El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 12 — El rol de Bardo

Ese mismo lunes durante el desayuno; varios profesores no ocupaban sus lugares en la mesa de profesores, y el murmullo se precipitó cada vez más en el Gran Comedor. Nadie podía dar un bocado sin mencionar antes el reciente hecho ocurrido «el Ministerio de Magia visitó Hogwarts a causa de un enorme cráneo a medio hundirse en un corredor del séptimo piso». Un muchacho en la mesa de Gryffindor agitó un vaso con jugo de sandía y declaró: «quizás el colegio esté maldito».

Más conversaciones de todo tipo rebotaban en las paredes de todo el lugar. En ese momento la puerta se abrió. A paso corto y furtivo entró; la profesora Demency String, acompañada del profesor Gustaf Hook. Doblaron en la mesa de Hufflepuff. Ella desaceleró la velocidad, y cuando Hook rozó su hombro; ajustó los lentes y dijo:

—Me parece muy extraño…

—¿El qué? —dijo Hook acercando su cabeza a la oreja de la bajita profesora.

—Los agentes traían el emblema de la sección de cacería.

—¿Y qué hay con eso? —suspiró.

—Trabajé con ellos hace un largo tiempo —dijo la profesora String, deteniéndose a mitad de la mesa. Algunos estudiantes se volvieron alargando las orejas—. Solo se presentan cuando hay alguien peligroso… ¿Tenemos un invitado no deseado?

—Lo dudo —respondió Hook. La miró de arriba abajo y añadió—: Cambiar un trabajo en el ministerio por el de profesor, ¿por qué haría algo así?

—Fui enfermera allí, y me gusta más este ambiente laboral —dijo. Frunció el ceño y retomó—: ¿No será aquella profesora? ¡Esa tal amiga suya!

—Ella aún no llega… —Hook caminó hasta la mesa de profesores; String tomó el primer asiento a su lado.

El director Dumbledore comunicó que no había nada de qué preocuparse «todo fue parte de una travesura…, espero que no vuelva a ocurrir, o el castigo será severo».

—Oye, Bellmont, ¿puedes pasarme la compota de manzana? —me pidió Joe Watson del cuarto curso, alargaba la mano frente al rostro de una muchacha a su izquierda.

—¡Quita el brazo, Watson, o te transformaré en rana otra vez! —resopló la muchacha de Hufflepuff: Megan Wood.

—¡Claro! —dije, llevándome a la boca una porción de pastel de arándanos con queso.

Cinco minutos antes de terminar el desayuno, la profesora Minerva McGonagall limpió sus labios con una servilleta de tela; se puso en pie, alisó la túnica y dijo:

—Han oído al director. Créanme que hacer la limpieza del estadio, luego de cada duelo, es una terrible labor… ¿No es eso correcto, señor Bell?

—Es más que terrible. Lo odio —soltó el celador, mordiendo una rebanada de pan tostado con miel. Observó las migajas sobre la mesa de madera y susurró—: Creo que de verdad estoy viejo para esto…

—¡Ya lo oyeron! El corredor del séptimo piso, que se dirige al puente de piedra, está prohibido. Si quieren ir al ala este, deberán usar el puente del primer piso. —McGonagall tomó asiento, sujetó un cuchillo para untar, y le pasó crema de ajo a una tostada.

 

Los días siguientes tuvieron sus pruebas de valor. Los estudiantes visitaban el corredor prohibido ahora llamado «el corredor del gran muerto» ¡un pésimo nombre! La heroica prueba consistía en un recorrido veloz por el corredor; tocar la cabeza blanca con la palma de las manos y atravesar el puente de piedra. Aquel lugar se codeaba de orgullosos y fanfarrones. ¡Devolveré ese cráneo a donde pertenece! ¡Lo juro!

Una mañana de la segunda semana de febrero y en la primera clase del día, los del quinto curso nos encontrábamos en nuestros asientos y esperando; en un aula rectangular. Frente a nosotros había una pequeña silla con una guitarra cuidadosamente acomodada sobre ella.

—¿Realmente es una profesora? —dijo Richard Bolzen.

—No puedo creer que se haya demorado más de un trimestre en llegar… —suspiró Danielle Pussett, mordiendo la pluma.

—Oí de la boca de un profesor que se había perdido —dijo una muchacha delante de mí. Robin Slam giró a un lado de la silla por un momento, miró a Morgana y preguntó—: ¿Pueden creerlo? ¿Cómo pudo perderse?

¡Es una torpe, por eso!

—Oye, Arwen —susurró Morgana—. Nuestros compañeros de Ravenclaw comentaron en la sala común que el cráneo había desaparecido. —Miró a su alrededor con un veloz movimiento de ojos y añadió—: ¿Tuviste algo que ver con eso?

Ya no son mis compañeros…

—¡No podía dejarlo así! —dije, cruzada de brazos.

—¡Por tu culpa perderé todas mis apuestas! —chilló—. ¡Nadie podía vencerme!

Apostar es malo. Eso me enseñó Remi Bellmont cuando perdió la escoba y el brazo de madera en una mala apuesta, jugando a los dados planos en una taberna…

—¡Abusas de tu destreza! —suspiré. Me volví a ella, alcé un dedo y torcí la boca—. Él nos salvó el pellejo, no lo olvides…

—¿Ahora es tu amigo? —dijo, y elevé los hombros, y ella resopló—: ¡Mejor me sentaré al lado del tonto de Bolzen!

—¡¿Cómo me llamaste, Faure?! —tartamudeó Bolzen.

Morgana se puso de pie empujando el pupitre, y una nariz se asomó por la puerta entreabierta, se alargó lentamente hasta mostrar los labios. Se detuvo y en un tono suave, y prolongado dijo:




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