El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 18 — El maestro y el aprendiz

Una historia local de un lejano pueblo mágico al sur de Francia Oriental; narraba sobre un hijo único de una gran y prestigiosa familia de magos: «no podrá sustentar la magia» fueron las palabras de una elfa cubierta con un trapo amarillento y sosteniendo al quejicoso niño en sus brazos.

 

—Emmett Stewart, ¿verdad? —dijo una mujer llegando a la orilla de un lago. Su vestido rosado le daba vida a aquella tarde gris. Ella observaba de lado a un muchacho sentado en una enorme roca.

—Me gustaría poder negarlo —contestó con la cabeza gacha, uno de sus brazos descansaba sobre un yelmo apoyado sobre la superficie de roca.

—No pareces contento… —Ella le sonrió y arrojó una roca redondeada al agua, esta dio tres brincos y se sumergió—. ¡Maldición! Nunca supero los tres saltos…

—¿Y qué ocurriría si hicieras cuatro? —suspiró él—. ¿Cuál sería la diferencia?

—¡Me hubiera superado a mí misma! —respondió, lanzando otra roca.

—Molestas al agua… El lago estaba tranquilo. —Miró su cabello cobrizo, tragó saliva y añadió—: Eres Bruna de la familia del norte, ¿por qué estás aquí?

—Sabes muy bien el motivo de mi llegada… —dijo con seriedad—. Nuestras familias piensan unirnos en matrimonio. Pienso que sería bueno conocernos un poco.

El joven Stewart se puso de pie, tomó un guijarro y lo lanzó. Brincó una; tres y cinco veces, y luego se hundió a varios metros de la orilla. Ella lo miró por encima del hombro; habría su boca de tal forma que podría comerse media manzana verde de un mordisco. No le salían las palabras.

—No me amas —dijo Stewart.

Saliva corrió por su delicado cuello, tembló y tocándose los labios dijo:

—Aún no nos conocemos… Pienso que es cuestión de tiempo.

—He asistido a las reuniones del consejo. —Stewart juntó un montón de guijarros en su mano izquierda—. Te he visto no poder sacarle los ojos de encima a aquel muchacho de ese clan familiar tan revolucionario…

—Bueno… Tampoco lo conozco, pero…

—Pero te llama la atención —interrumpió. Lanzó uno, luego otro y otro.

¡GLUGLÚ!

—¡Siete saltos! —exclamó Bruna Wulff—. Eres muy habilidoso.

—Me niego a casarme contigo.

—Escúchame bien, Stewart… Mi padre despojará al tuyo del liderazgo.

—Llámame Emmett… Y mi padre no cederá.

—El consejo dice que tu familia no tiene un descendiente digno… Pienso que alguien que puede hacer siete saltos tiene lo necesario —dijo señalando la superficie del lago alborotado—, pero…

Él contempló aquellos enormes ojos verdes; esperaba oír de su fina boca lo que todo el mundo desde que nació murmuraba a sus espaldas.

—Puedes continuar —le dijo.

—Eres un mago… ¡No puedo! —Ella cerró los ojos y los puños—. Es la única manera pacífica de hacerlo, o mi padre matará al tuyo, ¿es lo que quieres?

—En realidad —dijo Stewart—, aceptaría sin chistar, pero no es lo que tú quieres.

—¿Eh?

—Te han manipulado, y no seré parte de algo tan desagradable…

—¡Actúas como un…!

—¿Un caballero? —apresuró—. Si tu padre mata al mío, me vengaré. Adviértele, por favor. —Stewart le dio la espalda.

—¿Qué harás con una espada? —resopló. Bruna buscaba la paz en la orilla de aquel lago—. Solo acepta casarte conmigo.

—Primero conoce a aquel muchacho, quizás es el amor de tu vida…, ¿o estás dispuesta a perderlo por los deseos egoístas de un grupo de hombres que solo quieren deshacerse de un pobre viejo?

—¿Dejarás morir a tu padre?

—Él murió el día que mi madre lo hizo… —Tomó la última pequeña roca que le quedaba con fuerza, y antes de lanzarla susurró—: Eres una mujer muy hermosa y amable. Te he observado lo suficiente como para decir que tu forma de ser llena el hueco en mi corazón, pero jamás te haría algo así de cruel como lo es atarte a alguien por compromiso.

¡PLAF!

—¡¿Ocho saltos?!

—Adiós, Bruna.

 

Dos años después; el líder de la familia Stewart se encontraba sin vida frente a la corte del consejo de magos. Antes de que un maleficio le atravesara el corazón el anciano dijo: «¡Me rehúso a firmar estos documentos! ¡La gran familia Stewart ha llevado a este consejo a lo que es hoy en día! ¡Prefiero morir!». Su mansión y propiedades fueron divididas y repartidas entre los distintos integrantes de aquel grupo de magos. Solo un joven muchacho de baja estatura y heraldo de armas echó de menos a la familia Stewart.

 

—¿Quién eres? —dijo acariciando sus largos cuernos. Se encontraba de pie y de espaldas; bajo un árbol de fresno. Era primavera, flores y maleza cubrían el bosque—. ¿Y qué quieres?

—¿Puede entenderme?

—Claro que puedo. Puedo entender cada palabra que sale de tu boca… Lamentablemente, los que son como yo, podemos entender a los hombres.




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