres mujer? —dije burlona.

—¿Me estás provocando? —dijo entornando los ojos. Se inclinó en la cama, alargó un brazo y con la punta de los dedos encontró una camisa. En pie comenzó a vestirse, pero no apartaba en ningún instante la mirada. Apretó los labios por un momento y repitió—: ¿Me estás provocando?

—Vaya, vaya —dije abanicando la mano—. Que mirada más seria para alguien de esa noble casa…

—Sé quién eres. No voy a caer en tus insultos, ni tampoco en ese humor barato. —Sacudió su cabello con sus largos dedos. Lo traía corto (casi al ras del cuero cabelludo) por encima de las orejas y la nuca; en la parte superior de su cabeza: era tres o cuatro centímetros; más largo y en punta. Su desprolijo peinado mostraba la frente.

—¡Me alagas! Yo también sé quién eres…

—No lo digas, Arwen —susurró Morgana.

La pequeña Fischer apretó la palma de mi mano y batió la cabeza rogando que no lo hiciera…

—Eres Brooke Rider El Oso Gris de Hufflepuff… —dije.

Giró el torso por completo y sin dudar. Sus pies me apuntaban. Remangó su camisa, arqueó su cuerpo hacia atrás estirando los delgados y fibrosos brazos, y movió la mandíbula de lado a lado. Soltó una exagerada carcajada y exclamó:

—¡Que cara de tonta pusiste cuando el sombrero volvió a elegir tu casa como si fueras una niña! —Abrazó su estómago. Por un minuto su rostro serio cambió para dejar caer una lagrima tras las risas.




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