El Sendero de las Artimañas

CAPÍTULO 20 — El lazo de la coleta

En una habitación cuadrada, pequeña y oscura; con un perchero de madera delgado y viejo y con una única silla: la profesora de cabello negro inclinó un mechón de flequillo color rubio y acomodando sus lentes de medio circulo dijo:

—Se está tomando mucho tiempo, ¿no cree, profesor Hook?

Era un primero de septiembre como cualquier otro. Un aburrido martes otoñal.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó el profesor con seriedad.

—Más de cinco minutos —respondió ella, girando la muñeca izquierda.

—¿Acaso estamos en presencia de una futura alumna prodigio?

—Lo dudo, profesor… No tiene cara de ser tal cosa.

¡Estoy aquí! ¡Puedo oírlos!

—¿Gryffindor? —murmuró el sombrero parlante en mi cabeza—. No… ¿Ravenclaw? Muchacha complicada, ¿eh…?

—Ha dicho «Gryffindor» unas cuantas veces —dijo la profesora. Ella sostenía un papel de pergamino con una lista de nombres escrita en él—, pero no se decide…

—¿Qué le ocurre a esta cosa? —dije frunciendo el ceño—. ¿Está defectuoso?

—¡¿Cosa?! —vociferó el sombrero arrugando la punta.

—¿Cómo has dicho que te llamas, niña? —El profesor de rostro recto y boca pequeña apresuró un bostezo.

—Arwen Bellmont.

—Es extraño —dijo la profesora—, no la tengo en la lista.

—Eso es imposible, profesora String —señaló acercándose al sombrero, se inclinó sobre mí con la barbilla apoyada en la mano y susurró—: Te pareces bastante a alguien que conocí… ¿Acaso…?

¡Aléjate! ¡Aléjate de mí!

—No. No la tengo, profesor. ¿Qué haremos?

—¡Mi tutor envió mis documentos hace tres meses! —exclamé elevando las cejas y abriendo grande la boca; sentada en la silla. Me sujeté de los lados y pregunté—: ¿Los han recibido? ¿Verdad que sí?

—Quizás el profesor Rembrandt haya olvidado anotarla en la lista —dijo el profesor de túnica morada.

—Profesor Hook —dijo la profesora en pie, rascó su cabeza y añadió—: Puede que sí esté defectuoso… Hemos recibido muchos nuevos estudiantes en este nuevo curso. Luego, lo inspeccionaré.

—Ella es la última. Recibimos más estudiantes en cursos anteriores. —Pasó la mano de la boca a la barbilla y antes de continuar; el sombrero exclamó:

—¡Ravenclaw!

—¡Por fin! —dijo la profesora, aliviada—. Empezaba a sentir hambre.

—¡¿Qué?! —dije, mirándole su ala frontal que se ladeaba por delante de una de mis cejas—. ¿Por qué Ravenclaw?

El sombrero se torció a un lado, chistó y susurró:

—Pensé en Gryffindor…, pero tu astucia es diferente. ¡Ravenclaw es la casa ideal para ti!

¿Qué haré ahora…?

—¿Cuánto se ha tardado? —El profesor peinó su cabello corto y oscuro y abrió la puerta, y la bajita mujer escribió sobre el pergamino con una pluma dorada. Ella dijo:

—Siete minutos con tres segundos.

—¡Cuánto fastidio! —dijo él—. Bien. Vayamos al Gran Comedor, nos esperan para la cena.

—Arwen Bellmont, bienvenida a Hogwarts. —Ella tomó al sombrero por los laterales; lo sacó de mi cabeza y lo puso en el perchero, este guiñó el ojo desde ahí—. El profesor Rembrandt es el jefe de la casa Ravenclaw. Si algo te perturba o tienes una petición, no dudes en consultarle. Él se encargará de ti y te aconsejará, Bellmont.

—Andado —dijo el profesor Hook, y antes de salir preguntó—: ¿Quién es la alumna encargada de Ravenclaw para ser acompañante de las chicas del nuevo curso?

—Blair Fischer de segundo curso.

—La estudiante ejemplar, ¿eh? ¡Bien! Eso es todo.

Caminé junto a los profesores. El delgado y alto profesor Hook me observó ocasionalmente, luego alargó un dedo y señaló una de las cuatro mesas que estaban repletas de estudiantes animados que alzaban jarras y comida. Hablaban con la boca llena. ¡Hogwarts es maravilloso!

 

—¿Ven esta insignia? —dijo la muchacha señalándola. Estaba sujeta a un lado de su camisa; un poco por encima del nudo de la corbata—. Significa que seré una futura prefecta y, posiblemente, una de las cuatro líderes estudiantiles de nuestra casa. —Se paraba firme frente a nosotras. Cruzó los brazos. Su cabello colgaba en forma de coleta; sujeto por una cinta color azul que se entrelazaba en un lazo—. Deben hacerme caso, ¿entendido? —La miré a los ojos, mi estómago se quejó y alcé la mano y ella apresuró—: ¿Sí?

—Quisiera saber si en los almuerzos o cenas, habrá tarta de calabaza con nueces o salteados de verduras. Hoy no había nada de eso en la mesa… —dije en tono serio.

—¿Cómo es tu nombre?

—¡Arwen Bellmont! ¡Mucho gusto!

—Igualmente, Bellmont. Tus padres debieron llenar algunos papeles para agregar al menú tus comidas favoritas —explicó, cerrando los ojos.

—Quizás mi tutor lo olvidó —dije.




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