El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 15 — El Libro Maldito y las Botas Encantadas

Algunos rumores se han propagado por los pasillos y corredores del castillo durante el mes de marzo; un mensaje en el tablón de anuncios decía:

 

En los días prematuros de abril se efectuará la ceremonia que inaugura el torneo.

El primer duelo tendrá el honor de recibir a la casa Hufflepuff y Slytherin, Brooke Rider enfrentará a Samantha Hunt. ¡Lleven sus banderas!

 

Convencer a Bear con palabrería para que sea amable con la pequeña Hunt fue todo un fracaso… Bear gruñó esa mañana en el desayuno «esa enana tiene los días contados», Hunt chilló al otro lado del Gran Comedor. ¡¿Cómo puedes decir algo así, Bear?! ¡Todo dependerá de tus artimañas, Hunt!

Una gran parte de Hogwarts estaba decorada, desde banderines colgados por las paredes de los corredores y en las aulas; hasta estatuas vivientes que proclamaban al futuro ganador: un león pétreo, en el claustro del patio de Transformaciones, tallaba su pecho con el escudo de la noble casa Gryffindor, y cada vez que alguien pasaba a su lado, este rugía y sacudía el pelaje duro diciendo algo como «¡Lauren King será la ganadora!». ¡Me llevé un gran susto la primera vez que pasé junto a él!

 

—¡Hagan sus apuestas! ¡Hagan sus apuestas! ¿Quién creen que pasará a la segunda fase? —gritó un muchacho del tercer curso, en un pasillo oscuro cercano a la biblioteca en el tercer piso—. ¡Vamos, dejen su dinero mágico aquí y díganle el nombre de quien creen que ganará a la quimera! —Una criatura del tamaño de una bota sacudía la cola de cascabel, y con una tenaza similar a la de un cangrejo; alzaba la pluma, y cuando le daban un nombre: escupía contenta espuma por el hocico.

—Apuesto tres sickles por Brooke Rider —dijo una chica.

—¡Gran apuesta! ¡Tres sickles para el oso gris de Hufflepuff, Loise! —exclamó, y luego susurró—: Guárdalos en tu caparazón, y si no queda lugar…, ya sabes dónde…

—¿Acaso esto es legal, Simon? —dije, parándome frente a él. El muchacho sostenía un estandarte con los colores dorado y escarlata; suspiró un grito y se echó atrás, la quimera tosió espuma y también se echó.

—¡Señorita Bellmont! —farfulló Simon King, acomodando su flequillo rubio atrás de una oreja—. Me ha dado un gran susto. ¿Cómo ha estado?

—¿Tú eres la desterrada de Ravenclaw? —dijo la mocosa a mi lado, buscando monedas en su billetera peluda color naranja.

—¡Haz tu apuesta y lárgate, niñata! —solté sin mirarla. ¿Cómo se atreve?

—Dicen que te suspendieron por traicionar a tu propia casa…

—¡Dicen muchas cosas!

—También, que has quemado una plantación de mandrágoras —continuó—, y que le rompiste el corazón a tu mejor amigo.

—¡Habladurías!

—¿Me das tu autógrafo? —La pequeña le pidió prestada la pluma a la quimera y arrancó una hoja de un libro que llevaba en su mochila cuadrada.

—¿Me hablas en serio? —Me volví a ella inclinándome sobre su rostro—. ¿Por qué?

—¡Sí! ¡Muy en serio! Eres popular entre los estudiantes de primero y segundo —apresuró con una sonrisa. Garabateé la hoja con suspicacia, la miré torciendo la boca y ella se lanzó con los brazos estirados hacia delante. Abraza demasiado fuerte para ser una niña… Suéltame. Me zarandeó por unos segundos, dijo: «gracias, ahora podré refregárselo a todos» y se marchó a zancadas elevando el trozo de papel.

No puedo creerlo…

—¡Usted es muy popular!

—Debe ser una broma… Apostaré por Samantha Hunt, ¿oíste bien? —dije agachándome; acaricié a la criatura y esta osciló como en una especie de baile.

—Déjeme decirle que es una muy mala apuesta…, pero la tomaré.

—¿Cómo te sientes, Simon? —susurré, cabizbaja.

—Hoy bien… Ya lo sabe, puedo decaer en cualquier momento. —Soltó una carcajada—. ¿Y usted? ¡Es bueno verla!

—¡Bien, estupenda! —Lo acaricié por encima de su cabeza—. Te has alimentado bien, ¿verdad?

—¡Sí! —exclamó, y un grupo de jóvenes estudiantes corrió por el pasillo arrastrando un saco que echaba un ruido a monedas agitándose. Se acercaron con descaro; uno me apartó a un lado clavando el codo en mi cintura, y dijeron:

—¡Vamos a apostarlo todo!

—¿Por quién? —preguntó Simon, y la quimera apoyó la punta de la pluma en una garra larga y blanca donde anotaba ilegiblemente cada nombre.

—¿Por quién más? —dijo una muchacha elevando el puño.

—¡Por la desterrada! —gritó otra dando un brinco, su corta falda alzó los bordes levemente.

—Así es. ¡Por ella!

Simon echó un vistazo de lado a mi corbata, con una mueca que simulaba una sonrisa. Se inclinó a levantar el saco y preguntó:

—¿Quién es esa persona?

—¿No la conoces, tonto?

—Para ser mayor no te enteras de nada…

—¡Arwen Bellmont! —rugieron.




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