El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 9 — Un discurso en el Gran Comedor

La gárgola de piedra se inclinaba a un lado dejando el paso al despacho del director. Subí la escalera de caracol con el cuerpo inclinado hacia delante, dejé caer los hombros… Me siento pesada.

—Hola… —dije asomando un mechón de cabello.

La puerta estaba abierta; Dumbledore se encontraba frente a las pinturas de antiguos directores (estás tenían los ojos cerrados) y un gato gris oscuro miraba la entrada con las pupilas dilatadas.

—Te esperaba, Bellmont —dijo el director Dumbledore, volviéndose hacia mí—. Adelante, puedes entrar.

—La profesora String dijo que usted quería verme, director…

Me paré junto al escritorio; había un libro sobre este, en su tapa decía «Pociones Venenosas» y un señalador marcaba a mitad del libro.

—Me alegra ver que te sientes bien. —Se acercó con una sonrisa amable, y tomó el libró; lo abrió en la separación y dijo—: Me informaron que absorbiste el veneno, ¿es verdad?

—Sí.

—¿Percibiste alguna nota peculiar? —dijo en tono serio.

¿Nota?

—El veneno tenía un sabor asqueroso, como el brebaje que la profesora me obliga a beber… —resoplé.

¡Un momento! Toqué mis labios con la yema de los dedos… Nota asquerosa con gusto a musgo y agua estancada…

—¿Ocurre algo, Bellmont? —Dumbledore echó una mirada de complicidad al gato.

—El primer brebaje que robé hace días, era de miel y savia…, ¡pero este es distinto! —dije alargando la botella.

—¿Distinto cómo?

Saqué el corcho, bebí y señalándola dije:

¡Algasirena! —Saqué la lengua y cerré los ojos—. Su gusto hoy era diferente. La profesora String mencionó hacer la mezcla con algasirena. —Alcé las cejas y miré a Dumbledore—. ¡Puede que hayan querido envenenarlo, pero no para matarlo! —solté, sin pensar.

El director cerró el libro, mantuvo el silencio por unos segundos y dijo:

—El cadáver del ciempiés volador, que encontramos en el corredor, era pequeño y parecía llevar muerto un tiempo… No soy experto en la anatomía de los insectos, pero en este caso depende de su tamaño lo potencial que pueda llegar a ser su veneno. —Rascaba con suavidad su barba.

—¿Usted me cree? —dije acercándome a él—. ¡Director!

Caminó al otro lado del escritorio, abrió un cajón y guardó el libro, y acarició al gato.

—Me gustaría creer que fue ese animal… —dijo en tono serio, evitaba fruncir el ceño—. Salvaste a una persona, Bellmont. Es lo que importa ahora. Elegiste un gran camino. Alexandre Roux me contó todo… Te felicito por lo que hiciste esa noche.

—¿Todo?

—Sí… —Sonrió—. Te prohíbo tomar varitas sin permiso. Sea de quien sea.

Aclaré la garganta, acaricié al gato y pregunté:

—¿Incluso si es la de Morgana?

—Incluso si es la de Morgan Faure… —respondió, con amabilidad—. El tablón de anuncios en el primer piso muestra los nombres de los participantes del torneo de las cuatro casas. Vi el tuyo escrito allí. Espero que hagas lo correcto esta vez.

¡No quiero participar en ese tonto torneo!

—Haré lo posible, director.

—Ah, otra cosa. El profesor Rembrandt te envía saludos —dijo volviéndose a la chimenea.

—¡¿Estuvo aquí?!

—No físicamente. Solo hablamos por el fuego.

El gato se estremeció, saltó por el escritorio y se acurrucó en la silla del director; y unos minutos más tarde: bajé al Gran Comedor.

Quizás lo mejor sería comer en la enfermería…

Algunas personas allí se volvieron hacia mí. Miré erráticamente las mesas… ¡No sé en cual sentarme! Crucé un brazo sobre el vientre. Me sudan las axilas…

—¡Bellmont! —gritó alzando la mano desde la mesa de Ravenclaw—. ¡Ven, te guardé un lugar!

—¿Quién? —farfullé.

Rachel sacudía con fuerza el brazo, y señalaba el lugar vació a su lado.

Me moví con torpeza hasta la mesa de Ravenclaw. Observé los tablones; Blair elevaba las cejas, cerró los puños y los alzó levemente con una sonrisa. Por otro lado, algunos estudiantes en la mesa; torcían las bocas y arrugaban las narices.

Me incliné sobre el hombro derecho de Rachel y susurré:

—Quizás no sea buena idea…

—¡Siéntate! —dijo, sin prestarme atención. La pequeña tarareaba una melodía.

—Mejor me voy a la mesa de Hufflepuff —dije burlona, y agarrándome de la mano me tironeó al tablón.

—¡Siéntate! —repitió.

Es difícil decirle que no a esta mocosa…

—Rachel, ¿por qué le dices que se siente aquí? —preguntó Danielle Pussett en tono suave, se sentaba del otro lado de la mesa—. ¿Rachel?

—¡Comer y hablar es imposible! —dijo Rachel Bolzen con la boca llena de frijoles salteados. En la larga mesa abundaba comida de invierno; la sopa de verduras olía deliciosa.




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