El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 7 — Aspavientos

Era sábado a la hora del té; el cielo brillaba cubierto por una impresionante nube grisácea y baja, y una repugnante serpiente degustaba una manzana.

Mi pie derecho rebotaba. El bullicio en el pasillo; y el parloteo de la gente: podía oírse en todo el primer piso. ¿Por qué debo estar en esta aula? ¡Quiero descansar!

—¿A qué viene esa cara? —dijo Caelius Sallow, cruzada de brazos y apoyada sobre un escritorio—. Al menos podrías fingir que te interesa…

¡No me interesa!

—Dijiste que era una cita… —solté con la barbilla por encima de los brazos; estos se arrimaban en el borde del respaldo de una silla.

—Sigue siendo una cita, y, por favor, ¿podrías sentarte como corresponde? —Cerró los ojos. Una ceja le temblaba—. Así no debería usar la silla una mujer…

¡Es muy cómodo!

—¡Déjame en paz! —Mis piernas se abrían y mi pecho se apoyaba contra el respaldo de la silla. Estiré la mandíbula y suspiré—: ¡Ni siquiera me han ofrecido una taza de té!

—¡Llevas falda, Bellmont! ¡Ten un poco de respeto por ti misma! —Acercó su pesado rostro y en tono amenazador dijo—: ¡Aquí…, no hay…, tetera!

—Ya, ya… —dije abanicando una mano.

Sallow gruñó. Ella es disciplinada, seria y muy educada… ¡Me aburre!

—¿Terminaron? —preguntó Serge Hound dándole el último mordisco a una manzana.

—¡Sí! —apresuró Sallow.

—Sí…

Serge sonrió, caminó hasta una ventana y corrió las anticuadas cortinas. Se puso de lado y dijo:

—De los tres líderes de la casa Slytherin; dos estamos a favor de que tú, Bellmont, formes parte del equipo que representará a la serpiente en el torneo de las cuatro casas.

—Gracias, Sallow… —resoplé.

—Yo estoy en contra.

—¡Por eso!

—Veo que se llevan bien —dijo Serge, estirando su flequillo. El color platinado de su pelo resaltaba más en los días nublados.

—¿Qué le pasó al cuarto líder? —Miré su túnica refinada y planchada. ¡Es un coqueto!

—Desde que los dos líderes superiores egresaron el curso anterior, solo recibimos a uno que demostró ser una persona digna. —Hizo una pausa, levantó la cabeza y exclamó—: ¡Esa persona es Samantha Hunt!

Esa niña tiene la edad de Yvon…, ¿y ya es una líder? ¡Sorprendente!

Él llevó una mano a un bolsillo oculto en su túnica y sacó otra manzana verde; Sallow le dio un codazo y ordenó:

—¡Continúa!

—Hunt vio el duelo de ayer y le convenció tu manera de enfrentar a Zack Slich —dijo, y mordió la manzana. Sallow escalofrió; luego estornudó.

—¿Estás bien? —dije volviéndome a ella.

—¡Por supuesto! —respondió, dándome la espalda.

—Entonces, ¿qué estoy haciendo aquí? —dije con desgano. Mi rostro se derretía de amargura—. Ya está decidido, ¿no?

A Serge le chorreaba el juego de manzana de la boca, sacó un pañuelo y se limpió.

—Continuaré yo —suspiró Sallow alzando un dedo—. Organizaremos los días libres de la semana. Tú, debes practicar con Serge o conmigo. Piénsatelo y elige a uno…

—¡Contigo! —interrumpí empujando la silla.

—Oye…

—Está bien. No me molesta —dijo Serge limpiando otra manzana—. Yo entrenaré a Hunt.

¡¿La pequeña también participará en el torneo?!

—¿Es todo? —dije desenvolviendo el vendaje del brazo.

—Es todo. Bienvenida a los cuatro elegidos de Slytherin —dijo Sallow y alargó la mano; nuestras palmas dieron un apretón y añadió—: Somos compañeras. ¡Daré mi mejor esfuerzo! —Su rostro se iluminó con la más sorprendente seriedad.

Que fastidio… No podré zafarme de esto.

—Espera, Bellmont. —Serge se acercó, quitó el cabello de mi rostro y puso su delicada mano en mi barbilla—. No lo arruines o haré tu vida imposible…, te prometo que usaré el último tiempo que me queda en Hogwarts para que lo lamentes. —Soltó una carcajada y abrió la puerta—. ¡Ah! Saluda al oso gris de mi parte.

—Ya basta… Te estás pasando. —Sallow sujeto mis hombros con levedad, y me acompañó al pasillo.

¡Llegaré tarde!

Bajé por las escaleras de mármol; abandoné el vestíbulo empujando las enormes puestas dobles, y de un salto me alejé de la escalinata de piedra. ¿Ella seguirá esperándome?

Hay mucha nieve. Rodeé el castillo y llevé una mano contra las cejas. Agucé la vista. ¡Allí está!

Blair Fischer esperaba cerca del pozo de agua alargando los pomposos guantes de lana al calor de una fogata; tenía una expresión meditabunda. Me acerqué cautelosa por detrás, la nieve crujía muda; me detuve en su oreja y susurré:

—¡Hola!

—Llegas tarde —dijo en tono serio y se inclinó sobre las llamas. Una brasa estalló y saltó en la nieve, y se apagó enseguida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.